Cap. 12: ¿Salvada?

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Ya había pasado una semana. Ninguno de los chicos me hablaba. Las chicas, al terminar el secundario, se habían ido a vivir a Melbourne, y si bien yo estaba enterada sobre la relación que seguían manteniendo, no me interesaba ir a sus reuniones, y cuando venían a Sydney a encontrarse con Zara y Tina, que se quedaron estudiando respectivamente Abogacía y Periodismo, generalmente se olvidaban de invitarme, o yo me olvidaba de ir.

            Mientras tanto, Jenn andaba dando vueltas con un chico que conoció en cierto bar hace unos días atrás. No lo sabía por ella, sino por sus redes sociales, porque si bien ya estábamos distanciadas, el asunto de Luke la alejó del grupo y a duras penas nos hablábamos. Ya no era como antes, pero estaba bien con eso. En realidad no, pero podía lidiar con eso. Como lidiaba con tener a los chicos lejos, con no saber si en algún momento la pelirroja y Luke cortaron oficialmente, con no tolerar a mis viejos, con sentirme sola.

            Estaba tirada en mi cama, el acolchado que me había ocupado de mantener impecable por años, ahora estaba cubierto de manchas de gaseosa, grasa, y las sábanas eran incómodas por la cantidad de migas que se clavaban tanto en el colchón como en mi piel, escurriéndose por mi piyama y adhiriéndose a mí. La computadora portátil que mis viejos me habían regalado hace casi tres años, en el  estado decadente en el que se encontraba, reposaba sobre mis piernas. Conectada al cargador porque había tenido que sacarle la batería, ya que ésta causaba cortocircuitos. Yo ya había aprendido a omitir usar las letras “P” y “U”, porque estas habían sido arrancadas accidentalmente del teclado años atrás.

            La luz del sol intentaba filtrarse por entre las rendijas de la persiana que llevaba cerrada desde el día siguiente a la noche en la que discutí con los chicos, pero no iba a dejar que me ilumine, porque sabía que quince minutos a la luz del sol le hacen algo a tus hormonas, y te pone de buen humor. Yo no quería estar de buen humor. Yo merecía estar exactamente como estaba ahora por la mierda de persona en la que me convertí desde que Ashton me dejó. Ser miserable se veía justo. Condenada a ver el tiempo pasar sin poder detenerlo, y sin fuerzas para aprovecharlo, era tan desesperante que acababa por volverte loca, e infinitamente triste, cuando después de insistir todo el día, el sol finalmente se daba por vencido, y se escondía en el horizonte resignado.

            Me gustaría haberle dado un significado más poético al sol, decir que era “mi acompañante en mis días de soledad”, pero no era así. El sol era literalmente una bola de gas quemándose a millones de kilómetros de la Tierra, como un recordatorio constante y molesto que indicaba que el día pasaba, y yo no había hecho nada de el. No recordaba cual había sido mi último día productivo. Había estado con los chicos, y recordaba días felices, y tal. Pero no aparecía en mi memoria la última vez que yo había hecho algo que fuese relevante en un par de años, que me sirviese en un curriculum.

            Acabé por dejar de pensar en ese tipo de cosas porque ahora tenía ganas de llorar. Terriblemente asustada porque bien, tenía veinte años, pero en algún momento me despertaría exactamente igual, pero con cuarenta, y sin un puto progreso en la vida. Mientras Luke y Mike ya estarían casados entre ellos, Calum sería un buen padre de familia dando sus últimos logros en el trabajo para pagarle los años finales de estudio a sus hijos, y Ashton estaría felizmente casado, y aún profundamente enamorado de esta chica que conoció allá por el 2016, cuando yo caí en una especie de depresión tras hacerle algo terrible a él y a sus mejores amigos, y se dio cuenta de que yo ya no valía la pena.

            En cambio, seleccioné cualquier serie que Netflix me haya recomendado en ese  momento, e introduje la mano en los Doritos que tenía a mi derecha. Deseando secretamente ser salvada, miré mi teléfono en busca de un mensaje, alguien considerablemente preocupado preguntando cómo andaba. Quien fuese. No había nada. Me hundí en mi almohada, y me permití quedarme dormida. Porque mientras dormía, por lo menos la mitad del tiempo, mi lado conciente estaba desactivado, y eso era exactamente lo que quería.

Destinados. (Ashton Irwin).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora