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   En la casa de los Jeon había un pecador. Pero éste era un pecador peculiar por un simple motivo; su belleza. Vaya a saberse qué Santos le otorgaron el don de la belleza, y vaya a saberse por qué a él, pero la tenía. Su cara angelical, su voz armoniosa, su delicada figura; todos símbolos de una persona que, físicamente, era perfecta.

   Así fue como este pecador con rostro angelical pasaba desapercibido entre la multitud, pecando con cada paso que daba y cada suspiro, haciendo del mundo más negro de lo que ya estaba.

   Y todos sus pecados parecían concluir en el que estaba por cometerse ahora; el asesinato de su hermanastro. TaeHyung había apuñalado por la espalda a tantas personas, que a JungKook le pareció correcto devolvérselo con la misma moneda. Y ahí se hallaba él; ingresando sigilosamente a la casa de su hermanastro en un horario donde ya debería estar dormido, preparado para asesinarlo.

   Tenía un cuchillo en mano que había robado de la cocina de su padrastro. Ni siquiera era consciente de que éste asesinato podría mandarlo directo a la cárcel, porque no llevaba guantes, ni barbijo, ni algo que le cubriese el rostro. Tan sólo él, con una furia que lo dominaba, actuando por impulso.

   Cada paso por la empinada escalera lo acercaba más al cuarto de TaeHyung. Su respiración se hallaba agitada, como si acabara de correr en un Triatlón, y llevaba el cuchillo pegado al pecho, preparado para lo que estuviera por venir.

   Sin embargo, cuando se encontraba frente la puerta del cuarto de su hermanastro, se detuvo. El cuchillo cayó de sus brazos y se estrelló contra los escalones acolchados de la escalera, ahogando el ruido. El pulso le temblaba, y se elevó las manos, mirándolas fijamente. Por unos momentos, alucinó que había sangre en ellas; la sangre de TaeHyung.

   —¿Qué iba a hacer? —Pensó en voz alta, sin elevar mucho la voz; casi como en un susurro tembloroso. Miró sus manos con terror, como si estuviera por estrangularse con ellas—. ¿I–Iba a matarlo? ¿Y–yo iba...? —Comenzó a retroceder escalón por escalón, hasta que tropezó en el último y casi cae al suelo.

   —¿Quién anda ahí? ¿TaeHyung? —Escuchó la adormilada voz de su padrastro, quién se acercaba por el pasillo. Con desesperación, el castaño corrió lo más rápido posible hasta la ventana en la parte trasera del hogar, de donde saltó.

   Empezó a correr por las calles de su barrio con dirección a su casa. Su corazón golpeaba fuertemente contra su caja torácica, y su pecho subía y bajaba, agitado. Entonces, lágrimas se empezaron a deslizar por sus mejillas, sintiéndose culpable por no poder controlarse.

   Sintiéndose culpable porque esa misma furia que casi lo obliga matar a su hermanastro, mató a su madre alguna vez. Y así como ya había manchado sus manos con sangre unos años atrás, iba a volver a hacerlo.

   Su vida se sentía como un boomerang; todo lo que alguna vez había hecho, volvía. Así como había matado a alguien una vez, lo haría dos. E incluso aunque se prometiera a sí mismo controlarse, sabía que habría una tercera. Y una cuarta. Quizás, una quinta. En casos extremos, una sexta. ¿Quién sabía de qué era capaz?

   Aún habiendo llegado a su casa, siguió de largo. Continuó corriendo, sintiendo a su vida deslizarse de entre sus dedos, sin saber hacia dónde se dirigía, pero sabiendo que iba a llegar a algún lugar. Y más tarde, se encontraba en el borde de un puente.

   Miró el mundo debajo de sus pies; agua torrencial que desprendía hasta el mínimo símbolo de violencia en ella, chocando bruscamente contra el puente y la tierra a su alrededor, la cual la guiaba hasta Dios sabe donde. Quería devuelta la libertad que aquel demonio le había había arrebatado; ese demonio que a veces lo acechaba pero sin atacar, que lo tomaba desprevenido y lo hacía hacer cosas que jamás haría, y que lo torturaba constantemente.

   Quería ser capaz de volver a dormir, pero ya nada le servía; ni las canciones de cuna, ni el contar ovejas, ni el cocholate caliente, ni las pastillas para dormir. ¿Es que la única opción que le quedaba era el dormir para siempre? ¿Sería esa su libertad definitiva? ¿Sería esa la forma de liberarse de aquel demonio, o acaso lo seguiría hasta en la muerte, también?

   Pero aún cuando se asomó por el borde del puente y quiso saltar, sus pies no se movieron de su lugar. Se aferraron lo más que podían a la madera que lo separaba de su final, como un niño se aferra a su padre cuando tiene miedo.

   JungKook necesitaba a alguien a quien aferrarse, pero, ya no tenía a nadie. Ni a su padre, ni a su hermanastro, ni a su padrastro, ni a su madre, ni a YoonGi...

   YoonGi. Él era lo único que le quedaba. ¿O acaso lo mataría a él también?

   Sacó su celular de su bolsillo y marcó su número, casi rezando para que le atendiese. Eran las cuatro de la mañana, horario donde se supone que todos están dormidos, y sin embargo, la llamaba fue recibida.— JungKook, ¿qué pasa? —Le respondió un azabache de ronca y adormilada voz a través del auricular.

   Escuchar su voz lo calmó.— Nada, solo quería escuchar tu voz. —Murmuró, observando al agua correr en su caudal. Se apoyó en el barandal del puente, casi colgando de éste, abatido. El contrario gruñó.

   —JungKook, son las cuatro de la mañana... si hubieras querido escuchar mi voz podrías haber esperando hasta mañana. ¿Qué pasa? —Volvió a preguntar. El castaño carraspeó con incomodidad, corrompiendo al silencio que lo rodeaba.

   —YoonGi, yo... te necesito. —Admitió, en un susurro.

   Se escuchó un silencio a través del auricular.

   —¿Dónde estás, JungKook?

   —En el puente.

   —Quédate ahí. Iré a buscarte.

Look Pretty | KookGiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora