xvii. trozos de una verdad

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—¿Por qué no has avisado a la policía, YoonGi?

Él se encogió en el asiento, mirándose sus manos lastimadas por sus propias uñas, heridas causadas entre los nervios y la desesperación que lo sofocaba por las noches.

—He llamado a mi madre. Quiero una respuesta de ella antes.

Ella frunció ligeramente el ceño, pero no permitió que su expresión fuese percibida por el muchacho.

—Me dijiste que has dejado de hablar con JiMin estos días. ¿Le has contado a él sobre esto?

YoonGi se quedó un momento callado, visualizando tristemente el tono del escritorio que le recordaba a la pared de madera que cubría tantos secretos. Negó despacio, bajando aún más la mirada ante la congoja de la ausencia de JiMin, siempre su ser tan indispensable que le hacía arder hasta las entrañas.

—No —dijo—. Prefiero mantener la distancia por ahora. Su esposa... no me quiere cerca y estoy intentando evitar más problemas de los que ya tengo.

La mujer asintió, escribiendo de nuevo en las páginas y después de un momento silencioso, un tanto incómodo para el muchacho, volvió a hablar:

—¿Cuánto tiempo crees que han estado aquellas cosas ahí?

YoonGi se mordió el labio y miró a su psicóloga, sintiendo su pecho hundirse.

—No lo sé. He vivido en esa casa durante... unos años ya. Y la foto... la foto... —YoonGi cerró los ojos como si la imagen le apretara la garganta y lo dejara sin oxígeno—. La foto era... muy vieja. ¿De hace diez años, quizá? ¿Un poco más?

La psicóloga se quedó mirando las expresiones un tanto perdidas de YoonGi, como si la mente le estuviese haciendo cortocircuito y su cuerpo estuviese recibiendo todas las consecuencias de la laguna en su cabeza.

—¿Recuerdas haber estado en un lugar así cuando niño? —preguntó con suavidad, anotando ciertas palabras en su cuaderno sin que el muchacho viera.

El pelinegro se quedó estático durante un segundo, tratando de cavar en lo más profundo de su mente a pesar de arderle el pecho y causarle náuseas. Sin embargo, no podía recordar encontrarse entre las paredes de una pesadilla ni bajo el poder de una cámara ajena; tampoco hallaba en su memoria ninguna imagen que le diera indicios sobre su pasado porque, para él, apenas recordaba algún momento de su infancia.

—No realmente —respondió con labios temblorosos—. Ni siquiera sabía que había un sótano en la casa. La puerta estaba sellada tras las tablas de madera.

—¿Y dices que tu abuela te dejó aquella casa en herencia? —preguntó ella. Cuando observó su afirmación, prosiguió—: ¿Tu abuela por parte de tu madre o de tu padre?

Él negó despacio, acunándose las manos con cierta pena.

—No, ella... No era mi abuela biológica. Era madre de mi padrastro. Nos llevábamos bien, mi madre me contó que siempre solía ir a jugar allí, aunque yo no lo recuerdo mucho.

—Entonces, ¿viviste con tu padrastro por bastante tiempo? ¿Cómo era tu relación con él y su familia?

El joven dejó su ceño fruncirse y luego ladeó la cabeza, quedándose con la mente en blanco al encontrar un hueco profundo en la infinidad de su mente. Quiso arrojarse a ese hueco para enterarse qué era lo que su propio inconsciente le escondía. Tuvo una sensación extraña en la boca de su estómago, como si el hablar de ello le causara cierto disgusto o incluso como si toda su existencia se inhibiera a revelar la verdad. La piel se le erizó y, con un suspiro atrapado en agobio, se removió en su sitio como muestra de incomodidad.

Allergic to the arctic (CANCELADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora