Llegué al departamento con el pequeño paquete envuelto en papel de diario que había comprado con lo último que quedaba en mi cuenta. Tuve que ir a un cajero automático porque la tortuga que atendía el local no aceptaba tarjetas. Costó más de lo que esperaba, pero, si todo salía bien, sería un costo menor que mi vida.
Apoyé la caja sobre la mesa de café que estaba frente al sillón y me apuré a escudriñar la heladera con la esperanza de encontrar algo de comida. Había estado todo el día dando vueltas por la ciudad sin probar bocado y los analgésicos comenzaban a perturbar mi intestino.
Había un paquete de salchichas que cociné y comí con premura. Tomé otra pastilla, me di un baño y me acosté a mirar dibujos animados, mirando de tanto en tanto la hora.
A las doce de la noche todo acabaría. Para bien o para mal.
Estaba quedándome dormido cuando sonó el timbre. Miré la hora y eran las once y media. El Buitre era una persona impaciente. Escondí el paquete en mi ropero y abrí la puerta.
- ¿Ya llegó? -dijo entrando apresurado.
- ¿Qué hora es? -respondí mientras bostezaba.
- Once y media.
- En media hora debería venir. Llegaste temprano. ¿Trajiste la plata?
- Se. -respondió mostrando un bolso de gimnasio pesado.
- ¿Te hago un mate?
- No. No quiero nada. -dijo mientras se acomodaba en el sillón- Explicame como es esto que te van a traer al elefante.
Había tenido algo más de tiempo para meditar el plan. Intenté preveer todas las preguntas que me harían y esta era una de ellas.
- Encontré a alguien -respondí de camino a la cocina- que sabía de alguien a quien Eduardo le había dado el elefante. Lo llamé y me dijo que tenía miedo que lo mataran y que prefería que yo lo guardara.
- ¿Y dónde esta Eduardo?
- Nadie sabe. Este flaco dijo que lo vio ayer. Que le dejó el elefante, le pidió que lo cuidara y desapareció.
- Que raro.
La pava comenzó a silbar, la saqué del fuego y me cebé el primer mate de la noche mientras miraba por la ventana intentando concentrarme para que dejaran de temblarme las piernas.
Sonó el timbre y ambos nos pusimos tensos, pero yo sabía quien era. Bajé a abrir la puerta y me encontré con el inspector Lagartija.
- ¿Dónde está?
- Me lo van a traer en un rato. Estoy con un amigo que vino a ver que todo salga bien. -le dije mientras subíamos.
Entramos y el Buitre le dedicó una mirada inquisitiva. La Lagartija lo miró despectivo, como si fuera un estorbo. Nos quedamos los tres en silencio un instante analizando la situación.
- ¿Quiere un mate? -le pregunté al inspector.
- No. Dejá.
- ¿Es él? -me preguntó Ivan en voz baja cuando pasé a su lado y asentí sutilmente.
Volví a la cocina y me cebé otro mate. Miré por la ventana otra vez y podía sentir como los dos hombres se estudiaban en silencio en el cuarto contiguo.
"Ya falta poco" me dije. Como si lo hubiera atraído con la mente, golpearon la puerta insistentemente. Fui a abrir y ahí estaban los últimos invitados a mi fiesta. El Búfalo y la Gacela.
- ¿Qué hace éste acá? -dijo el inspector dando un salto de su silla mientras sacaba su arma.
- ¿Bustamante? -preguntó asustado el Buitre mientras se ponía de pie intentando esconder el bolso que traía.
- ¡¿Qué pasa acá?! -bociferó el Búfalo mientras sacaba un revolver y Tito lo imitaba.
- Tranquilos muchachos -dije- Puedo explicarles todo.
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¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?
ActionEl problema de Gustavo no es que no diferencie la fantasía de la realidad, es que ya no le importa, y su condición será un verdadero problema cuando su compañero de cuarto desaparece.