Capítulo 23: ¿Estamos locos?

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Carolina Díaz

—Me quedo— dijo Majo.

—Yo también— dijo Maga.

Y yo sonreí. Estábamos completas.

Ellas le habían pedido a su familia dejarles pasar este 24 con nosotros en Estados Unidos. Habían razones de peso y ellas no podían perderse nada. Jack y Daniel también vendrían.

Comenzamos a correr de aquí para allá. Fuimos a las tiendas con mi madre y la madre de Matteo. Compramos zapatos, bolsos y los regalos de todos para navidad. Nos reímos porque todos nos separamos incluso estando en el mismo centro comercial. Envolvimos todos los regalos separados, así nadie sabría qué le había comprado uno al otro. Metteo, obviamente, se quedó conmigo.

—Esto es algo de grupo— le había dicho.

—No puedo estar más de acuerdo.

Tomados de la mano, hicimos las compras. Compramos suéteres horribles para usar, con calcetines y juegos de mesa por montón. Compramos los regalos de todos y los montamos en la camioneta.

—Vamos a tomarnos algo.

Asentí.

Esperamos al resto mientras tomábamos y comíamos un postre entre charlas.

Y cuando el 24 llegó, en casa de Matteo, cada uno abrió varios regalos.

—Joder, tía. Que es el mejor diciembre que he vivido. A mí ni de niña me regalaban tanto— Majo habló.

Reímos, los que sabíamos español. Ella volvió a decirlo en inglés.

—Que me han regalado el perfume que quería— dijo. —Qué monada, gracias. Gracias a todos.

Asentimos. Había recibido mucha ropa, perfumes, zapatos y una edición especial de libros de su autor favorito.

Se lo había regalado el primo de Matteo, que miren ustedes por dónde, empezó a hacer movimientos. Majo encantada, y nosotros también. Olé ella y el amor.

Maga recibió una edición especial de discos flamencos, un montón de galletas de sus preferidas y mucho maquillaje. Había desarrollado una nueva afición.

Mi familia se llenó de regalos por parte de la familia de Matteo. Eso me llenó de felicidad. Mi familia los llenó a ellos de vuelta. Aunque no se entendieran muy bien por los momentos, ellos vibraban juntos. Y no podía pedir nada más.

A Matteo le regalé una fotografía de las estrellas en la hora y minuto en el que había nacido. Él era el cielo.
Puso en mi cuello una cadena de oro que como único dije tenía una moneda con una ola grabada, porque yo era el mar.

Comimos, bailamos y amanecimos como acostumbrábamos en nuestra parte del mundo y les enseñamos a los demás a disfrutarlo. No hubo problema. Ellos eran como nosotros.

En la mañana desayunamos con chocolate caliente y una excursión familiar llena de risas, vivencias y juegos. El Aura era inmejorable y lo sentíamos todos.

—¿Estás nerviosa?— me preguntó Matteo apretando mi mano.

—Es increíble, pero no. Estoy en calma.

Y lo dije sonriendo. Así debía ser siempre. Las personas de tu vida debían generarte calma. La misma sensación de sentirte a salvo cuando, dentro del mar, puedes tocar la arena del fondo con los pies y seguir respirando.

Tres días después, yo me uní a mi cielo y el cielo de fundió con el mar. Ante Dios y felices, Matteo y yo habíamos prometido querernos toda la vida en una boda pequeña, íntima y perfecta que Maga había organizado en un dos por tres.

Fue mejor de lo que alguna vez pude haber soñado siquiera para cualquiera de los personajes que idealizaba en mi cabeza.

Dijimos los votos llorando como se llora cuando te das cuenta de lo bendecido que eres.

Incluso Jack y Daniel estuvieron presentes, juntos y felices por haber revelado su noviazgo. Porque aquí todo se trata del amor, de la confianza y del dejarse ser.

Ni siquiera tuve un vestido tradicional. Tuve un traje muy moderno y que me hacía subirme a la vida con todas las ganas del mundo.

Y nos fuimos de viaje. Un largo viaje de redescubrimiento. Caribe, playas, las cascadas más altas del mundo, los picos altos, la nieve y más. Y de regreso, comenzamos el viaje de nuestras vidas. Siendo, dejando ser y queriéndonos bien.

No habían segundas oportunidades. No había duda, ni en su mirada ni en la mía. No había el famoso "si hubiera" porque lo habíamos vuelto una realidad.

—¿Estamos locos, Matteo?— pregunté. Su mano entrelazándose con la mía y sus ojos azules inundados de todo me respondieron antes, pero igual lo dejó salir.

—No, morena. Estamos enamorados.

 Estamos enamorados

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