MARATÓN 1/?
—Cariño, ¿por qué no vuelas a Pittsburgh para verla?—
Jade desvió la mirada, nada deseosa de escuchar otro sermón de Danielle, la administrativa, que la miraba fijamente desde detrás de su escritorio cubierto de papeles. La mujer había adivinado desde hacía meses que estaba liada con alguien. Finalmente, a la vuelta de las vacaciones de Navidad, había conseguido hacerle hablar de Perrie. Probablemente debido a que no había dejado de fruncir el ceño desde que regresó a casa.
Durante el vuelo de regreso a Chicago, el dos de enero, se había preguntado repetidamente si no había llegado la hora de dar por terminado aquello. La íntima conversación que había mantenido con Perrie, así como la exquisita ternura con que le había hecho el amor después, la habían convencido de que debía dar un descanso a su relación... si no romperla por completo.
Maldijo a Perrie por haber quebrado sus defensas, por haber derribado sus muros interiores. De alguna forma, se las había arreglado para llegar hasta su frágil corazón. Era lo único que podía explicar que se hubiera abierto y sincerado con ella como nunca lo había hecho con nadie.
Aquella noche le había dicho cosas muy feas y desagradables sobre sí misma. Y todavía estaba extrañada de que ella no se hubiera largado corriendo.
En realidad, el problema no era que la quisiera. El problema era que quererla significaba desear estar con ella, continuar con lo que había surgido entre ellas. Y eso, mucho se lo temía, no sería bueno a largo plazo... para la propia Perrie. Quererla significaba también que no deseaba verla sufrir. Y, sobre todo, que no fuera ella quien le infligiera ese dolor.
Pero eso era inevitable, ¿no? ¿Acaso no era la conclusión inevitable? Cuando las cosas se pusieran difíciles, ella se marcharía.
—¿Aún no has logrado convencerla? —dijo otra voz.
Leigh-Anne acababa de entrar en la oficina, vestida con un mono de mecánico. Un chorretón de grasa le tiznaba una mejilla y el sudor que corría por su frente hablaba de trabajo duro: nada de lo cual, sin embargo, lograba apagar un ápice su belleza.
—Te lo juro por Dios, Jade, si no llamas a esa chica, me olvidaré una llave inglesa en tu motor de cola y dejaré que te caigas del cielo y nos evites a todos de una vez tener que verte con esa cara.—
Jade puso los ojos en blanco.
—Pero si la vi el día de Martin Luther King, y hablo cada pocos días con ella...—
Debido al excesivo trabajo, no habían sido capaces de sacar tiempo libre para nuevos viajes. Pero sí que había conseguido hacer una parada de tres horas en el aeropuerto de Filadelfia. Perrie había conducido hasta allí y había pasado aquellas tres horas haciéndole cosas increíbles en la cabida de su reactor.
Rápidamente intentó hacer a un lado las sensibleras emociones que aquellos recuerdos le evocaban.
—Yo no he dado por terminada la relación.—
—No, pero piensas hacerlo —replicó Leigh-Anne, que la conocía bien. Danielle asintió, totalmente de acuerdo—. Definitivamente.— Jade fulminó a las dos con la mirada.
—Yo nunca pretendí ir en serio con esto. Dios mío, si vivimos en estados diferentes.—
—Y tú te ganas la vida volando —le espetó Leigh-Anne—. Un viaje en avión de Pittsburgh a Chicago te lleva menos tiempo que cruzar la ciudad en transporte público.—
Aquello era una locura. Casi parecía que Leigh-Anne esperara que Jade fuera a mudarse a Pittsburgh para vivir con Perrie. Y convertir en algo permanente lo que no era más que una aventura.
Reflexionó sobre ello. Jade Thirlwall, la rompecorazones de Chicago, viviendo a un par de manzanas de distancia de la típicamente perfecta familia americana de Perrie, con una casa llena de parientes que adoraban a Perrie y que la odiarían a ella.
«Ni hablar». Se levantó de golpe, dando tácitamente por terminada la conversación. Leigh-Anne y Danielle cruzaron una frustrada mirada, pero no dijeron nada más. La conocían demasiado bien como para saber que ya había abandonado mentalmente aquella habitación.
—Es tarde —dijo Jade, mirando el reloj—. Ya va siendo hora de que todas nos pongamos a trabajar, ¿no les parece? —forzando una carcajada, añadió—: Ojalá esa estúpida marmota no hubiera visto su sombra esta mañana. No sé si podré soportar otro mes y medio de invierno.
Leigh-Anne musitó entre dientes una frase ininteligible, algo relacionada con la palabra «reina de hielo», pero Jade prefirió ignorarla. Más discreta, Danielle le puso una mano en el hombro y se lo apretó cariñosamente.
—Te queremos, cariño. Sólo deseamos tu felicidad.—
«Amor. Felicidad» Dos palabras que ni siquiera habían figurado en su vocabulario durante sus primeros dieciocho años de vida. Y una de ellas, la primera, seguía sin figurar.
«Eso no era cierto», le dijo una voz interior. Amaba a la gente. Quería a Leigh-Anne, y a Danielle, y a su tío Frank. Quería a su hermana, a su compasiva manera. Suponía que quería también a sus padres, porque pese a su frialdad a su falta de cariño... seguían siendo sus padres, al fin y al cabo.
Entonces... ¿tan absurdo era ampliar aquel círculo para permitirse amar a una mujer? ¿A una sola mujer? Quizá mereciera la pena considerarlo...
—Lo sé —dijo al fin, dándole a Danielle un rápido abrazo. Como normalmente no era tan expansiva, sabía que seguramente su impulso habría tomado desprevenida a la mujer. Los ojos muy abiertos de Leigh-Anne indicaron la misma reacción.
—Hasta mañana, chicas.—
...Esto apenas comienza
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Paraíso al Descubierto || Jerrie +18✔️
FanfictionLa piloto Jade Thirlwall siempre ha aspirado a una vida llena de aventuras...sexuales. Afortunadamente para ella...¡ve realizado su deseo con los juegos perversos que practica con la atractiva Perrie Edwards! Después de un primer encuentro explosivo...