Capítulo 2

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Metimos todo mi equipaje en el coche y me senté en el asiento del copiloto, junto a mi mejor amiga, que para mi desgracia, ella era la conductora.

- Siento que esté tan sucia la tapicería, era o un coche nuevo o el viaje que hice el año pasado a verte a Miami.

- No pasa nada, elegistes bien. - Dije regalándole una sonrisa.

Después de saltarnos varios stop y tragarnos algún que otro bache, paramos en un bar a comer algo, ya que eran cerca de las tres de la tarde.

Nos sentamos en una mesa fuera del local, en cuanto cogimos el menú, una camarera bajita y regordeta llegó a atendernos.

- Buenas tardes, ¿que van a beber? - Preguntó con una sonrisa que mostraba todos y cada uno de sus dientes.

- Dos Coca-Colas. - Respondimos al unísono.

- Bien. - Dijo anotándolo en una libreta. - ¿Tienen decidida la comida, quieren algún entrante?

Diana y yo ojeamos la carta.

- De entrante... ¿una ensalada César? - Preguntó Diana mirándome, buscando un signo de aprobación.

Asentí.

- Para mí quiero... bah, la recomendación.

- Que sean dos. - Recalcó mi amiga con dos dedos.

- Vale, muchas gracias. - Dijo la camarera recogiendo los menús.

Al cuarto de hora, ya habíamos devorado la ensalada, cuando Diana se quedó mirando a alguien de detrás mía.

- Oye... ¿Ese no es Matt? ¿Matt Sanders?

- ¡No jodas! ¡Mierda, que no me vea! - Grité, sí, grité.

- Gilipollas, ahora se está acercando. - Dijo mi amiga sin poder evitar una carcajada.

Sentí unos toquecitos en el hombro.

- ¿Tess? ¿Tess O'Donnell?

Me giré.

Estaba tan guapo como la última jodida vez que lo ví, hace unos tres años, cuando yo vivía aquí, en Nueva York, y cuando juré no volver a enamorarme nunca más.

Se había dejado crecer un poco el pelo, no mucho, lo seguía teniendo de ese color café, y sus ojos... Los ojos más azules que había visto en toda mi vida. Llevaba una camiseta negra de Los Rolling Stone con el habitual dibujo de la lengua, con unos vaqueros y unas Vans rojas.

- Hola... Cuanto tiempo. - Dije dándole dos besos forzados en la mejilla.

- Tres años.

- Sí, ya.

- Esto... Hola, Matt. - Saludó Diana con un movimiento de manos.

Se dieron dos besos.

- Eh... Bueno, estoy con unos amigos... Ya nos veremos Tess. - Dijo rascándose la nuca. - ¿Has cambiado de número?

Negué.

- Genial, ya hablamos. - Se despidió y entró en el local de al lado.

- Será grosero. - Bufó Diana.

- Yo lo describiría como un mamón, pero grosero también sirve. - Pinché un trozo de carne, que nos la acababa de traer la camarera, y me la llevé a la boca. - Después de lo que hizo... ¿Cómo se atreve a venir así por las buenas?

Diana se encogió de hombros.

- Ni zorra. - Mojó un poco de pan en la salsa, rebañando los bordes del plato, aún sin haber probado la carne. - Pero no hay que ser muy listo para saber que este quiere algo contigo.

- Pues lo lleva claro.

Terminamos de comer y recibí un WhatsApp.

De: Estúpido a las 16:37

Vuelvo por la noche, el portero te ayudará con lo que necesites. Él tiene tus llaves.

Para: Estúpido a las 16:37

Sí, sí, el viaje bien, gracias por preocuparte. Y una pregunta, ¿de qué mierda me va a servir que la llave la tenga el portero si no sé la puta dirección?

Me envió un mensaje con la dirección del apartamento y a los diez minutos nos montamos en el coche.

- Tienes suerte Tess, yo sigo teniendo que vivir con mis padres. - Gruñó.

- Eres mayor de edad, vives con ellos por las comodidades.

Me guiñó un ojo y sacó la lengua.

- Además, voy a tener que vivir con mi odioso primastro, es horrible. - Concluí.

- ¡Si está buenísimo! - Gritó acelerando sin querer, provocando a los segundos un frenazo. - Upps...

- Mierda, Diana, quiero llegar viva. - Dije aferrándome al asiento.

- Y... Una cosa... ¿Por qué mierda tienes que vivir con él? - Preguntó sin dejar de mirar la carretera.

- Sino mi tío y su madre no le pagan el piso. Ahora creo que mis padres pagan la luz y el agua, de la comida nos encargamos nosotros.

- Entonces sigues siendo una mantenida, querida amiga. - Dijo con una mueca.

- Una mantenida con un ingreso mensual de dos mil dólares. - Recalqué.

Llegamos al edificio, se veía muy lujoso, claro, estábamos en Manhattan.

- ¡Carajo, te quejarás, perra! - Gritó eufórica.

- ¡Oye, como si tu casa fuera pequeña!

Cojimos con mucha dificultad todo mi equipaje, menos mal que mis padres enviaron la semana pasada el resto de las cosas.

Entramos en el vestíbulo, dónde había un hombre detrás de un mostrador con muchas pantallas, mostrando las imágenes que grababan las cámaras.

- Eh... Hola, buenas tardes. - Saludé.

- Buenas tardes, ¿Tess O'Donnell?

Asentí.

- Bien, dejen aquí las maletas. Enseguida se las llevo a su piso. - Dijo dándome unas llaves e indicando a que puerta pertenece cada una, también me dió una copia, la cuál lancé a Diana con un guiño. - Ascensor de la derecha, planta novena, puerta C.

- Gracias. - Dijimos al unísono.

En cuanto llegamos a la planta, abrimos la puerta de madera.

Oh, madre del amor hermoso.

La entrada daba directamente al salón, un salón enorme, con una cocina con una isleta a la derecha. Un sofá negro en forma de L con cojines rojos y una mesa de madera en frente, a juego con el suelo oscuro de parqué. Levanté la vista del suelo y me encontré con un televisor plasma instalado en la pared, que por cierto, eran de un color rojo tierra.

Definitivamente, esto no lo había decorado mi "primo".

Caminamos por el pasillo hasta la habitación del fondo, dónde en la puerta había un papel pegado con fiso:

Tu habitación.

Giramos el picaporte.

- ¡Tu puta madre Tess Debby O'Donnell! ¡Tu cuarto es un puto palacio! - Exclamó Diana subiéndose a mi cama de matrimonio y saltando en ella.

- ¡Baja de ahí furcia! - Grité riéndome.

De un saltó bajó al suelo.

- Flipo con tu cuarto, nena.

A cada lado de la cama había una mesilla de noche. A la derecha, había una ventana con un buró a la izquierda, y al lado del armario, una puerta, ¿una puerta?

Sí, por favor, sí.

- ¡Síííí! - Grité eufórica. - ¡No tendré que compartir baño!

¿Con derecho a NO enamorarse?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora