22. Sin rencor

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1945

Nada más bajar del tren Amaia agarró fuerte la mano de su hijo. A su otro lado iba Alfred, con la maleta en la mano y la mirada seria. Hasta que se giró hacia ella y le dedicó una sonrisa.

—¿Dónde estamos, mamá? —preguntó André, mirando a su alrededor con curiosidad.

La gente iba de un lado al otro de la estación, con maletas arriba y abajo, la mayoría con prisa por no perder el tren.

—Estamos en Barcelona, cariño. —le contestó ella.

—¿Y para qué estamos en Barcelona?

Amaia se agachó un poco para estar a su altura.

—Hemos venido a buscar a alguien. —dijo, echándole un mechón de pelo hacia atrás.

—¿A quién?

—A una amiga de mamá.

—¿Y cuánto tiempo nos vamos a quedar?

—Pues no lo sé, mi amor. —suspiró. —Ya lo veremos, ¿vale?

El niño asintió, aunque no le acababa de gustar la respuesta de su madre.

Amaia volvió a levantarse y Alfred le dio un apretón en el hombro, dedicándole una sonrisa esperanzadora.

—Ya verás como la encontraremos, no te preocupes.

La chica simplemente asintió. Después cogió la maleta y la mano de su hijo de nuevo y echaron a andar para salir de la estación.

Llevaban seis años viviendo en Francia. Sobrevivían como podían, pues después de escapar de una guerra se habían dado de morros con otra que encima amenazaba toda Europa. Era difícil, pero ambos eran unos luchadores, y hacían lo que hiciera falta para que a André no le faltara nunca de comer. Habían decidido criarlo entre los dos, y a efectos legales y para el resto del mundo, ese niño era hijo de ambos. Alfred realmente lo quería como si fuera suyo, y aunque el mismo niño pensara que era su verdadero padre y vivieran los tres juntos, Alfred y Amaia nunca habían sido una pareja real. Eran simplemente dos amigos que lo habían perdido todo y se tenían el uno al otro, sobreviviendo juntos. Y Amaia se sentía mal por estar viviendo aquello con él en vez de con el amor de su vida, pero la decisión la había tomado seis años atrás, y para bien o para mal, no pudo hacer nada durante mucho tiempo.

Pero ahora, que había acabado la guerra y tenían algo de dinero ahorrado, la chica no aguantó más. Tenía que volver a por Miriam. Se lo había prometido, y además la echaba muchísimo de menos. Se sentía muy culpable por haberla dejado ahí, y con el paso del tiempo se dio cuenta de que la había cagado. Tendría que habérsela llevado con ella.

Y ahora pretendía enmendar su error.


El hospital prácticamente no había cambiado nada. Solo de mirar la fachada se le revolvía el estómago, recordando tantas cosas vividas ahí y tanta gente a la que perdió. No se había atrevido a entrar. Le daba miedo que alguien pudiera reconocerla, y además no sabía si se sentía con fuerzas como para volver a estar rodeada de esos muros. Ya no era lo mismo, y no estaba lleno de soldados como años atrás. Ahora era simplemente un hospital más. Pero aún así, prefirió esperar fuera con André, sentados en un banco del parque más cercano mientras Alfred entraba a preguntar por Miriam.

Estaba más nerviosa de lo que había estado en su vida, y aunque intentaba distraerse jugando con su hijo, sentía que le iba a explotar el corazón de lo rápido que le latía.

Pasó bastante rato hasta que vieron volver a Alfred. Amaia se levantó enseguida del banco, esperando a que llegara hasta ellos. André seguía sentado en el suelo jugando con unas piedras, y Amaia dio un par de pasos para encontrarse con Alfred.

Until We Meet AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora