Kapitel drei

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Los miembros restantes de la guardia real junto a otros soldados lograron dar con los hombres de Längenfeld antes de que éstos pudiesen huir hacia las fronteras. Los atraparon y los encerraron en el calabozo que existía en el mismo palacio.

Jimin había sido uno de los que más se había esforzado para lograr detener a los soldados de Längenfeld. El muchacho sentía que se estaba pudriendo por dentro. Sentía que la culpa recorría su cuerpo entero, desde la punta de sus cabellos, la pasando por la boca de su estómago, hasta la punta de los dedos de sus pies. El asco que sentía de sí mismo era tan fuerte que más de una vez tuvo que retener las arcadas que amenazaban con azotar su cuerpo.

No los había protegido. Sus reyes y parte de la guardia real habían muerto sin que siquiera haya podido dar su vida por ellos. El juramento que hizo el día en que se convirtió en un miembro de la guardia real le golpeó en la cara como si hubiese sido cacheteado.

De pronto, el rostro de su mejor amigo se hizo presente. Le había fallado a Jin de la peor manera. El padre de su señor había quedado bajo su cuidado y él había fallado.

Golpeó uno de los muebles de su habitación con una fuerte patada, sin importarle el dolor que sintió. Los perros de Längenfeld tenían que pagar con sangre fresca, y él estaría dispuesto a morir en combate por recuperar el honor de Gmunden, de su actual rey SeokJin.

El mismo día de aquella masacre, Jimin se ofreció para dar castigo a los perpetradores del crimen. Como miembro de la guardia real, era su responsabilidad. Sus compañeros también habían sido víctimas.

TaeHyung y NamJoon pidieron lo mismo y para los tres fue concedido. Jimin prefirió torturarlos primero, quemando sus cuerpos con el frío hielo que lograba controlar. Les arrebató pedazos de dedos, manos y sus pies, pero no quedó satisfecho.

TaeHyung también los torturó, ahogándolos una y otra vez, pero sin llegar a matarlos, sólo disfrutando de los esfuerzos que hacían por intentar respirar. En algo calmaba a su atormentada alma, pero la culpa seguía presente.

Quien finalizó el trabajo fue NamJoon, quien los hizo estallar con sólo tocarlos. Había quedado cubierto de sangre gracias a ello, pero no le importaba. Lo único que quería era vengar el golpe que le habían dado a Gmunden.

Todos estaban listos y dispuestos para batallar al lado de SeokJin, una vez que se recupere y la tormenta pase, podrían tomar las armas y hacer sufrir a Längenfeld.

Los siguientes días, Gmunden se sumió en un frío invernal. Todo el pueblo comprendía la situación de SeokJin e incluso ellos lo acompañaban en su dolor. Había sido una pérdida que no imaginaron. El rey y la reina habían sido asesinados a tan corta edad. No era el momento en que un rey dejaba el trono, ni era el momento en el que un joven lo asumiera.

Seis días pasaron en los que no hubo ningún cambio en el clima, el simple frío estaba presente en todo momento. Seis días pasaron desde que SeokJin no salía de su habitación. Seis días pasaron desde que Jimin no podía ver la cara de SeokJin.

Al séptimo día, Jin se levantó para enterrar a sus padres y a sus mentores, junto a Siwon. Aquel día la lluvia no paró, como tampoco lo hicieron sus lágrimas mientras sus padres eran enterrados.

Recordó pequeños momentos sin importancia junto a ellos. La benevolencia y cariño de su madre, la sabiduría de su padre. Ese hombre había reinado a Gmunden de la mejor manera, pero él, SeokJin, no estaba hecho para ser rey. No deseaba tomar el trono de su padre.

Todo el pueblo asistió al funeral de los reyes y los miembros de la guardia real. SeokJin parecía ido, sin siquiera mantener una fachada por fuera. Su hermana pequeña intentaba llamar su atención, pero él no podía escucharla. Parecía que ella estaba llorando, pero Jin no estaba seguro.

Hallstatt - YoonJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora