Cap. 9: Besos.

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Meg me dedicó una mirada cómplice cuando al entrar a la casa de sus padres, había una nota sobre la mesa, donde se leía:

            “Megara:

Fuimos al teatro, no vamos a dormir en casa. Nos vemos mañana.

                                                                                              Mamá y papá.”

 

Me llamó la atención no saber los nombres de sus padres, me recordaba un poco a “Los Padrinos Mágicos”, y los nombres desconocidos del Sr. Y la Sra. Turner. También noté la falta de cariño en  la nota. Sin duda la caligrafía delataba que había sido escrita por una mujer, letra prolija, clara, delicada, pero era sólo un aviso, no contaba si quiera con un “Cuidate”, o “Te queremos”, era nada más que información en un pedazo de papel.

            Miré a Meg, sus labios carnosos tenían un color rojo intenso en general, en respuesta a que ella pasaba el día mordiéndolos o relamiéndolos, pero en ese momento estaban rosas, dándole más inocencia de la que poseía. Recordé como solían moverse sobre mi piel y empecé a sentir como mi cuerpo mostraba signos de extrañarla tanto como mi cabeza.

            Ella se dio vuelta para empezar a caminar hacia su habitación, haciendo un gesto para que yo la siguiese. Mis ojos fueron desde su cabeza, con aquel pelo color azul suave, deslizándose por su espalda, hasta sus pasos decididos golpeando el suelo de madera una y otra vez. Puede que haya detenido mis ojos en su culo más de una vez, pero parecía que ella lo buscaba, porque en realidad, nunca antes había visto que menease tanto las caderas al realizar una acción tan simple como caminar.

            Llegamos a su habitación y se acostó en su cama. Era un lugar en el que no había estado antes. El acolchado sobre el que estaba acostada era color crema, con flores lilas sobre éste. Del mismo color era el sillón que estaba en la esquina de la habitación, apoyado en una  de las paredes blancas. Pósters en tonos violáceos colgaban sobre la cama, con frases tales como “Ten un buen día”, o “Sé amable” en inglés.

            -Estoy cansada. –Dejó salir, escondiendo la cara entre sus brazos. – Y hace frío. –Ahí lo tenía, la excusa perfecta para acurrucarme contra ella, pegando mi pecho a  su espalda. Pero no duramos mucho en esa posición antes de que Meg se diese vuelta y apoyara una mano en mi pecho, sin distanciarse. Sentí su respiración chocar contra mi nariz y cerré los ojos, abriendo un poco la boca, esperando el beso que nunca llegó. -¿Te acordás que te dije que te había extrañado? –Abrí los ojos nuevamente para encontrarme con una Meg de ojos iluminados, como si estuviese contando una broma muy graciosa, ansiosa por llegar al final.-¿Vos me extrañaste a mí? –Asentí rápido.

            -Sí. Muchísimo. –Cerré los ojos y me volví a acercar a su boca, dispuesto a desgastarla contra mis labios. Ella se alejó, con pose pensativa, como considerando las opciones.

            -Pero vos sabías que me volverías a ver... Y además, tuviste a alguien más mientras tanto. –Tocó un par de veces el costado izquierdo de su barbilla, pensante. –Me parece que te voy a hacer extrañarme un poquito más. –Me advirtió, pensé que entonces se alejaría, pero en cambio decidió torturarme, posicionando sus dedos con sutileza en mi cuello, dedos índice y pulgar  jugando con el lóbulo de mi oreja, yo me encontraba totalmente confundido, a la merced de la chica acostada en posición fetal en frente  mío. Su respiración se acercó a mi cuello, y sus labios rozaron mi piel, pero era simplemente una caricia, no dejaba besos firmes, ni se acomodaba en un lugar, simplemente dejaba que su cara vagase desde mis hombros hasta mi mandíbula explorándome, como si fuese la  primera vez que estábamos así de cerca. -¿Me extrañas, Ashton? –Susurró en un tono inocente, pero sucio, contra mi oído. Intenté responder, pero solo salió un suspiro frustrado de mis labios, sentí mi entrepierna  hincharse, Meg rozando su pierna contra esta. Se rió bajito con mi reacción. No pude tolerar su aliento a menta en mis labios, y me pregunté porque mi boca seguía teniendo sabor a pizza, y  en qué momento ella había comido algo que la dejase con aquel olor tan agradable. En fin, eso había sido demasiado, y sabiendo que ella no me dejaría hacerle nada, me puse de pie para evitar pasar a mayores, porque si ella seguía jugando conmigo acabaría masturbándome solo en su baño, y no me sentía con ganas de limpiar después.

Destinados. (Ashton Irwin).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora