A esta altura se habrán preguntado, ¿qué clase de trabajo puede tener un tipo con una enfermedad tan complicada? La respuesta es simple. ¿Vieron esos maxikioscos que hay por la ciudad? Usualmente son atendidos por sus dueños o familiares de los dueños. Pero hay ciertos casos, en que los compran como inversión. O fetiche. En mi caso fue un muchacho adinerado que siempre quiso tener un kiosco. Ivan Buitre se llama. O no. Ya no sé. Siempre les cambio los nombres a las personas, además de la apariencia. Si me preguntan honestamente como se ve, les voy a decir que es un buitre con traje.
La cuestión que el muchacho trabaja de día en algo importante, no sé ni me importa en que, y necesitaba a alguien mal pago que atienda de nueve a dieciocho. Extrañamente no fui el único que se presentó al anuncio que decía: "Necesito esclavo de 9 a 18 para un trabajo sin futuro. Terribles prestaciones. Buena presencia." Pero, más extraño aún, fue que me quedé con el puesto.
Esa mañana abrí el local como todos los días, me acomodé en mi banqueta detrás del mostrador de golosinas y esperé. La rutina de un kiosco es bastante común. Entra una señora con un chiquillo llorón, compra algo para que se calle, el niño lame el caramelo y la cabeza se le empieza a hinchar como un globo mientras se regodea en el rush de azúcar que recibe. Lo veo salir con un globo aerostático sobre los hombros mientras la madre rezonga de lo mal portado que es.
Después entra alguien pidiendo cambio. No se por qué pero siempre hay alguien que necesita cambio. Es como una constante universal. El día que todos tengan la cantidad justa de cambio el universo va a colapsar. Esta vez es una mujer muy apurada. Casi parece bonita, pero esta tan apurada que su rostro se convirtió en un borrón. Difícil de reconocerla.
Todo iba bien, llegó el mamut del medio día que compra los sanguches de miga y el señor Tortuga que lleva las galletitas de agua que le recetó el doctor, hasta que, en medio de la normalidad y el tedio del final de la tarde, veo pasar galopando un unicornio rosa por el medio de la calle.
Me asomó consternado y éste sigue su paso inmutable.
Seguramente, con lo que ya les he contado, no entiendan la anormalidad de un unicornio rosa galopando por el centro de la ciudad. Resulta que hasta la locura tiene reglas. En mi vida he visto solo dos unicornios rosas. El primero cuando iba sentado sollozando contra la ventanilla del auto que seguía la carroza fúnebre donde iban mis padres y el segundo fue esa tarde.
En ese momento no lo supe, pero el unicornio se transformó en un presagio de mala suerte.
Cerca de las siete llegó don Buitre. "Se me hizo tarde, perdón" me dijo, como hacía cada día. Esta vez llegó solo una hora tarde, hay veces que es peor. Le sonrío y asiento sin decir palabra mientras me abro paso a la salida. Lo escucho bufar, como si fuera yo el que está en falta, pero no le hago caso y continúo con mi partida.
La imagen del unicornio me mantuvo preocupado todo el camino a casa y volví decidido a contarle a Eduardo sobre el suceso. Pensé que de seguro él sabría encontrarle un significado. Tal vez esa expectativa me provocara una mayor decepción cuando abrí la puerta y no lo encontré en el departamento. Me dirigí a la cocina y acomodé los platos que había dejado sucios del almuerzo. "Comió acá al menos" me dije mientras fregaba. Apagué las luces y me metí en mi cuarto a ver televisión hasta que me diera hambre y tuviera que salir a prepararme la cena.
Esa tarde, en medio de la penumbra apenas cortada por la luz del televisor, a pesar de mi profundo nihilismo, me sentí realmente solo.
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¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?
ActionEl problema de Gustavo no es que no diferencie la fantasía de la realidad, es que ya no le importa, y su condición será un verdadero problema cuando su compañero de cuarto desaparece.