Salí apresurado de aquel lugar deseando tomar una bocanada de aire fresco, agradecido de tener la nariz rota y no haber percibido, lo que de seguro, era un intenso olor a nicotina.
Observé la calle sin saber a dónde ir. La única pista que tenía había resultado infructuosa y, para colmo, había perdido el último billete que llevaba.
- ¿Vos sos Gustavo? -dijo la voz de Piernas a mi espalda.
Me volteé rápidamente y la encontré parada detrás mío. Llevaba un sobretodo o algo así, que cubría de las rodillas hasta arriba.
- Sí. ¿Eduardo te habló de mí?
- Dijo que eras un buen muchacho. Algo raro pero bueno.
- ¿Sabe dónde está?
- No. Pero deberías probar en el hotel de las cucarachas. A veces nos veíamos ahí.
- No lo conozco ¿Dónde queda?
- En Constitución. Te anoto la dirección.
Del interior del sobretodo salió una mano extendiendo un papel. Era una imagen extraña y anatómicamente imposible, pero ¿qué sentido la tiene la locura después de todo?
Tomé las indicaciones que me había escrito y, agradecido, partí hacía mi siguiente destino.
El hotel era tan sucio como podía esperar. Ciertamente no se llamaba "Hotel de las cucarachas" pero el apodo le quedaba. La fachada estaba pintada de blanco, pero el hollín de los camiones y colectivos la había dejado en un tono grisáceo. Me aventuré y empujé la puerta de madera vidriada que daba a una pequeña escalinata ascendente que culminaba en la recepción. No necesitaba tener la nariz sana para saber que el lugar apestaba a moho.
Detrás de una ventanilla enrejada había una criatura encorvada fumando y mirando un viejo televisor de catorce pulgadas. Tenía la apariencia de esos duendes o goblins de las historias fantásticas; con una nariz puntiaguda, orejas con picos y la piel verdosa.
-¿Qué se le ofrece joven? -dijo, y me sorprendió descubrir que era una mujer. O algo así.
- Busco a un huesped. Eduardo Morales.
- ¿De qué habitación?
- No sé.
La mujer duende me dedicó una mirada de desconfianza y buscó un libro que tenía sobre la mesa. Lo abrió y ojeó unas páginas. Finalmente levantó la vista nuevamente hacía mí.
- ¿Es policía?
Instintivamente bajé la vista y examiné mis vestimenta. Si hubiera podido sacarme los ojos y mirarme lo habría hecho sin disimulo. Lo que menos parecía era un policía y cualquiera se habría dado cuenta.
- No. Familiar. -mentí.
- No se enteró por mí, pero estuvo acá el fin de semana pasado. No volvió a venir desde entonces.
- Gracias -respondí apesadumbrado mientras me dirigía hacía la puerta.
En cuanto me volteé la mujer carraspeo y me giré a verla. Tenía la mano extendida esperando recibir una propina.
- Lo siento. Le di mi último billete a un gorila.
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¿Dónde está la cucaracha con la que vivo?
ActionEl problema de Gustavo no es que no diferencie la fantasía de la realidad, es que ya no le importa, y su condición será un verdadero problema cuando su compañero de cuarto desaparece.