Capítulo 079.

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Solté un suspiro profundo, recargándome sobre mis codos. Estaba agotada de estar confundida. ¿Se entiende? Estaba harta de todo y de todos. Cansada de lidiar con tantos problemas y reproches. ¿Lo merecía? No lo sabía, a estas instancias todo era posible. Ni siquiera tenía hambre y eso era realmente raro en mí, tanto que hasta papá había comenzado a amenazarme con llamar al doctor Stewart si no probaba la cena que Marie había preparado.

—¿Qué es? —Pregunté al sentarme en mi respectivo lugar.

—Una deliciosa lasaña. —Respondió ella dejando un plato frente a mí.

Y entonces lo probé; al primer bocado ya sentía ganas de vomitar. No estaba muy segura sobre lo que ocurría dentro de mí y tampoco le tomaba tanta atención a ello, y definitivamente estaba cometiendo un error. No podía descuidar mi salud por creer que era infeliz. Debía retomar fuerzas y seguir adelante, tal y como Justin solía decirme.

Alcé la mirada y encontré a papá y a Marie platicando mientras disfrutaban de la cena. No podía negar que estaba delicioso, pero era como si no pudiera digerirlo. Como si mi cuerpo no lo necesitara. Y decidí rendirme.

—¿Puedo ir a mi habitación? —Pregunté, ambos se callaron y me observaron.

—No has comido nada...—Reprochó papá luego de colocarse sus lentes.

—No me siento bien.

Dio un suspiro. —De acuerdo, ve.

Luego de eso salí del comedor, subí las escaleras con lentitud y me adentré a mi habitación. Sin más me recosté sobre mi preciada cama y cerré los ojos, sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Llevé ambas manos hacia ésta y froté mi cien, rogando que dejara de dolerme. Al cabo de unos minutos el dolor se había esfumado y también mis ganas de vivir. Comencé a imaginar una vida paralela a la que llevaba; con una madre cariñosa y protectora, un padre lleno de salud, amigas en las que confiar, paz en mi interior y así me mantuve, soñando despierta por al menos dos horas.

Estiré mi brazo y tomé mi iPhone entre mis manos. Eran las diez y veinticinco de la noche, viernes. Me convencí a mí misma de ir a algún bar o pub nocturno, ya era mayor de edad para poder entrar a ellos. Me di una ducha corta pero relajante y me vestí con un jean negro algo rasgado en las rodillas, una blusa blanca y una camisa a cuadros. Tomé mis botas y me las coloqué. Para entonces habían pasado unos cuarenta minutos. Bajé las escaleras y fui hacia la oficina de papá, donde lo encontré acomodando su papelerío.

—¿Saldrás? —Preguntó sin poner su mirada sobre mí.

—Sí, volveré en un rato. —Respondí, dando media vuelta.

—¿Bieber va contigo?

Frené en seco antes de cruzar el umbral. —No...voy sola.

Él asintió. —Ten cuidado, _____.

—Lo tendré, papá. No te preocupes.

Volví hacia él para darle un beso en la mejilla y así irme en paz. Al salir de la casa, saqué las llaves de mi auto de mi bolsillo y me subí a éste, encendiéndolo y comenzando a conducir con tranquilidad. La carretera no era tan oscura y eso me mantenía despreocupada. Desde ya no me sorprendía ver a personas haciendo ejercicio a estas horas de la noche, puesto a que una vez quise intentarlo con un grupo bastante agradable pero acabé quedándome sin aire. En ese entonces tenía trece o catorce años, y era llamada "gorda".

Apreté el freno al descubrir que el semáforo estaba en rojo. A mi lado también frenó un auto, el cual iba repleto de chicos y chicas que no pasaban los dieciséis años. Quité mi vista de ellos en cuando uno de los chicos me miró y comenzó a tocar la bocina del carro exageradamente. No tenía ánimos ni una pizca de tolerancia a semejante estupidez, así que decidí acelerar. Y no, no buscaba ser una "rebelde", tenía en cuenta de que luego de esta noche seguiría con mi tristeza, así que la disfrutaría.

Invisible »Jb. |FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora