La enfermera no apartaba las cuencas vacías donde debían estar sus ojos de mí. Su apariencia era la de una pila de piedras antropomorfa que oscilaba sutilmente con cada respiración. Comenzó a incomodarme así que miré el papelito que tenía con un número anotado.
Después de dar vuelta la casa, Ivan decidió que lo mejor era llevarme al hospital. Mi nariz estaba demasiado morada y goteaba de tanto en tanto, una mezcla de mocos y pus.
- Vamos a hacer esto -me dijo mientras manejaba- vamos a buscar el elefante los dos. Si lo encontras me llamas. No se lo des a Bustamante. ¿Está claro? Me llamas. Yo te paso a buscar con un bolso lleno de guita y te subís al primer micro que salga de Retiro. No importa a dónde, vos te vas lejos.
Su empatía me sorprendía, pero no quise decir nada y preferí aprovecharme de su sorprendente decencia, aunque estuviera motivada por su interés.
- Treinta y cinco -dijo una voz nasal pero profunda que hizo retumbar las paredes.
Me puse de pie y me aproximé al mostrador extendiendo el papel que tenía un 35 impreso.
- Consultorio tres -me dijo la pila de escombros sin mirarme.
Caminé por el pasillo buscando la puerta con un número tres gigante y, cuando la encontré, golpeé y entré sin esperar que me respondieran.
- ¿Qué te pasó pibe? -me dijo un extraño doctor con tentáculos en lugar de brazos y cuatro ojos.
- Me golpeé con la puerta. -respondí mientras me sentaba en la camilla.
- ¿Con la puerta? Habrá sido un golpe fuerte.
- Sí. Estaba muy dormido.
Sus tentáculos se movieron haciendo un sonido viscoso y mientras se deslizaba hacía mí. Me sujetó por el mentón y la nuca para hacerme mirar hacía arriba. Tomó una lupa con linterna y escudriñó el interior de mi nariz.
- Se fracturó el cartílago y se está infectando, pero podría haber sido peor.
Asentí como si entendiera la gravedad de lo que me decía y esperé mientras la acomodaba y ponía un gancho de metal para que se mantuviera en su sitio. Dolió casi tanto como cuando me la golpearon, pero me aguanté las lágrimas que me brotaron involuntariamente.
- Listo. Vas a tomar estas pastillas -dijo mientras hacía un garabato incomprensible en un recetario- cada ocho horas y te vas a poner hielo. Si no baja la inflamación o la supuración me venís a ver. -completó extendiendo el papel- Ahora esperame acá que ya vuelvo.
Salió del consultorio y me quedé solo escudriñando cada rincón. Lo curioso de los hospitales es que pintan todo de blanco para que pienses que está limpio. Tu cerebro asocia blanco con puro y limpio, pero es solo eso, una asociación. Por ejemplo, detrás del escritorio del doctor Pulpo había una horrible y enorme cucaracha aplastada. Verla ahí tirada triturada por un pesado zapato número cuarenta y dos me hizo pensar en Eduardo y como me había involucrado en toda esta situación.
- Señor Ibarra - dijo una voz ceceante- Soy el inspector Torres y éste el oficial Gutierrez de la Lagartija Federal.
Levanté y la vista me sorprendió tener frente a mí a dos lagartijas, una de traje y la otra uniformada.
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¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?
ActionEl problema de Gustavo no es que no diferencie la fantasía de la realidad, es que ya no le importa, y su condición será un verdadero problema cuando su compañero de cuarto desaparece.