Capítulo 24

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-Hola- digo

-Hola Ago, soy la madre de Raoul-

- ¿Qué pasa? - pregunto muy nervioso, con el corazón en la mano

-Raoul...Raoul...su corazón no ha podido más...- dice sollozando por teléfono

-No...- esa sensación no la olvidare nunca más, el dolor que sentí en el pecho, el vacío que se me quedo cuando oí esas palabras...

Eran las ocho de la mañana, me vestí con un traje negro y anudé mi corbata lo mejor que pude y también me puse el collar del angelito que me regalo Raoul. Mi autobús hacía Barcelona salía en un rato así que cerré mi mochila y me fui.

El sol en Barcelona brillaba iluminando todo el cielo, aunque yo solo veía oscuridad. Llegue a la dirección que me dio la madre de Raoul, la dirección de una funeraria.

Ese sitio era frio, triste, me dirigí hacia la sala 4. Una vez dentro vi a muchísima gente, la sala era grande dividida en dos partes, la primera con una pequeña mesa con cafés y la segunda donde estaba el fallecido tras un cristal.

-Agoney...- oigo una voz detrás mía, era Ricky, no pude articular palabra solo me fui directo a sus brazos

-Tengo que ir a verlo...-intento decir separándome de Ricky

- ¿Estás seguro? –

-Necesito hacerlo...-

En la segunda parte de la sala había mucha menos gente, nadie a quien conociera. Y allí estaba él, detrás de un cristal tumbado en un ataúd cerrado

-Hola- una mano se posa ligeramente en mi hombro

-Hola- respondo a la madre de Raoul intentando contener las lagrimas

-Ven aquí- dice rodeándome con sus brazos. - ¿Lo quieres ver una última vez? - pregunta intentando darme una sonrisa para tranquilizarme, para quitarme un poco de dolor, yo asiento sin pensármelo, necesitaba tocarlo, verlo una vez mas

-Acompáñame-

Salimos de esa sala, yo me quede en la puerta mientras la madre de Raoul hablaba con un encargado hasta que me hizo una señal para seguirla. Entramos en un pasillo frio y húmedo, en medio de él había un único ataúd cerrado y lentamente nos dirigimos hacia él. El hombre encargado nos preguntó antes de abrirlo si estábamos seguros, a lo cual asentimos para que lo hiciera.

Y allí estaba, sus manos estaban cruzadas sobre el pecho y llevaba puesto un traje azul oscuro. Muchas personas dicen que horas después de la muerte, la piel de la persona fallecida se pone azul y más blanca, pero él no lo estaba, él estaba igual que siempre.

Su cara mostraba tranquilidad, tenía el tupe perfecto como a él le gustaba, la piel tersa y relajada, no me podía creer que ya no vería ninguna sonrisa más, ni esos ojos que me decían cosas que las palabras no podían.

Puse una mano encima de las suyas, no fue igual que siempre, estaba frío, sus manos ya no desprendían el calor que tanto necesitaba.

Las lágrimas caían de mis ojos sin poder aguantarlas, no me creía que fuese la última vez que sujetaría su mano, que ya nunca escucharía su voz, que ya no podría decirle lo mucho que lo amaba ni tampoco escucharlo de su boca.

Estuve minutos y minutos observándolo, grabándome su imagen en mi memoria hasta que la madre de Raoul me aviso que ya era hora de despedirse, deje un último beso en su frente, susurrándole que lo quería y que lo haría siempre, palabras que quedarían entre los dos para la eternidad. Y así delante de mí, se cerró ese ataúd para siempre, diciéndole el último adiós.

El Principio Del FinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora