XIII. Apocalipsis a la vuelta de la esquina

1.4K 109 31
                                    

Lanzando un profundo suspiro de fatiga tras haber permanecido en la misma posición por un largo rato, Ramón finalmente se enderezó, haciendo crujir sus vértebras una por una, y luego se limpió las manos negras de grasa con un trapo viejo que había dejado encima del auto. También tenía manchas en la camiseta de franela y en los pantalones, pero de esas se iba a tener que ocupar después.

Desde el otro extremo de la habitación, Luna alzó los ojos impacientemente. Había estado tratando de adivinar en sus gestos hasta la más mínima indicación de que recibiría buenas noticias, pero sabía que tendría que preguntar, porque si se hubiera guiado por el rostro del muchacho que apenas le había dirigido la palabra desde que había llegado, ya habría perdido todo tipo de esperanza. —¿Y?—se acercó lentamente, de brazos cruzados.

Él se secó el sudor de la frente y la miró.—Se fundió el motor—le dijo, de sopetón y sin anestesia.

—¿Cómo?—su voz subió una octava debido a su conmoción.

Él se resistió de poner los ojos en blanco, pero apenas lo logró. Seguro sentía que era injusto haber tenido que desperdiciar minutos tan preciosos en un asunto que la involucraba a ella. —El motor está generando calor constantemente, ¿no?—empezó a explicar sin ganas. Ella asintió como si entendiera de lo que estaba hablando.—Bueno, el radiador lo refrigera para que no se recaliente, como...—pausó para buscar las palabras adecuadas.—...como las venas que le llevan sangre al corazón para que siga latiendo—concluyó vivazmente, haciéndole señas con la mano para que se acercara. Ella obedeció de manera precavida y se ubicó a su lado mientras él movía un par de tubos que por suerte ya habían dejado de largar humo. Le señaló el lugar en el que evidentemente se había abierto una goma negra. —La manguera que se rompió es la arteria aorta, la más importante de todas. El corazón siguió bombeando pero como no le llegaba sangre, ¡pumba! A la mierda el tutú—concluyó antes de cerrar el capó con ímpetu. A Luna le acababan de notificar que se había quedado sin medio de transporte, pero en su cara había una sonrisa inconsciente, producto de lo acertada e inteligente que le había parecido la explicación. Segundos después, Ramón lo notó y pudo leerla casi de inmediato.—Me interesa mucho la biología—dijo, rascándose la nuca, algo avergonzado. Era la primera vez que lo veía gesticular una emoción que no proviniera de un lugar de desprecio o altivez.

—¿En serio?

—¿Por qué te sorprende tanto?

—Porque tenés una pinta de burro...—murmuró, mitad en broma, mitad en serio.

Rápidamente, él giró la cabeza para mirarla con una seriedad más filosa que una espada. Se arrepintió apenas lo dijo, pero su instinto de llevarse la mano a la boca y disculparse profusamente fue interrumpido por la carcajada melodiosa que soltó él, la cual iluminó sus facciones, tan a menudo serias, como los destellos de un faro en la oscuridad. Aparecieron sus dientes perfectamente alineados, y sus ojos se entrecerraron levemente.—¿Por qué no te vas bien a la mierda?—le dijo con tono compinche, mientras se agachaba para levantar un par de herramientas oxidadas.

Tal fue la sorpresa que se llevó Luna que su cuerpo se entumeció por completo, pero después se permitió relajarse un poco porque no quería quedar como una idiota y arruinar el pequeño avance que había logrado. —¿Y tiene arreglo?

—Sí, pero en cualquier lugar te van a arrancar la cabeza.

—¿Cuánto?—ambos se sobresaltaron por la voz de Carlitos.

Lo vieron parado en la entrada el garaje, con un brazo apoyado contra la pared. Tenía la boca llena y masticaba lentamente, abstraído en la taza de yogurt con cereales que sostenía. Iba por la tercera, aunque Luna le había advertido que iba a arruinar su apetito para la cena. La madre de Ramón le daba con todos los gustos.

Coronados de gloria |El Ángel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora