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Supe que quería hacer del baile mi vida a la corta edad de cinco años.Y cuando realmente me dí cuenta de qué era lo que amaba, guardé ese sueño en una caja de cristal y comencé a vivir mi vida de una manera diferente a lo que regularmente lo harían las personas.Desde ese preciso momento supe que todo lo que hiciera, todas las horas de entrenamiento, el sudor y las lágrimas derramadas me llevarían precisamente a mi objetivo: bailar en los mejores escenarios de todo el mundo.

Durante los próximos años entrené y dejé todo de mí en cada estudio de danzas que pisaba.Cuando me decían que no podría llegar, que no era lo suficientemente buena, forzaba lo mejor de mí y ajustaba el doble mis zapatos.Entrenaba más duro, me golpeaba el doble, me caía y volvía a levantarme.

Quería ser la reina del baile.

Solo me faltaba una pareja.

Necesitaba a alguien que llenara el espacio vacío que tenía en cada entrenamiento e incluso cuando me ponía a bailar en medio de la noche en mi cuarto.Cuando mi mano se posicionaba en mi vientre y comenzaba a bailar con los ojos cerrados, yo sabía que eso significaba que no podía esperar el momento para que alguien real tomara mi mano.Era solo que nadie parecía encajar y para brillar, necesitas a alguien con quien compartir tus pasos en las competencias.

Pero aún así, el día llegó.Cuando me ofrecieron ir a una de las academias más prestigiosas del mundo, ubicada en Corea, no lo dudé ni por un segundo.Tomé el primer avión en dirección a ese país y dejé todo atrás por mis sueños, para dar lo mejor de mí haciendo lo que amaba.

Y entonces, cuando menos lo esperaba, lo conocí a él.

Había millones de rostros similares rodeándome en el estudio de baile, en cada entrenamiento, en cada clase.Pero cuando Kang Hyung Gu bailaba no podía quitar mis ojos de él.Lo reconocería en cualquier lugar, en una enorme multitud, cualquier día.Desde la primera vez que lo vi supe con tan solo ver la forma en que su esbelto cuerpo caminaba que él se comería el escenario algún día.

Y cuando él bailaba...cuando él bailaba el tiempo parecía detenerse.No existía nada más en el mundo.Mis pulmones parecían desinflarse y todas las personas rodeándome, todo el cuchicheo molesto propio de una horda de adolescentes estresados, se alejaban.

Él era amable con todo el mundo.Parecía iluminar la habitación con su presencia.Pero en cuanto la música comenzaba a sonar, su persona se transformaba por completo.Su sonrisa se borraba, sus rasgos se volvían fieros y su cuerpo se movía como si hubiera nacido para deleitar a la gente con su arte.Algo fuera de éste mundo.

Era como si hubiera sido concebido en un escenario y fuera plenamente consciente de que su vida acabaría allí mismo.Y yo creo que era justamente eso: la pasión en su mirada, la forma en la que parecía poseído por algo mucho más grande que él.Con cada paso demostraba que había encontrado su objetivo en la vida y que planeaba alcanzarlo.

Kino, como solían llamarlo mis compañeros, definitivamente se volvió intocable.O al menos para mí.Yo ni siquiera podía dirigirle la palabra.No me atrevía.Sentía que aunque compartiéramos un mismo sueño las personas como él jamás congeniarían con alguien como yo: una extranjera que apenas podía manejarse con el idioma y había pasado tanto tiempo dentro de un estudio practicando que se había olvidado de afilar sus habilidades sociales.Él se llevaba mejor con el resto de las muchachas en la academia y con el resto del género femenino, quienes parecían popular a su alrededor como polillas rodeando el último foco de luz sobre la faz de la tierra.Y, ¿honestamente? No las culpaba.

Yo sabía que él seguía un régimen muy especifico y que se tomaba muy en serio su carrera en ascenso, lo suficiente como para no aceptar distracciones.Era amable con las mujeres pero mantenía su distancia en las prácticas.Aún así...había algunas noches, cuando yo me quedaba en el estudio hasta que todos se habían marchado y las luces se apagaban con mi partida, donde lo veía marchándose con alguna de ellas.La forma en la que él las sostenía de forma intima, la manera en que dejaba que sus delgados brazos se envolvieran en el suyo, me volteaba el estómago porque sabía que a la mañana siguiente aunque Kino llegara en punto tendría la certeza de que habría estado con ellas durante toda la noche.Y luego, al cortar lazos de una forma limpia, ellas se quedaban con ganas de más.Podía verlo en sus ojos cada vez que él se presentaba en el aula: la forma en la que seguían sus pasos, deseándolo, añorando que él las quisiera para siempre.Lo sabía porque yo lo observaba de igual manera cuando él y el resto del mundo no se percataban de ello.Lo cual, viéndolo en retrospectiva, era algo patético teniendo en cuenta que hasta ese momento jamás había estado con él de la manera en el que ellas lo habían estado.

Dancing queen » KinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora