Capítulo 31 | Dulce inocencia

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La Plaza de los Cinco Pilares, tan emblemática de HybernalCity y tan adherida a los engaños que esta misma traía consigo, estaba tan atestada de gente costumbre, con la diferencia de que ahora la vigilancia era mucho más severa de lo que jamás antes fue. Lynn se abría paso entre la agitada multitud que caminaba de un lado hablando a voces por sus dispositivos, vestía con el uniforme reglamentario de la Brigada, de hecho, lo llevaba usando cada día desde hacía años, pero ya no era lo mismo. El equipamento de camuflaje azul con el que anteriormente se encontraba tan cómoda ahora la hacía sentir insegura. Su nerviosismo era tal que debía concentrarse para recordar cómo respirar. Era como llevar una piel que no era suya, un disfraz que le iba grande. Los enormes edificios que la envolvían parecían encorvarse en el cielo hasta adquirir apariencias monstruosas que le hacían querer retroceder.

«Tienes que tranquilizarte, ¿me oyes? Tranquilízate maldita loca», se dijo a sí misma mientras se daba aire con la única mano que le quedaba disponible. La ansiedad que sobrellevaba le provocaba unos desagradables nudos en el inicio de la tráquea que le impedían respirar con normalidad. Sentía las miradas indiscretas de los transeúntes, la observaban sin pestañear como si supieran todo lo que estaba haciendo a sus espaldas. Llegados a ese punto no sabía qué era peor, el hecho de que alguien pudiera sospechar de su inocencia o que, por fin, después de todos los sucesos vividos, hubiera acabado demente.

El camino hacia el Hospital se le estaba haciendo mucho más largo de lo que presupuso en un primer momento, sobretodo teniendo en cuenta que lo había recorrido mil y una veces, pero se encontraba tan desubicada que en muchas ocasiones perdía el rumbo.

Aquel olor a desinfectante tan particular que desprendían los centros médicos la teletransportó de nuevo al psiquiátrico en el que estuvo trabajando en el Nihil. Le pareció ver híbridos donde, en realidad, había humanos, mas tan sólo eran alucinaciones provocadas por su mente. Lynn miró el ramo de rosas blancas que llevaba en la mano y contó hasta tres. No dejaría que aquello la venciera, no después de todo.

—Buenos días —dijo acercándose a la recepción—. ¿Sabe si la doctora Lloyd se encuentra en el recinto?

—Claro, deme un momento —le contestó el hombre tecleando en el ordenador—. Sí, la doctora está todavía en el edificio. ¿Tiene usted cita concertada?

—No, no vengo en condición de paciente, vengo a entregarle un recado.

—Está bien, si puede facilitarme su nombre y su tarjeta sanitaria.

—Lynn Weaver —habló tendiéndole su credencial.

—Perfecto —respondió con una amplia sonrisa en su rostro ya maduro—. Avisaremos a la señorita Lloyd de su llegada.

—No es necesario, la esperaré hasta que acabe.

Lynn se acercó al ascensor acristalado y esperó a que este la llevara hasta la séptima planta. Luego se aventuró por los laberínticos pasillos hasta encontrar el despacho de su amiga.

EXISTENCE: Proyecto MidgardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora