Capítulo 1: Gracias, Madrid

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El viento fresco golpeó mi rostro apenas puse mis pies en la acera, salía justo del portal del edificio donde vivía

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El viento fresco golpeó mi rostro apenas puse mis pies en la acera, salía justo del portal del edificio donde vivía. Tomé unos segundos para cerrar los ojos, inspirar y soltar el aire. Cuánto amaba el frío de esta ciudad y mis manos dentro del abrigo dándose calor. Y yo, siempre,  queriendo como nunca comenzar un nuevo día. Un día helado pero que prometía.

No era de aquí, por supuesto. Sino de otra forma estaría comenzando a contarte esta historia hablándote de lo acostumbrada que estaba a este clima.

No, yo era de un país tropical, hermoso y único: Venezuela. Ubicado en Sur América, frente a las costas del Mar Caribe y unido a las fronteras de Colombia y Brasil. Estratégicamente ubicado por el cosmos justo debajo del Ecuador, lo que lo privilegió con las cuatro estaciones casi al mismo tiempo. Siempre con lluvias y aires frescos, siempre el verano que no acaba y el frío perpetuo de los picos más altos del mundo, sin contar que al Este siempre está nevando.

Hace dos años llegué a un país nuevo a aventurarme y a crecer. Extrañaba cada minuto el lugar de donde venía, pero al mismo tiempo estaba aquí enamorándome de todo cada segundo. España tenía mucho de eso que a mi me gustaba. El respeto con el que crecí, una cultura distinta, oportunidades y caras nuevas.

Había sido difícil congeniar al principio, pero con el paso del tiempo me adapté, me acostumbré y aquellos con los que me había tocado relacionarme se acostumbraron a mí.

Había terminado mis estudios en la ciudad en la que nací, Valencia. Comunicación Social, Periodismo mención Audiovisual. Luego de eso, emprendí el gran viaje que me trajo hasta aquí.

Vine con la visión de estudiar una maestría que me ascendiera un escalón más en conocimientos sobre el periodismo, sobre redacción y letras. Y lo hice. Con el mayor entusiasmo del mundo, después de eso sólo pude sentir apego a todo y quedarme a vivir. Es difícil saber que por mucho tiempo no podría volver a mis raíces, pero había encontrado la manera de traerlas conmigo para no extrañarlas demasiado  en el proceso de adaptación.

A mi familia no podía traerla. Tenía un montón de hermanos y todos ellos estaban viviendo su vida alrededor del mundo. Y a mis padres tampoco podía traérmelos. O por lo menos no el tiempo que quisiera.

Ellos aún viven en Venezuela, pero van yendo por períodos allí a donde sus hijos estén. Ahora están en Canadá, con Sophia, mi hermana mayor que es médico. La hija de mi papá que aprendí a amar como si fuese mi sangre.

Hace seis meses estaban en México con Cara, mi Gemela. Ella también es médico, pero prefiere el picante y la vida de esos lados. A ella también la extrañaba a morir.

Yo podría esperar que estuviesen aquí para las fiestas, pero vamos, no me agobiaré antes de tiempo.

Reanudé el paso y me adentré al bullicio y a la gente de Madrid. Familias que llevaban a sus hijos al colegio, gente juiciosa entrenando sus cuerpos mientras escuchaban música y gente como yo, que se abría camino hacia el metro para ir al trabajo.

UN BUEN AMOR (TERMINADA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora