2. En tiempos de guerra

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Enero de 1939

Raoul no sabía cómo había acabado ahí. Si intentaba recordar los últimos tres años de su vida, solo encontraba recuerdos difusos, que no encajaban bien entre sí. Lo que sí que tenía claro era que no estaba donde quería estar, y que esa, no era su gente.

Su familia siempre se había mantenido al margen de la política. A ellos les iba bien. Tenían dinero, propiedades, y todo lo que querían. No eran de ningún bando. Les daba igual quien gobernara, porque ellos seguirían teniendo de todo. O eso pensaban.

Pero las influencias... qué malas son las influencias. Amigos de la familia, que lo habían sido durante generaciones, ¿cómo iban a dejar de llevarse con ellos solo porque fueran de derechas? "Eso no importa, Raoul, lo importante es el corazón de la persona" le decía siempre su madre. ¿Qué corazón ni que mierdas? Si esa gente no sabía lo que era eso.

Pero sus padres fueron idiotas, y en vez de distanciarse de la familia García, tenían que haberse distanciado de la familia Molins. Por su culpa, sus padres le dijeron que ya no se podía ver con Alfred. Claro, como su familia era republicana, ya no estaba bien vista en aquellos círculos, por mucho que tuvieran dinero. Y así fue como Raoul perdió a su mejor amigo.

Poco después empezó la guerra, y Raoul ya tenía 18 años. ¿Cómo no iba a luchar? ¿Cómo iba a quedarse quieto en vez de defender a su patria?

Le daban arcadas solo de recordar la voz de aquella mujer, la que le había comido la cabeza a su madre durante tantos años. La que probablemente ahora estaba tranquilamente en su casa sin ninguna preocupación, mientras él estaba metido en aquella puñetera guerra, y encima en el bando que no le representaba.

Porque Raoul era republicano, o al menos creía serlo. De lo que estaba seguro era de que, aquella gente con la que se codeaba cada día, era mala. No como los malos de un libro de niños, sino malos de verdad. Crueles. Unos verdaderos hijos de puta.

Aunque dentro de toda aquella mierda que le había tocado vivir, aún había tenido un poco de suerte. Resultó que no era apto para ir al frente. Su baja estatura y su poca fuerza (o la que había fingido no tener) hacían que fuera más bien un lastre en el campo de batalla. Así que había sido asignado al hospital, donde supervisaba y distribuía a los heridos.

Mira que él no creía en Dios, pero agradeció al cielo, a las estrellas y a todo ser viviente cuando se lo dijeron. Porque no podía imaginar algo peor que tener que matar a la gente de su propio bando.

Aún así, en el hospital había visto cosas horribles. Hombres totalmente desfigurados. Pocos eran realmente los que se recuperaban si habían llegado graves. Pero lo peor era cuando encontraban a algún republicano entre los heridos. Raoul había visto más muertes de las que nunca habría imaginado. Y le perseguían las caras de esos hombres en pesadillas. Porque se quedaba quieto, porque no decía nada, porque no los salvaba. Tampoco es que pudiera hacerlo, porque entonces el que acabaría muerto sería él.

Y en tiempos de guerra, lo más importante era la supervivencia.


-¡Vázquez! -gritó su superior.

Raoul oyó sus pasos dirigirse hacia él y se acabó el café de un trago para después levantarse de la mesa.

-Sí, señor. -dijo.

-Hoy llegan las nuevas enfermeras. ¿Está todo listo?

-Sí, señor. Lo preparé todo anoche. Están todas asignadas a un puesto.

Until We Meet AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora