Oscuridad

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El silencio me enloquecía. Literalmente.

Muchas veces llegué a escuchar que el silencio era un refugio, un descanso o una musa que muchos buscaban para lograr algo, pero para mí era un tormento.

No importaba la manera, siempre debía escuchar algo para mantenerme cuerda. La ausencia de sonidos me provocaba una intensa ansiedad: me revolvía el estómago al grado de vomitar, las manos me sudaban, el corazón latía como si tuviera taquicardia y la garganta se me cerraba para que no pudiera hablar.

Ataques de pánico, alguna vez mi doctor dijo que eso era lo que me pasaba pero que en ese tiempo no lo asimilaba.

Dada mi situación, escogí la carrera menos silenciosa, una que permitiera refugiarme de esas voces que me juzgaban incansablemente y que mantenía la oscuridad a raya; como bono, me inspiraba: Música.

Era curioso que mi amparo estuviera en medio de voces, ruidos, melodías y letras que muchas veces estaban llenas de esa oscuridad a la que decía temer.

Me encontraba acostada en el sillón de mi sala con la música a un volumen que, según mi maestro de ingeniería, estaba reduciendo la vida de mis oídos. Llegué a pensar que tal vez si me quedaba sorda esas voces se callarían.

Fruncí el ceño y bajé el volúmen a un nivel aceptable. No, si dejaba de escuchar el mundo exterior esas voces empezarían a gritar en mi cabeza.

Somewhere I belong inundaba mis oídos en aquel momento. Amaba la guitarra invertida del inicio y la letra me llegaba de manera personal.

La canción se pausó y con la ansiedad a flor de piel revisé mi celular, era una llamada entrante que aceleró mi palpitar; sin embargo, al ver el nombre que apareció en la pantalla no pude evitar suspirar con profundidad.

—Tengo un millón de razones para gritarte, ¿sabes? —espetó la voz femenina al otro lado de la línea.

—Hola, Ana —dije tratando de mantener la compostura.

—Nada de hola, me has estado ignorando por ese maestrucho de quinta —escupió.

Conté hasta diez mientras me incorporaba, ahí íbamos.

—No es cierto, cuando empezaste con Octavio me hacías lo mismo y nunca te dije nada —le recordé.

—Mínimo él no me mantenía escondida.

Golpe bajo.

—No lo hace, es solo que en la escuela...

—Caro —interrumpió—, vas en una escuela donde el reglamento es muy flexible, sabes y sé que no habría problema si él pidiera permiso, pero te la pasas justificando sus acciones...

—¿Necesitabas algo? —Opté por cortar su rollo, no quería pelear, menos con ella.

La escuché bufar y luego suspirar, casi la vi en mi mente empuñar una mano para controlar su temperamento.

—Mañana hay una fiesta, ¿estás dentro o no?

Mordí el interior de mi mejilla recordando que era sábado, día en el que a veces veía a Óscar. Aunque no habíamos quedado en nada y aún no me llamaba.

—No sé, Óscar...

—Necesitas el dinero —me recordó con enojo.

Cerré los ojos y asentí, sabía que no podía darme el lujo de faltar a un evento.

—Cierto. ¿A qué hora?

—Debemos estar ahí a las ocho para ayudar a montar, te paso la ubicación por WhatsApp.

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