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Día cinco. Bien. Solo tres días más.

Me di fuerzas a mi misma.

Era jueves. El viernes y sábado mis días libres.

¡Arriba la esperanza, abuelita!

Y, por los últimos días, ya no sangraba tanto. ¡Bien, aplausos!

Llegué a la cafetería, arrastrando esa cara de mala leche que me solía definir por las mañanas.

Señor, vinimos al mundo a ser felices, no a despertarnos a las siete de la mañana.

Como quiera que fuese.

Me puse el estúpido delantal, el estúpido gorrito con el logo de la tienda, y me puse en el estúpido mostrador.

Atendí a quince personas, limpié el estropicio de dos, le indiqué a cuatro que había que pedir en el mostrador y que los camareros no iban a las mesas, serví tres vasos de agua y derramé dos cafés antes de tener mi primer descanso.

Bendita seas, virgencita mia.

¿Y qué hacer en vez de disfrutar de diez merecidos minutos, relajándote en la cocina mientras hablas con la chica que te gusta? Ah, cierto, ir al baño a cambiar la compresa porque a la madre naturaleza no se le ocurrió otra cosa a que las mujeres sangrasen por la vagina todos los meses.

Mes, mes y medio, mes y una semana o dos meses en mi caso.
No mentía cuando dije ser irregular.

Cuando volví del baño, ví a una chica pelirroja sentada con unos cascos rojos puestos, combinando con su pelo, tres llamativos pendientes negros en cada oreja, camiseta tres tallas más grande y con dos rayas negras en las mangas, comiendo una tarta de queso y bebiendo lo que parecía ser un americano mientras hacía algo en su ordenador apple ¿Mac? ¿Mack? ¿Cómo mierda se llamaba?

Como fuese. No supe si alegrarme por volver a ver a la chica pelirroja, asustarme porque sus uñas eran iguales a las de mi salvadora aquel día, o si sentirme traicionada al verla sentada junto a mi mejor amiga. Usando el mismo collar de esos infantiles que ponen "Best" en una mitad y "Friend" en otra.

¡Traición! ¡Que le corten la cabeza!

Andrés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora