Cap. 3: Australia.

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            -Que lindo estar en casa. –Mamá soltó después de apoyar todo lo que venía cargando desde el  auto en la mesa de nuestra nueva casa.

            -Ma, ¡No paso! –Lauren gritó porque ella aún estaba sosteniendo bolsos, abrigos, y demás en sus brazos, y  Anne Marie no la dejaba pasar por la puerta.

            -¡Quiero ver mi habitación! –Harry, que no había bajado  nada, se escurrió entre las dos mujeres y corrió por los pasillos y escalera hasta que tras abrir un par de puertas que no eran las correctas, llegó a la suya, se sentían sus gritos de felicidad desde abajo. Me reí.

            Ni bien la puerta de entrada se descomprimió de gente, mi novia y yo entramos abrazados. Mamá había insistido en que sólo llevemos nuestros respectivos bolsos cada uno, no me dejó ayudarla con todo lo demás, así que más para sentir que ayudaba, que por cortesía, también llevaba las cosas de mi chica, Amelia Parks.

            Había conocido a Am en una unidad de recuperación en el hospital japonés donde me encontraba, ella era una norteamericana que había sido trasladada allí después  de que sus padres la abandonaran, así que una vez que su tratamiento terminó, simplemente había quedado dando vueltas por el hospital como asistenta. Gracias a no sé qué fuerza, los dos nos habíamos recuperado, y llevábamos más de medio año sin evidencia de cáncer. Am había tratado con quimioterapia por demasiado tiempo, así que su pelo había dejado de crecer. Le aseguraron que en algún momento, las células podrían recomponerse y así sería tan peluda como antes, pero ella decía que no iba a pasar, porque su cuero cabelludo la estaba castigando por haberlo llenado de tinta tantas veces, lo cual era cierto. En todas las fotos que me había mostrado, tenía el pelo de distinto largo, y color. Generalmente eran colores cálidos, mucho rojo, fucsia, naranja y amarillo, pero en sus últimos días antes de la quimio, tenía las raíces azules, pero luego acababa con unas puntas lilas. Ese look era mi favorito, aunque si ella preguntaba, le decía que nunca se había visto más linda que ahora, obviamente no me creía, pero sinceramente, era verdad en parte, porque en casi todas las fotos ya estaba en tratamiento, así que se la veía decaída, con ojeras, ahora, en cambio, parecía feliz. Con su pañuelo celeste sobre la cabeza, y un vestido con un fondo del mismo color, con margaritas diseñadas en el, porque sabía cuan atractivos se veían los vestidos en  ella, y unas converse blancas  que siempre usaba para todo.

            -¿Necesitas ayuda con algo, ma? –Ofrecí.

            -No. Ustedes vayan. –Sacudió la mano despreocupada, sin dejar de ordenar.

            -Cualquier cosa avisá, ¿Sí? –Le pregunté y ella asintió, justo cuando su celular empezó a sonar, miró la pantalla, y abrió las ventanas al patio para ir a atender allí. Cerró la puerta detrás de ella, como si buscara confidencialidad, a lo que Amelia y yo nos miramos confundidos, para finalmente subir a la  que sería mi habitación. Ni bien entramos, ella se tiró sobre la cama, el vestido se subió hasta la parte superior de sus muslos, obviamente fue algo que presencié, esa imagen tan provocadora producía más sensaciones que verla directamente desnuda.

            -Estoy cansadísima. –Se quejó, a duras penas le entendí, ya que su boca descansaba sobre su brazo, donde apoyaba su cara. Me acosté al lado de ella, y la abracé por la cintura. Casi nos quedamos dormidos, cuando me di cuenta que Luke me había pedido que avise cuando llegara, ya que la semana anterior le comenté que volvería.

            -¿Amor? –Llamé a mi chica, que ni se molestó en abrir los ojos, simplemente hizo un sonido demostrando que escuchaba. –Hoy probablemente vaya a saludar a los chicos, y tal.

Destinados. (Ashton Irwin).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora