Cap. 20 (Pt. 2): ¿Podemos volver?

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Megara's P.O.V.

    -¡No puedo creer que al fin estemos volviendo!, me hace muy feliz, por dios. –Luke daba pequeños saltitos de emoción mientras hacíamos la fila para embarcar al avión, le sonreí, sacando un confite de la bolsa de Skitles para tirármelo a la boca, lo saboreé lento, agradecida de que Luke haya traído cambio con él, porque si no, no hubiésemos podido comprar aquella golosina que yo tanto amaba.

                -¿Le hablaste a Mike? –Me hice la tonta, ya sabía que se habían pasado la noche anterior hablando, porque no me dejaron dormir. Era más para molestarlo, cosa que funcionó, porque mi amigo dejó de saltar y se puso un poco tenso. Pómulos ahora colorados.

                -Puede que sí, puede que no. –Bromeó y soltó una risita. Miré hacia el piso unos segundos, desconcentrada.

                -Voy al baño. –Anuncié.

                -¿Qué?, ¿No podes aguantar a que despegue el avión? –Cuestionó. –Ya casi subimos. –Miré a las sólo tres personas que teníamos adelante, suspiré.

                -No creo, Lukey. Andá yendo, llévame el bolso. Yo ahora voy. –Me llevé el pasaje, documento, y Visa conmigo al sanitario, dejando a Luke con mi mochila, la cual pronto descubriría, estaba vacía. No llevaba más que mantas, para crearle peso. Me miré al espejo intentando calmarme, porque si lo que estaba haciendo de por sí era una locura, mínimo quería verme bien, y no parecer una psicópata con todo el maquillaje corrido. No me contuve, nunca fui buena aguantando las lágrimas. El Rimmel goteaba por mis pómulos, deslizándose hasta mi mandíbula, dejando un rastro negro a su paso, que iba a perdiendo intensidad a medida que descendía por mi piel. Saqué un pañuelo del bolsillo delantero de mis jeans azules, y me limpié las lágrimas, a medida que refregaba el papel por mi cutis, este iba haciendo desaparecer los restos de maquillaje que quedaban en mi cara. Suspiré. Luke seguramente ya estaba arriba del avión, esperándome. Suspiré de nuevo. Salí de la habitación, acomodándome la ropa. Mi campera celeste estaba desabrochada, revelando una remera blanca bajo esta, del mismo color que las zapatillas Converse que vestían mis pies.

                Ni bien atravesé la puerta busqué a Luke, pero en efecto, la fila había avanzado y él ya no estaba ahí. Una parte de mí seguía repitiéndome que aún podía volver, arrepentirme, y subirme al avión, pero una mucho más oscura, me dictó con más fuerza mis siguientes acciones, las que yo obedecí al pie de la letra. Busqué un puesto de ayuda, y en efecto, a la derecha de los asientos, junto a un kiosco, había una mujer que parecía de alrededor de cuarenta años, perfectamente maquillada, su pelo rubio prolijamente atado en una cola de caballo, y desde atrás del puesto, llevaba un uniforme azul compuesto por un saco bien entallado, que poseía la escarapela de Inglaterra sobre su corazón, una camisa blanca cubierta por un pañuelo rojo envolviendo su cuello, zapatos de taco negros y una pollera tubo larga, del mismo color del saco.

                -Disculpe. –Llamé la atención de la señora, que antes había estado escribiendo algo en su computadora.

                -Buen día. –Saludó amable, el acento inglés más marcado que en el resto de la gente, tal vez por la forma en la que modulaba en exceso. -¿En qué puedo ayudarle?

                -Surguió un imprevisto, y no puedo subir al avión. –Le mostré mi pasaje, poniéndolo arriba de la mesa, junto a los folletos de <<tenga un buen viaje>>.

                -¿Está segura? –Preguntó, mirando a un oficial parado junto a ella que no le devolvió la mirada, yo asentí, sin fuerzas para responder.

                -Sí, eh, tuve un problema.

                -Bueno, muy bien. Vamos a ver. –La señorita estaba haciendo algo en su computadora de nuevo, yo saqué mi celular, extrañada de que para el momento Luke no me haya enviado nada preguntando donde estaba. Los parlantes del aeropuerto anunciaban que el vuelo hacia Australia estaba a punto de despegar.

                -No puedo creer que seas así. –Hablando de roma, escuché la voz del rubio a mis espaldas, me di vuelta y nos miramos a los ojos, lágrimas comenzando a formarse en ambos pares de ojos. Él aún tenía colgado su bolso y mi mochila en el hombro y los labios rosas le temblaban, al igual que las rodillas.

                -Luke. –Rogué.

                -No. No, basta. ¡Me volves loco!, ¿Por qué siempre haces lo mismo? –Me gritó. Tenía razón, y no importaba si yo me oponía porque Luke llevaría mi culo de una patada de vuelta a Sydney si hacía falta. Cerré la boca y le arranqué de la mano mi pasaje a la señorita del puesto de ayuda, secretamente agradecida a Luke. Escuché a la mujer susurrar “Buen viaje” en voz baja, dejé que mi amigo (si es que le interesaba seguir siéndolo) me arrastrase hasta adentro de la manga que nos llevaba al avión.

                Habían pasado dos horas de vuelo, faltaban diez y Luke, a pesar de estar sentado a mi lado, no me dirigía la palabra. No podía usar mi celular porque estaba prohibido, ni me había traído nada en el bolso, así que me encontraba genuinamente aburrida. Quería decirle algo a mi compañero sentado al lado mío, pero no se me ocurría nada, además del hecho de que probablemente, él no me quisiese hablar a mí tampoco.

                -Buenas noches, ¿Les puedo ofrecer algo para comer, o beber? –Se nos acercó una azafata a preguntarnos, acompañada de otra, que estaba del otro lado del carrito de comida. El estómago de mi amigo rugió, pero negó con la cabeza y susurró un demasiado amable “gracias”, en cambio, yo le dije a la azafata que ambos queríamos lo que sea que quisiese ofrecernos, entonces me pasó dos bandejas con espagueti con salsa, ensalada de rúcula, aceitunas y queso a un lado, y una botella de agua y otra de Sprite. Mi amigo me miró como para acuchillarme.

                -No quería comer.

                -Yo no quería venir a Australia, pero lo necesito. Lo mismo que vos. No me interesa cómo, pero te vas a terminar todo eso. –Me miró peor, casi sentía físicamente el dolor de sus puñaladas.

Hemmings tragó todo en silencio, despacio, y supe que se sentía mal y triste comiendo, pero no me importaba, porque al menos si comía, él estaría consiente como para sentir todas estas cosas.

El avión aterrizó, media hora después estábamos en el estacionamiento del aeropuerto, buscando un taxi, cuando cierto conocido apareció, y cierto chico rubio corrió a sus brazos. 

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¡Acá está la segunda parte!, mañana subo los últimos dos capítulos. ♥

Clary. 

Destinados. (Ashton Irwin).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora