Durante el tiempo que acudí a la escuela, los martes se convirtieron en un suceso algo extraño. La mitad del día se me pasaba absurdamente lenta y la segunda increíblemente rápida. Y todo se debía a un solo evento: la clase de iluminación.
Era la última del día, empezaba a las tres y terminaba a las cinco. Sin embargo, mi día iniciaba desde las nueve con clase de historia de la música seguida por la de finanzas. Cada asignatura duraba dos horas y justo antes de la de iluminación tenía dos horas de receso.
Sus labios me besaban con desesperación mientras yo reía entre cada tanto y tanto. Me hacía feliz cuando sonreía con ternura entre besos y abrazos.
Uno de los salones de clases personales era cómplice de nuestros encuentros. A pesar de tener cristales en las puertas, estos eran tan opacos que no se podía ver con claridad el interior del diminuto lugar.
—Vamos a tirar la guitarra —dije riendo mientras sostenía la mencionada para que no se fuera de lado.
—Hay treinta más abajo —susurró antes volver a capturar mis labios.
—Pero es una Fender —murmuré cuando me permitió respirar y traté de poner el instrumento en la esquina del salón.
—Me preocuparé cuando sea una Gibson —alegó aprovechando para besar mi cuello ya que me había girado.
Tenía la manía de querer retar nuestra suerte después de una pelea. Las cosas se volvían intensas en ese salón o en el de iluminación. Y aunque la ansiedad, el miedo y el nerviosismo daban vueltas en mi estómago, le seguía el juego.
A él le gustaba vivir al límite, a mí con cautela.
Solté un suspiro tembloroso y con mucha dificultad me giré y puse una mano en su pecho para alejarlo. Me vio extrañado y abrió la boca, seguro para pelear, hasta que se escuchó un fuerte gruñido que me hizo sonrojar.
Óscar me vio de manera fija por unos segundos hasta que poco a poco las comisuras de sus labios se fueron elevando para finalmente soltar una sonora carcajada.
—Oh, Dios —murmuré escondiendo el rostro en su camisa. Sentía mi cabeza caliente por la vergüenza.
Su cuerpo temblaba a causa de la risa y yo solo empuñaba la tela de su ropa. Era terrible, no podía ser que mi cuerpo me avergonzara de tal manera.
—¿No desayunaste? —cuestionó una vez que se calmó.
Mordí el interior de mi mejilla y negué. Él se había levantado mucho antes que yo para ir a correr así que nos reencontramos en la escuela. Una situación que yo por lo normal aprovechaba para saltarme comidas.
Pasó una mano por mi cabello y con la otra me obligó a levantar el rostro, sus ojos parecían sonreír al par de su boca. Me encantaba verlo así.
—Vamos, aún queda más de una hora, podemos ir a comer algo rápido —dijo depositando un beso fugaz en mis labios antes de ir a la puerta y abrirla.
Suspiré y asentí esperando. Yo siempre salía primero y tras asegurarme de que no había nadie, él me seguía.
Los salones de clases personalizadas se encontraban en el quinto piso, el elevador solo era para personas con discapacidad y había dos sets de escaleras. Él siempre bajaba por la opuesta a la que yo para no despertar sospechas de ningún tipo.
Descendí hasta la primera planta y saqué mi celular donde encontré una notificación: un mensaje de WhatsApp de Ana.
"Te adoro, chamaca"
Una sonrisa se formó en mi rostro, ya había pensado buscarla para arreglar la situación pero lo olvidé. No era extraño que se me pasaran las cosas, pero sí me desesperaba que lo hicieran.
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Inadaptable
General Fiction¿Cuán destructivo puede ser uno mismo? Caro sabe que algo está mal con ella. Que la percepción que tiene del mundo es muy distinta a la que tienen los que la rodean. Vive atormentada por voces que le susurran con odio; se aferra a las pers...