Me quedé sentado un instante en silencio. Me dolía la cara y una gota de sangre que cayó en mi pantalón me recordó que tenía la nariz rota. Corrí al baño y comencé a limpiarme pensando que hacer.
Es curioso como funciona el instinto de supervivencia. Tres horas antes, cuando me dormí, si me hubieras preguntado si me importaba morir te hubiera dicho que no, pero en ese momento, veinticuatro horas antes de enfrentarme a la posibilidad real de terminar mi existencia en este plano buscaba la manera de salvarme a como dé lugar.
Salí con una toalla húmeda apretándome la cara intentando decidir si debía ir al hospital o esperar a curarme solo cuando una imagen extraña llamó mi atención. Como un espejismo de una mala película vieja, una puerta se materializó haciendo ondas en la pared.
Ha aquí un principio de dualidad: Cuando la mente no puede justificar la existencia de algo, simplemente lo anula. Es sencillo. Si Eduardo hubiera tenido un cuarto en mi casa, el dilema de si es imaginario o no, se hubiera resuelto muy fácilmente. Ahora que sabía que era real mi mente no tenía porqué omitir una característica imprescindible de la arquitectura de mi departamento.
Giré el pomo y la puerta abrió sin resistencia. Era una habitación muy similar a la mía. Ropa desordenada, una cama de una plaza deshecha, papeles desperdigados sobre un escritorio. Bastante normal.
Me apuré a la mesita de noche y comencé a escudriñar los cajones. Encontré la billetera de mi amigo: Eduardo Morales. 42 años. Soltero. La foto estaba borrosa, aunque puede ser que mi mente la distorsionara, por eso de la dualidad. Había algunos billetes de baja denominación, nada importante. Revisé los papeles del escritorio y descubrí que la cucaracha era importador o algo así. Traía productos chinos para comercios y alguna que otra artesanía.
Ahí intenté recapitular lo sucedido. Admito que con la vista borrosa, la nariz hinchada y el sabor a sangre en los labios me costaba concentrarme, pero hice lo mejor que pude.
Eduardo se escapó o lo raptaron, por eso dejó la billetera. Fue después del almuerzo porque estaban los platos sucios cuando llegué. Al parecer tenía un elefante, que podía ser una artesanía o algo que había traído de afuera que tenía cierto valor para el Búfalo.
Eso era todo. Si encontraba a Eduardo encontraba el elefante. Si encontraba el elefante encontraba a Eduardo. Pero, no sabía por donde comenzar. Después de todo no sabía quien era la persona con la que vivía. Hasta esa noche dudaba de su existencia.
Los platillos del dragón provenientes de mi cuarto cortaron mi reflexión. No me había dado cuenta y había pasado toda la noche. Era hora de ir a trabajar, pero no podía hacerlo en estas condiciones.
Corrí a la habitación, espanté al dragón que volvió a esconderse raudamente, y busqué el número de mi jefe en el celular.
- ¿Quién es? -preguntó con una voz de dormido que parecía haber salido de una tumba mas que de una cama.
- Gustavo. Perdón por llamarlo tan temprano, pero no voy a poder ir a trabajar hoy.
- ¡¿Qué?!¿Por qué? -reaccionó molesto saliendo de su sopor.
- Es que anoche... me robaron -mentí intentando no dar demasiadas explicaciones.
- ¿Cómo que te robaron?¿Dónde?
- Acá, en mi casa. Entraron dos tipos y me golpearon.
- ¿En tu casa?¿Y Eduardo está bien?
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¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?
ActionEl problema de Gustavo no es que no diferencie la fantasía de la realidad, es que ya no le importa, y su condición será un verdadero problema cuando su compañero de cuarto desaparece.