— No me toques— se quejó, apartándose del alcance del mayor quien frunció levemente el ceño.
— ¿Que no te toque?— se burló de sus palabras, provocando que se mordiera el labio para no soltarle algún comentario grosero. Si fuera otra persona, no se lo pensaría siquiera... pero él no era otra persona. Él era su nueva peor pesadilla encarnada en un hombre frío, calculador y enigmático, de casi más de dos metros—. Chico, vamos a casarnos dentro de una semana, ¿de verdad me has dicho que no te toque?
— Vamos a casarnos porque tanto tu madre como mi padre lo han pactado así— se defendió, cruzándose de brazos, intentando parecer severo. Sin embargo, al lado de ese gigante, el gesto parecía el de un niño malcriado a punto de iniciar una pataleta—. Yo no tengo absolutamente nada que ver en esa estúpida decisión sin sentido. Por ello, voy a imponer mis normas y la primera ya la has oído: No. Me. Toques— añadió haciendo un exagerado énfasis en cada palabra.
El hecho de que el hombre del pelo granate lo arrinconara —sin mayor esfuerzo que el de un leve empujón— contra la pared, lo pilló totalmente por sorpresa, mas no dejó que se reflejara en su expresión, siempre fría e indiferente.— Escúchame bien, Ichiji. Me da igual lo gallito, lo importante o lo genial que te consideres, no voy a tolerarte ninguna falta de respeto hacia mi persona desde este mismo y preciso instante. Así que, mide tus palabras. Y, en cuanto a tus "normas"— añadió acercando su rostro, a medias tapado por una gruesa y aparentemente suave bufanda, al del pelirrojo—, pon las que quieras, me van a dar exactamente igual. Mejor será que lo vayas comprendiendo ya: no mandas en esta relación.— dicho esto, el más alto se apartó del ojiazul, se metió una mano en el bolsillo y sacó una gragea, con la cual jugó a lanzarla al aire y atraparla, mientras se alejaba con paso firme y relajado. Al muchacho Vinsmoke le recordó a una de esas fieras salvajes que veía en el canal de documentales cuando no había nada mejor en la televisión.
Seguro de sí mismo, confiado. Letal.
“De verdad que puedo decir, sin temor a equivocarme, que te detesto, Charlotte Katakuri”, pensó, observando como la fibrosa y musculada espalda del segundo hijo varón de una de las mujeres más ricas de la región, se flexionaba y contraía a cada paso que el del pelo granate daba hasta que desapareció por la enorme puerta del recibidor de la mansión Vinsmoke.
Cuando el pelirrojo se vio solo en aquella gran sala, se dejó caer como un peso muerto en uno de los sillones que había repartidos por ahí. Casi no podía creerse lo que le estaba sucediendo a él, el miembro más leal y sacrificado de una de las familias más importantes de la ciudad; casi le parecía que todo era una pesadilla en la que no encontraba el maldito final para despertarse...
Casi.
Pero él bien sabía que aquello era real y maldijo por lo bajo a su mala suerte y, ya de paso, a su padre. Y es que Vinsmoke Judge podía ser muchas cosas... excepto comprensivo, e Ichiji había echado buena cuenta de ese detalle cuando fue al despacho de su padre única y exclusivamente para quejarse de su decisión de comprometerlo con un «King Kong tarugo adicto al azúcar» como él mismo había denominado al Charlotte.
Obviamente, Judge había hecho oídos sordos a las palabras desdeñosas de su primer hijo varón y había cortado los futuros reclamos con una sola frase:
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Don't Touch Me
FanfictionEl silencio impuesto entre ambos era único e inigualable. A pesar de lo mucho que tenían que contarse, ninguno de los dos hablaba; dejaban que el reloj parloteara con su «tic, tac» hueco, mientras cruzaban miradas, uno en cada punta de la habitación...