"Dime que llevas puesto"

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Siete de diciembre


Viendo el número en el identificador de llamadas cuando sonó su móvil a una hora tan tardía, entre semana, a punto estuvo de no responder. No porque no quisiera hablar con Perrie, sino porque quería hablar... demasiado con ella.

No habían vuelto a hablar desde que se separaron el domingo en el aeropuerto, tras sus cortas vacaciones de Acción de Gracias. Sí, habían intercambiado unos cuantos correos, pero sin concretar ninguna nueva cita. Como si ambas se hubieran dado perfecta cuenta de lo mucho que habían cambiado las cosas desde aquel paseo por la playa.

Jade todavía no sabía muy bien qué pensar sobre aquel cambio. Pasar de una aventura de vacaciones a una relación en regla representaba un gran paso. Un paso enorme, al menos para ella. De modo que aquel periodo de enfriamiento le había parecido una muy buena idea. Quizá de manera inconsciente, había estado esperando a que su sentido común se impusiera al fin a su libido... y sacara las fuerzas necesarias para decirle a Perrie que se lo había pensado mejor y que todo había terminado entre ellas.

No volver a verla le había parecido el mejor curso de acción. Todavía no habían llegado demasiado lejos. A esas alturas, Perrie no podría odiarla ni culparla si ella decidía romper, ni acusarla de haberle robado el corazón.

Lógicamente, había sabido todo eso. Pero con el transcurso de los días, había empezado a darse cuenta de lo mucho que la echaba de menos. Echaba de menos todo sobre ella. Quería escuchar la risa de su voz, la sensual forma que tenía de pronunciar su nombre. Echaba de menos sus confesiones murmuradas sobre lo mucho que la deseaba, mientras le hacía el amor. Incluso se sorprendía a sí misma echando de menos sus intentos por hacerle hablar de su pasado, de su familia y de su lastimoso historial de relaciones.

Echaba de menos sus caricias.

Tercera llamada. Cuarta. Tragó saliva, retorciéndose en la cama, con las sábanas entre las piernas. Tenía tensos todos los músculos, el pulso latía acelerado en sus venas. Sus sentidos estaban a flor de piel. No podía quitarse de la cabeza la imagen de su rostro. El pensamiento de sus manos y de su boca en su cuerpo...

No había vuelto a sacar su juguete sexual desde hacía varias semanas, y si respondía al teléfono, tenía la sensación de que la iba a necesitar. El hecho de escuchar su voz, de desearla sin poder tocarla, haría explotar su latente necesidad con la fuerza de un volcán.

Por supuesto, no responder la dejaría con esa misma necesidad.

—¿Sí?—

—¿Eres consciente de que hoy es el Día Nacional del Algodón de Azúcar?— Se echó a reír, preguntándose cómo era posible que aquella mujer pudiera divertirla tanto cuando de repente se sentía tan terriblemente excitada.

—Curioso. Y yo que pensaba que llamabas porque era el aniversario de Pearl Harbor.—

—Eso es demasiado truculento. El algodón de azúcar es mucho más alegre. Es muy rosa.—

—A mí no me gusta el rosa.—

—También los hay azules y morados, incluso en alguna ocasión vi un amarillo y un verde.—

—Pareces una experta en algodones de azúcar.—se burló Jade, con una sonrisa en el rostro.

—A mí me gusta mucho. Sobre todo teniendo en cuenta lo que me estoy imaginando ahora mismo.—

Jade se recostó cómodamente en la cama, con el teléfono encajado en el hueco del hombro.

—¿Qué te estás imaginando?—

—A ti. Desnuda y envuelta en un enorme algodón de azúcar.—

Riendo suavemente, repuso:

—Suena pegajoso.—

—Suena delicioso.—

—¿Realmente podrías llegar a comer tanto?—

—Jamás me saciaría de ti, Jade Thirlwall.—

«Definitivamente esta noche voy a necesitar el vibrador», pronunció para sus adentros. Con un suspiro de placer, apartó las sábanas. Acto seguido alzó una rodilla y separó los muslos: en su acaloramiento, apenas notaba el frío aire de la noche.

—¿Dónde estás? —le preguntó Perrie con voz ronca de deseo.

—En mi gran cama de matrimonio, toda sola.—

—Mmm... Dime lo que llevas puesto.—

—Absolutamente nada.— escuchó al otro lado comjo Perrie se lamía los labios.

—Espera... ya, ya te veo. Toda envuelta en algodón de azúcar azul, esperando a que te coma...— Jade se humedeció los labios al tiempo que deslizaba una mano por su vientre.

—¿Dónde estás tú? —le preguntó a su vez.

—En la cama. Por supuesto, no tengo tanta intimidad como tú. Yo no estoy sola.— Jade se sentó de inmediato, aunque sabía que no la habría llamado si hubiera estado con otra persona. Y sobre todo porque sabía que, de haberlo hecho, ella misma habría sido capaz de volar hasta Pittsburgh para darle una paliza.

—Baja, Hatchi.— Al oír un bajo ladrido de fondo, se dio cuenta de con quién estaba hablando.

—Ah. Tu perro...—

—Fuera de aquí, bebé —se oyó el ruido la puerta al cerrarse, seguramente después de que el animal hubiera salido—. Se duerme mucho mejor abrazado a ti que a él. Eres más adorable que un peluche.

¿Peluche? ¿Adorable? ¿Ella?

—Yo soy tan adorable como un puercoespín.— La suave carcajada de Perrie le confirmó que no creía en aquella instintiva protesta.

—Abrazarte es riquísimo, Jadey. No sé qué me gusta más; si abrazarte o contemplarte mientras duermes.—

—¿Me miras mientras duermo? ¿Por qué?—

—Eres tan dulce cuando estás dormida...—


¿MARATÓN? Los leo

Paraíso al Descubierto || Jerrie +18✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora