IX. Muchacha ojos de papel

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El sueño de Luna fue interrumpido por una caricia que recorrió su frente, suave como una pluma y sutil como una brisa primaveral que acarrea el bordoneo alegre de la paz. No había dormido mucho, pero por alguna razón el descanso había sido revitalizador y tan profundo que apenas abrió los ojos se olvidó de dónde estaba. Le bastó con darse cuenta que el rostro de Carlitos estaba a escasos centímetros del suyo para acordarse. Respiraba como si siguiera durmiendo, pero estaba despierto. En la penumbra, pudo ver que sus ojos la miraban, dedicándole una atención adictiva y estremecedora que creyó que nunca volvería a experimentar. No parecía real. Pero después él acercó su mano de nuevo y le corrió un mechón de pelo detrás de la oreja, y el roce fue cálido y afectuoso como lo había sido siempre, comprobando a veces la realidad supera los límites de la ficción. Uno siempre asocia lo que es demasiado bueno para ser verdad con los sueños, pero en ese momento Luna no quería otra cosa que seguir despierta.

Agradeció a todos los santos de los que había escuchado que no tenía ni un rasguño en la cara. Seguía impecable y tan bello como siempre. Quizás lo que había anhelado todo ese tiempo no era verlo de nuevo, sino saber que estaba vivo, saber que estaba bien a pesar del peligro que llevaba con él como un tatuaje.

Quiso estirar la mano para acariciarlo, recorrer su mejilla y mentón con los nudillos, pero no sabía si el gesto sería bien recibido -tampoco sentía que tenía el derecho de hacerlo.

Ni siquiera debía estar ahí.

De repente se quiso morir y la inundó un sentimiento de bochorno. ¿Cómo se le había podido ocurrir mandarse en una casa ajena así nomás? Ojalá pudiera culpar al alcohol por su exabrupto, pero no había tomado ni una gota. Había sido una decisión consciente -o no tanto, porque a veces el corazón tiene razones ajenas a la razón.

A Carlitos no parecía importarle demasiado la intrusión, pero su expresión era imperturbable la mayoría del tiempo y querer descubrir qué era lo que pensaba era una misión destinada a convertirse en un fracaso. ¿Estaba enojado? ¿Le alegraba verla? ¿Pensaba que era una desubicada?

Después le sonrió despacio, lentamente, inclinando la cabeza para adelante en un movimiento cadencioso y a ella se le olvidó por todo lo que había tenido que pasar para ver esa sonrisa de nuevo. Todo lo malo, lo bueno y lo que quedaba entre medio. Todo había valido la pena si lo podía ver sonreír de nuevo.

—Luna—susurró dulcemente, incorporándose para apoyar el codo sobre la almohada y la cabeza sobre la palma de su mano.

Escucharlo decir su nombre nunca iba a dejar de hacer que su corazón diera un vuelco.—Carlos—contestó ella, mesmerizada por la forma en que se mojó los labios antes de volver a hablar.

—¿Querés que vayamos a dar una vuelta?

—¿A esta hora?—cuestionó, ya que desde las ventanas seguía entrando pura oscuridad.

Carlitos encongió el hombro que le quedaba libre. —En China ya es de día.

Le hubiera gustado quedarse acostada, pero le estaba empezando a incomodar el hecho de que estaba sola en una habitación con dos chicos en ropa interior. Así que asintió. —¿Y Ramón?

Él se giró hacia su amigo. —Ramón, ¿estás despierto?

Ramón se movió un poco y después de decir algo inteligible, rezongó, tapándose la cabeza con la almohada. —Dejame dormir, la concha de tu madre.

Carlos la miró de nuevo. —Me parece que no quiere venir.

Cuando se levantaron, ella decidió salir de inmediato para darle privacidad. Ya bastante se la había invadido. A él no se lo veía incómodo en su presencia porque se destapó y se levantó de un salto, pero ella dio vuelta la cara, totalmente sonrojada y le dijo que lo esperaba en la puerta principal.

Coronados de gloria |El Ángel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora