3. El chico del establo

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1780

Miriam tenía tan solo cinco años cuando se fue a vivir con los Vázquez. No por decisión suya, claro, ¿qué podría decidir una niña de cinco años, que no entiende nada sobre el mundo todavía?

Fue un acuerdo de intereses entre dos de las familias más ricas del territorio. Habían estado enfrentadas durante muchos años a causa de las propiedades de cada una. Terrenos que no se acababan de repartir bien y un odio irracional al que decidieron ponerle fin con el que sería el matrimonio de sus dos menores.

Así que, la pequeña, sin entender nada, tuvo que marcharse de su casa y dejar a su familia para empezar a formar parte de otra.

Creció con los Vázquez, una familia que, aún siendo de las más ricas, también era de las más bondadosas. Jugaba con Raoul, su prometido, y también con los hijos de los criados.

Y a sus dieciocho años, sentía que formaba más parte de aquella familia que de la suya propia, a la cual no había vuelto a ver desde el día en que se marchó.

Pero Miriam era feliz. Tenía todo lo que podría desear. Su vida estaba completa, o por lo menos eso le habían hecho creer.


-¡Señorita! ¡No corra tanto señorita! -gritaba una de las sirvientas, mientras corría detrás de Miriam.

Pero ella simplemente reía, mientras seguía corriendo hacia su habitación.

-Señorita. -dijo la otra chica, casi sin aliento, entrando en su habitación.

-No me gusta que me llames así, ya lo sabes. -dijo Miriam, mientras saltaba sobre su cama.

-Lo siento, estoy acostumbrada a usar las formalidades.

-Conmigo no las necesitas. -sonrió mientras se tumbaba en la cama.

La muchacha también sonrió, mientras recogía la ropa sucia y la metía en un cesto, intentando ordenar un poco la habitación.

-Dime, Thalía. ¿Cómo es ser una sirvienta?

-Muy duro. Y muy cansado.

-Me gustaría probar.

-Créame, no le gustaría. -dijo, cerrando la puerta de la habitación para que nadie las oyera. -Y menos si tuvieras que aguantar a niñas malcriadas como tú.

Miriam fingió cara de asombro, y le tiró un cojín a la cara.

-¡Miriam! -gritó la chica entre risas.

-Lo decía de verdad. Me gustaría ser sirvienta por un día. Ver desde el otro lado, ¿sabes?

Thalía se sentó al lado de su mejor amiga.

-Servir a esta familia no es tan malo. -confesó la chica. -A veces, cuando voy a la ciudad y veo otras sirvientas... entonces recuerdo la suerte que tengo de estar aquí.

Miriam suspiró.

-¿Y a ti no te gustaría ser señorita por un día?

-No sabría cómo. -rio.

-Es muy fácil. Simplemente te pones un vestido bonito, y haces todo lo que te dice tu futura suegra sin rechistar. Y te aburres.

Thalía soltó una carcajada.

-A veces me gustaría tener tiempo de aburrirme.

-No lo creo. -suspiró. Pero de repente se le ocurrió una idea. -¿Y si te pruebas uno de mis vestidos?

Until We Meet AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora