Desperté esa mañana como cada mañana. Tres minutos antes que sonara el despertador. Miré el techo y esperé. Era una costumbre que tenía de chico, incluso mucho antes de mi condición.
Desde la muerte de mis padres sufro una extraña variante de esquizofrenia. Mi mente modifica la realidad. A veces genero imágenes que no están ahí, a veces modifico otras. Con el tiempo fui acostumbrándome. Lo que cualquiera pensaría que es locura, para mi es normalidad.
A las ocho en punto un pequeño dragón chino que vive en mi mesa de noche sale de su escondite, se sienta sobre mi teléfono y saca (quien sabe de dónde) un platillo que comienza a golpear enérgicamente. Alguna vez me cuestioné como un pequeño dragón chino conocía con tanta precisión los acordes de heavy metal que sonaban con su repiqueteo, pero es otra de las cosas que ya no me cuestiono. El doctor Polilla me decía que debía aceptar la realidad para poder ser feliz. Yo preferí discrepar y aceptar mi demencia. ¿Soy feliz? La verdad que no, pero tengo un problema menos del que preocuparme.
Di un golpe al teléfono, el dragón cesó su música, como cada mañana, y a regañadientes volvió a su escondite llevando su platillo.
Me levanté, olisqueé una remera que encontré en el suelo y, al decidir que estaba "usable", me la puse para comenzar a vestirme.
De camino al baño oteé la cocina y allí estaba mi compañero. Fiel y predecible. Una cucaracha de un metro setenta sentada en una silla leyendo el diario. Francamente ya no recuerdo si es una persona real cuya imagen mi mente reemplazó por un insecto gigante o si es una criatura imaginaria, pero me hace compañía y eso es lo que importa.
- Buenos días Eduardo. -saludé levantando una mano a desgano.
- Buenos días. ¿Vas a tomar mate o te hago otra cosa? -me preguntó mientras bajaba el periódico lo suficiente para dedicarme una mirada con sus antenas.
- ¿Qué estas tomando?
- Mate.
- Entonces tomo con vos, si todavía no está muy lavado -respondí mientras entraba al baño.
Me contestó algo pero no lo escuché. Abrí la canilla, me eché agua a la cara y comencé a cepillarme los dientes. Mirarme al espejo es algo curioso. Mi rostro cambia constantemente. Verme es como ver una pintura surrealista que cae de una escalera dando tumbos. Un sinfín de formas y colores que nunca terminas de comprender, aunque realmente, si se quedara quieta tampoco la entenderías.
- Sabes que la gente ya no lee el diario papel, ¿no? -dije a mi compañero mientras me sentaba frente a él y escudriñaba un paquete de bizcochos en búsqueda de un vestigio medianamente entero.
- No me gusta usar el teléfono tan temprano. Hace mal. Lo leí por ahí. -me responde mientras suelta con una de sus patas el extremo del papel para cebarme un mate.
- ¿Qué planes tenes para hoy?
- Nada interesante. Viene un cliente a la tarde, después supongo que saldré a andar en bicicleta. Está lindo el día.
La idea de una cucaracha gigante andando en bicicleta por la ciudad me pareció algo graciosa, pero me contuve el comentario. Imaginario o no, no quería herir los sentimientos de mi único amigo.
- ¿Vos? ¿Haces algo después del laburo? -me preguntó mientras me extendía un mate cebado.
- Voy a salir con dos minas. Una más buena que la otra. -respondí con sorna. Tal vez se rió, no sé, las cucarachas no tienen labios- Nada. ¿Qué voy a hacer? Vuelvo para acá y me tiro a mirar la tele. Como siempre.
- Tenes que salir más Gustavito. -me dijo bajando el diario con un tono paternal- Estás muy solo. No te hace bien.
No supe que responder. Después de todo no recordaba si alguna vez le había dicho de mi condición. La gente no suele mezclarse con personas como yo, apartadas de la realidad. Simplemente sonreí, asentí y le extendí el mate vacío de regreso.
- Cebame otro que me voy a trabajar. -le dije mientras me ponía de pie.
Cumplió con mi demanda, le di un sorbo profundo y se lo devolví.
- Está horrible. Pero gracias igual. Nos vemos a la noche.
- Cuidate Gustavito -me dijo volviendo a meter las antenas en medio del periódico.
De haber sabido que desaparecería ese día habría sido una despedida más emotiva. O tal vez no. Ya no sé.
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¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?
ActionEl problema de Gustavo no es que no diferencie la fantasía de la realidad, es que ya no le importa, y su condición será un verdadero problema cuando su compañero de cuarto desaparece.