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Corrí a los baños. Vaya mierda.
Abrí el primer cubículo que encontré vacío y cerré con pestillo.
Me bajé los pantalones y... Efectivamente, ahí estaba esa estúpida mancha roja.

—Mierda, me manché.

¿Lo mejor? Había salido corriendo hacia los baños y había dejado mi bolso junto a mi mejor amiga en la mesa de la cafetería.

Contra todo pronóstico, una voz de mujer se escuchó del otro cubículo, el que tenía al lado.

—¿Necesitas compresas?

Agradecí a Dios, Buda, Alá, o cualquier ser superior que hubiese mandado a esa bella criatura a la tierra.

—Por favor— Dije algo avergonzada.

Una mano delicada con las uñas pintadas de rosa, me pasó una compresa por debajo de la puerta.

—No es problema. Por cierto, mi nombre es Yuna.

—Jihye— Respondí a la vez que abría la bendita compresa y la colocaba. Por lo menos no había manchado los pantalones, o sería demasiado vergonzoso.

—Bien, espero que nos veamos por allí.

—Claro.

La puerta del baño se escuchó y suspiré aliviada. Volí a subir mis pantalones, y salí del cubículo.

Solo había una mujer de mi edad, más o menos, lavándose las manos.

Y como era toda una curiosa, no pude evitar fijarme.

Pelirroja. Ojos marrones. Labios esponjosos.

Mi tipo.

Sí, bebés, lesbiana al habla.

Andrés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora