Fiveteen

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Dedicado a AcidRain9

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Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.
— Gustavo Adolfo Bécquer.

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–¿Te lo dije o no? -preguntó el peliverde por la que sería la cuarta o la quinta vez–. Te dije que volveríamos a casa.
Charlotte Katakuri sacudió la cabeza, desviando su mirada hacia la ventanilla del coche policial que los llevaría a ambos de vuelta a la ciudad, una vez que su familia había sido arrestada —al menos, todos aquellos miembros que no habían conseguido escapar— y ahora iba de camino a los juzgados y a prisión.
Era aún difícil de asimilar, para Katakuri seguía siendo como un sueño; casi esperaba que, si parpadeaba, todo aquello se desharía como el hielo bajo el sol.
Pero no, aquello era real. Deliciosamente real.
–Sí, pero casi nos ejecutan -replicó, cruzándose de brazos sin despegar su roja mirada del paisaje cada vez menos boscoso que había fuera del coche.
–Sí, hablando de eso... Detective Akagami -el peliverde llamó la atención del pelirrojo, quien iba de copiloto–. ¿Cómo nos encontraron?
–¿Te acuerdas de la fotografía que te dio el Vinsmoke? -preguntó Shanks a su vez, a lo que Zoro asintió, mirando de reojo a Katakuri.
–La de Sanji de niño.
–Esa. El código que tenia escrito en el anverso, era para activar el geolocalizador del busca que te pusimos en la cazadora.
–¿Me pusieron un busca? -preguntó un sorprendido peliverde ante tal violación de su privacidad.
–¿Cómo creías que os íbamos a encontrar entonces? ¿Por telepatía? -esta vez fue Mihawk, puesto al volante, quien tomó el turno de palabra.
–Tiene razón, lo siento -murmuró Zoro, agachando la cabeza.
–Por cierto, chico -Shanks no apartaba la vista de él- Mihi... digo, Mihawk y yo lo hemos estado hablando y, dado a tu terca valentía y constancia en este asunto tan peligroso y turbulento... creo que podríamos darte una oportunidad y ayudarte a ingresar en el cuerpo de policía.
–¿A qué se refiere? -el peliverde volvió a mirarle confuso.
–Con tu historial no habrías podido ni cursar el último semestre de la escuela policial -explicó el ojidorado.
–Así que, hemos hecho una pequeña faena, autorizada por los altos rangos, y hemos hecho desaparecer los delitos más graves. Con lo que podrás graduarte sin muchos problemas.
–¿De verdad? -Zoro no podía caber en sí de la sorpresa.
–Todo gran hombre necesita, a veces, un empujoncito para salir del oscuro fango donde se encuentra atascado -asintió Shanks, para después adoptar un tono más serio al añadir:–. Pero ten cuidado y no vuelvas a caer, ¿vale?
–Sí señor, gracias señor -respondió Zoro, asintiendo con energía recibiendo, a cambio, una suave risita divertida de parte del pelirrojo.
De repente, el peliverde sintió una mano aferrada a su hombro, por lo que se giró para devolverle la mirada a Katakuri, cuyas arrugas en los rabillos de los ojos le decían que, bajo aquella espesa bufanda, el mayor estaba sonriendo con cierta amplitud.
Lo que daba de sí el haber estado unas semanas en un sótano con aquel enigmático hombre como única compañía.
–Enhorabuena -le felicitó el de pelo granate, a lo que Zoro sonrió, asintiendo con gratitud.

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–¡MARIMO! -oyó que exclamaba alguien nada más salir todos del coche. El peliverde se giró hacia cierto rubio que salía del departamento de policía y corría hacia él. Siempre hacia él.
–Cejillas... -suspiró feliz, solo pudiendo avanzar varios pasos antes de que el delgado cuerpo del ojiazul impactara con suavidad contra el suyo. Sus brazos rodearon esas estrechas caderas, impidiendo que los pies del rubio tocaran el suelo, solo para poder girar con él entre sus brazos.
Cuando lo dejó estabilizarse en el suelo, los labios de Sanji fueron los que esta vez se presionaron contra los suyos, creando un beso de bienvenida, un ósculo que gritaba a los cuatro vientos: «Te he echado mucho de menos»
Los espectadores de semejante momento tenían reacciones muy dispares: Shanks, por un lado, miró de reojo a Mihawk con un puchero; este, al verlo de soslayo, cogió la mano del pelirrojo y besó el dorso, prometiéndole, sin palabras, más y mejores cosas cuando estuvieran a solas. Eso bastó, viendo la sonrisa radiante que curvó los labios del detective.

Don't Touch MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora