Capítulo 4

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Un sonido estridente retumba en mis oídos y siento como si mi cabeza fuese a explotar. Anoche debí pasarme realmente con el alcohol porque hoy siento que podría morirme con respirar un poco más fuerte de lo normal. Me duele el cuerpo y cuando intento moverme, noto que estoy en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Al parecer, anoche ni siquiera regresé a casa. 

El ruido que me despertó se reduce poco a poco y lo identifico como una sirena, incluso sin abrir los ojos, antes de que desaparezca en la distancia. Trae malos recuerdos a mi mente todavía entre penumbras, que borro sacudiendo la cabeza y apretando fuertemente los ojos para no sentir náuseas por el movimiento. Después de varios intentos, consigo abrirlos para ver dónde me encuentro, pero la luz cegadora del sol me obliga a cerrarlos de nuevo. Maldición. Estoy realmente jodido.

Me incorporo, con los ojos todavía cerrados y me mantengo apoyado contra la pared hasta que mi equilibrio regresa. Al entreabrirlos, veo a mis pies, arrugada en el suelo, una manta que alguien debió poner sobre mí mientras dormía la borrachera. Y es entonces cuando recuerdo haber seguido a Christine hasta su casa cuando aquel hombre se la llevó del bar.

Bebí a grandes tragos de la botella, presa del enfado, hasta terminármela. La rabia me consumía al pensar en que no había tardado mucho en buscarse a otro que apagase el fuego que yo había despertado en aquella cocina y cuando ya no tuve nada más que aplacase mis ganas, salí del coche tambaleante y llamé a su puerta, dispuesto a echárselo en cara. O a explicarle quien era Zandra y porqué tuve que irme con ella. Esa parte está borrosa en mi mente, así que no estoy seguro de cuál de las dos opciones fue mi motivación para verla. Aunque sí recuerdo el beso que nos dimos cuando no me dejó ni abrir la boca. Y el portazo en las narices de después con el que pretendía demostrarme que no me quería allí. Aunque, está claro que mi visita le afectó más de lo que me hizo creer porque me cubrió con la manta durante la noche. Y ahora tengo ganas de saber qué pasó por su mente al verme allí tirado, frente a su casa, después de echarme.

-Ya podía haberme prestado su sofá -me digo, mientras estiro mis músculos atrofiados por dormir en el suelo.

Sopeso la idea de llamar a su puerta o irme a casa. Aunque me apetece verla de nuevo y sin tantos litros de alcohol en vena, no creo que ahora mismo presente mi mejor aspecto, así que gana mi sentido común y me voy. Ahora sé donde encontrarla, por lo que podré hablar con ella más tarde, cuando mi cabeza no duela tanto y mi cuerpo huela mejor.

Pero cuando me giro, dispuesto a irme, la puerta de su piso se abre y la veo salir. Lleva un vestido de flores que solo la cubre hasta medio muslo. El generoso escote llama mi atención y mis ojos se quedan prendidos de él.

-Aquí arriba -dice, llamando mi atención hacia su rostro.

-Sigue siendo una bonita vista -le digo, mirándola fijamente a los ojos.

Entonces, ella me da un repaso visual a mí, que despierta mis ganas de continuar lo que dejamos a medias en aquella cocina. O anoche en la puerta de su casa. Esta mujer sabe cómo provocarme y yo estoy deseando demostrarle que puedo darle todo lo que pide y mucho más.

-¿Qué tal tu noche? -me pregunta después.

-Habría sido mucho mejor si tú hubieses colaborado -mi voz sale en un tono ronco que dilata sus pupilas.

-¿Sabes? Anoche tuve sueños húmedos contigo -se acerca a mí y muerde su labio inferior mientras pasa sus dedos por mi pecho.

-¿En serio? -mi entrepierna parece haberse alegrado por eso más de la cuenta y contengo las ganas de calmarla para que ella no lo sepa. Aunque dudo que no lo haya notado.

-Sí -ahora me mira seria-. Soñé que te ahogaba, cabrón. 

Sus palabras son como un jarro de agua fría y el deseo desaparece tan pronto como llegó, pero mis ganas de darle un escarmiento por jugar conmigo crecen a medida que sigue hablando.

Christine (Saga SEAL 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora