El elefante

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Me fui a la habitación deseando que nadie me disparara por la espalda. Al parecer estaban más concentrados en la visita que en mí y nadie se percató de mi ausencia. De todas maneras volví lo más pronto que pude, no quería que ninguno me siguiera y arruinara mi plan que implicaba que todos estuvieran en el mismo cuarto al mismo tiempo.

Puse el paquete que había escondido sobre la mesa y la atención volvió a mí.

- Ahí está. -dije- El elefante.

Los cuatro individuos se quedaron mirando la caja como un hambriento miraría un pedazo de pan. Nadie se animaba a agarrarla y tampoco querían abrir el paquete porque eso implicaría soltar las armas. Finalmente Ivan, que era único desarmado, tomó la iniciativa y sacó el papel de diario que lo envolvía. Observó la caja de cartón, la abrió y retiró su contenido.

Cuando vieron el elefante de cerámica lo primero que sintieron fue la satisfacción de haber concluido su búsqueda, pero inmediatamente se dieron cuenta que todos buscaban lo mismo y no tenían intensiones de compartirlo.

- ¿Lo tuviste vos todo el tiempo? -dijo el Buitre mirándome iracundo.

- No. Lo encontré esta tarde.

- ¿Y por qué nos hiciste venir a los tres? -dijo el inspector, que dejó de apuntar hacía los mafiosos y bajó el arma como si no se decidiera si debía matarme primero

- Es una subasta muchachos. Los tres lo quieren. Yo no. Disputenlo entre ustedes y a mí no me metan. Así yo no traiciono a ninguno y salgo limpio de este quilombo.

Los cuatro hombres se quedaron callados. No estaban seguros que decir. El enojo se percibía pero también un cierto respeto por el valor que había mostrado.

- No sos tan boludo como creía -dijo por fin el Búfalo.

- Ok. Yo tengo plata. Se los compro -dijo por fin Ivan que sudaba profusamente.

- Ya tengo un comprador. Gracias. -respondió el inspector que volvió a levantar el arma, esta vez apuntando al Buitre.

- Señores. Se olvidan que el elefante es mio. No pueden disponer de él como se les antoje. -concluyó con una firmeza incuestionable Bustamante.

Mientras discutían, sutilmente, me fui acercando a la puerta. No esperaba que los últimos en llegar quedaran tan cerca de la salida, pero tenía que arriesgarme. Estaba a punto de salir cuando el pomo giró y la puerta comenzó a abrirse.

- Gustavito, traje una pizza -dijo Eduardo mientras entraba con una caja humeante que despedía un fuerte olor a muzzarella caliente.

En ese momento el tiempo se congeló. La mirada desorbitada de Ivan quedó suspendida en el aire. La expresión confundida de la Lagartija quedó impresa en su rostro. Los ojos inyectados en cólera del Búfalo mirando hacía la puerta destellaban. El cigarrillo de la Gacela quedó a mitad de camino en su caída hacía el suelo.

Allí, en ese escenario surrealista pintado en un cuadro abstracto, lo único que se movía era una mosca que vino volando del baño. Sobre su lomo había un homúnculo de unos dos centímetros vestido de mayordomo que la montaba como a un caballo. 

El insecto voló hacía mí y se detuvo frente a mi nariz. El hombrecillo sacó del bolsillo interno de su saco una tarjeta y me la extendió. La tomé y comencé a desdoblarla. Una vez que quedó de tamaño normal pude leer en el centro la leyenda: "Interludio" 


¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora