5. Alfred

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En el capítulo anterior...

Raoul sabía que no podía prometer nada. No estaba en condiciones de hacerlo, al fin y al cabo, era una guerra, y desgraciadamente, pocos se salvaban de las consecuencias. Pero la mirada de desesperación de aquella chica pudo con él.

-No le va a pasar nada. -dijo. -Te lo prometo.

Amaia asintió, dándole las gracias con la mirada.

-Y tapadle eso, por dios. -dijo, intentando recolocar la venda de nuevo.

Pero al tocar su brazo, se quedó helado. Por un momento, todo el ruido del hospital desapareció, y lo único que podía oír era un caballo rechinando.

-Raoul. -la voz de Miriam le devolvió a la realidad. -¿Estás bien?

-Sí. -dijo, sacudiendo la cabeza. -Voy a volver a mi puesto.

Al marcharse Raoul, Amaia siguió quieta al lado de su amigo.

-Amaia, hay más heridos. -le recordó Miriam. -Yo me encargo de él, va a estar bien.

Aún sin estar muy convencida, la chica le dio las gracias y se puso a atender a otro paciente.

Por suerte, Miriam consiguió estabilizar a Agoney, y Amaia sintió que en parte podía volver a respirar.

Pero había algo que no se podía quitar de la cabeza. Si Agoney estaba ahí...

¿Dónde estaba Alfred?


Enero de 1939

Amaia seguía sentada al lado de la cama de Agoney, agarrando su mano con fuerza. Desde que se había calmado un poco la cosa en el hospital no se había separado de él. No podía. Temía por su vida, y no solo por la herida de bala.

Raoul le había prometido que no le iba a pasar nada, pero todos sabían que en aquella situación cualquier promesa era vacía. Y no se fiaba de dejar a su mejor amigo solo. Y menos cuando no se podía defender. Todavía no se había despertado, y aunque Amaia sabía que era por los sedantes, temía que por alguna razón no volviera a hacerlo nunca.

-Amaia. –la voz de Miriam la sobresaltó. –Vete ya a dormir.

-Me quiero quedar con él. –dijo, sin levantar la mirada.

Miriam suspiró.

-Llevas 24 horas sin dormir. Necesitas descansar.

-Estoy bien.

-No, no lo estás.

Miriam se acercó a ella, sentándose a los pies de la cama del chico.

-No quiero dejarlo solo. –confesó la pequeña.

-Me quedo yo con él.

Amaia la miró, insegura.

-No, ya me-

-Me quedo yo con él, Amaia, de verdad. –la interrumpió. –Vete a dormir, por favor. Descansa. Sino mañana estarás agotada y no serás nada útil.

Amaia resopló, pero finalmente se levantó de la silla. Miró a su amigo una última vez, y poco a poco, soltó su mano. Se acercó a él para darle un beso en la frente y después se giró para mirar a la otra enfermera, que tenía una sonrisa triste en su rostro.

Until We Meet AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora