Su familia continuó manteniendo las distancias durante los días siguientes. Perrie no recibió una sola llamada de teléfono, ni un correo electrónico, y tampoco tuvo que soportar incursiones de reconocimiento disfrazadas de breves visitas de cortesía.
Se alegraba de ello, por supuesto. Ya no estaba furiosa por la escena que le habían montado la otra noche, eso no. Pero no le apetecía tener que lidiar con ellas en aquel momento de su vida. No cuando le estaba yendo tan bien.
Tal vez Jade no fuera su esposa, ni estuviera dispuesta todavía a confesarle su amor, pero se acostaba todas las noches con ella. Desayunaba frente a ella cada mañana y se acurrucaba a su lado en el sofá cada tarde, a ver una película. Usaba su pasta de dientes y dormía con sus pijamas, ya que su primer día de comprar en la ciudad no había incluido un camisón.
Incluso había hecho lo que le había sugerido el primer día y salía a trabajar desde allí. Su punto de salida no importaba, teniendo en cuenta que recogía a gente de todo el país y los llevaba a donde quisieran ir. De modo que no era un ajuste tan difícil: Perrie la llevaba al aeropuerto por la mañana y la recogía por la noche.
Estaban jugando a un nuevo juego: el de la pareja normal. Y nunca había disfrutado tanto.
El único fallo de aquel panorama era que si estaban jugando a aquel juego era porque un sórdido delincuente de Las Vegas andaba detrás de ellas. No se habían producido grandes avances en el caso, aunque se mantenían en contacto con el agente Parker, un inspector de Chicago y un policía local, que entre todos los supervisaban la situación.
Parker se había puesto furioso cuando se enteró de que el ladrón había podido acceder a los datos personales de denunciantes y testigos. A su primera conversación con Perrie, había seguido otra con el departamento de asuntos internos.
Solamente habían recibido una buena noticia: al fin habían logrado identificar el tipo. Parker contaba con algunos sospechosos, y cuando se enteró de la visita del ladrón a Chicago, el círculo se redujo a todos aquellos que habían partido hacia Las Vegas por aquellas fechas. Tras el envío de una foto por correo, tanto Perrie como Jade habían identificado a Simón Cowell, de cuarenta y seis años, ladronzuelo de poca monta.
El dato de que estuviera relacionado con una de las familias criminales de Las Vegas no les había alegrado precisamente el día. Pero que nunca hubiera sido acusado de un delito grave, y que Parker lo consideraba poco más que un pobre diablo sin arrestos para atacar directamente a nadie, significó un cierto alivio.
Tarde o temprano, el canalla acabaría cayendo. Perrie medio esperaba que fuera lo suficientemente estúpido como para presentarse en Pittsburgh. Sinceramente acogería con mucho gusto la oportunidad de reducirlo a pulpa por lo que le había hecho a Jade.
—Hey, tú —la llamó ella, interrumpiendo sus pensamientos cuando estaba cerrando el ordenador de su escritorio. Como ese día no había tenido que volar, había aceptado acercarse unas horas a la cervecera por la tarde, para ver dónde trabajaba.
La tarde se había convertido en noche, ya que se había producido una crisis con los distribuidores. Pero Jade le había asegurado que no se había aburrido nada, insistiendo en que le había encantado ver cómo funcionaba la planta embotelladora. Había probado y elogiado su cerveza, antes de sentarse silenciosamente en un rincón del despacho mientras Perrie resolvía la crisis.
Una vez que terminó la última llamada de teléfono, Perrie se levantó del sillón y se llevó una mano a la frente, cansada
—Creo que necesitas un masaje —le dijo ella, acercándose.
—Mmmm. ¿Ahora quieres que juguemos a la masajista?—
—Podría encajar en mi repertorio.—
Abandonaron el despacho tomadas de la mano. Apenas habían dado unos pasos fuera del edificio cuando un vehículo muy familiar entró en el aparcamiento.
—Oh, diablos...—
A su lado Jade se tensó, súbitamente alerta.
—¿Qué pasa?—
—No es tanto qué, sino quién —el Cadillac se detuvo justo frente a ellos—. Estás a punto de conocer a mi tía abuela Jean.—
—Oh, estupendo. Me muero de impaciencia —repuso, irónica.
Perrie tenía muchas cosas que decirle a su tía abuela, tanto por el allanamiento de morada de la otra noche, que indudablemente ella había encabezado, como por la manera en que se había escabullido después por la puerta de servicio.
La mujer bajó del auto envuelta en las sombras del aparcamiento y se acercó a ellas con una cierta prevención. Sus horribles botas vaqueras de color rojo sangre resonaron alegremente en el asfalto.
Perrie estaba a punto de abrir la boca para advertirle que tuviera cuidado con sus palabras cuando Jade exclamó:
—¿Señora Rush?—
—Hola, Jade querida —dijo la anciana, inclinándose para besarla en la mejilla—. No puedes hacer idea de lo contenta que estoy de verte aquí —arqueó las cejas en dirección a Perrie—. Y en tan deliciosas circunstancias...—
Perrie no podía moverse, no podía hablar, no podía formular un solo pensamiento coherente. Sólo era capaz de una cosa: quedársela mirando con fijeza mientras se preguntaba cómo era posible que su tía abuela conociera a su amante.
—No lo entiendo —pronunció Jade, aturdida.
Pero Perrie sí. O estaba empezando a entenderlo.
—Maldita sea. Bruja manipuladora...—
Su tía ignoró su indignación como si fuera un olor molesto y puso la mejilla para que le diera un beso. Que Perrie no le dio.
***Oie khé? Los leo.
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Paraíso al Descubierto || Jerrie +18✔️
FanfictionLa piloto Jade Thirlwall siempre ha aspirado a una vida llena de aventuras...sexuales. Afortunadamente para ella...¡ve realizado su deseo con los juegos perversos que practica con la atractiva Perrie Edwards! Después de un primer encuentro explosivo...