Dependiente

300 45 74
                                    

Dependiente me volví.

A sus brazos me rendí.

Alguna vez creí que tenía algún tipo de trastorno bipolar, pues podía cambiar de un humor a otro con solo parpadear. Tarde entendí que no era así, que realmente mi estado de ánimo se veía profundamente influenciado por las actitudes que Óscar tomaba.

Comprendí que me compenetré con él a un grado de dependencia absoluta: si estábamos bien me sentía querida y afortunada, pero si peleábamos perdía el suelo y sentía que no tenía una razón para vivir.

Después de su llamada mi humor subió por los cielos, en mi cabeza me veía dando vueltas cual hada en medio de la primavera. Les sonreía a los invitados, me porté en extremo amable e incluso bromeé con otras meseras a mi paso. Una situación que no pasó desapercibida por mi mejor amiga, y aunque seguramente sospechaba el porqué de mi sorprendente cambio de humor, se limitó a bromear a costa de los presentes.

Cada cierto tiempo, Ana pasaba a mi lado y hacia algún comentario irónico sobre las galletas de paté o caviar. Se preguntaba si notarían el cambio de caviar a lodo y si acaso sus egos los hacían ver más allá de sus narices.

—Necesitamos más lodo en galletas, ¿vas o voy? —me preguntó entregando su charola vacía.

—Yo voy, sirve que camino descalza en los pasillos, pero será nuestro secreto —le dije en voz baja con un guiño.

Ella sonrió y me dio un pequeño codazo, le gustaba cuando mi antiguo yo se asomaba aunque odiara la razón.

Le di la vuelta a la casa y entré por uno de los costados a la cocina, puse las bandejas vacías en la enorme barra de mármol azul verdoso que estaba llena de diferentes aperitivos. Había chefs caminando de un lado a otro preparando lo que supuse que era el plato fuerte.

Lo más atractivo eran los camarones, aunque Óscar decía que eran cucarachas de mar y por esa razón los dejé de consumir.

Mientras esperaba la siguiente ronda de asquerosos tentempiés, mi celular vibró. Lo saqué y no pude evitar sonreír al leer el remitente del mensaje de WhatsApp.

"Te extraño"

Mi corazón dio un brinco y respondí a gran velocidad.

"Yo más"

Guardé el aparato y recibí otra bandeja llena de caviar que me hizo arrugar la nariz; odiaba el olor terroso que soltaba esa comida, pero me recordé que solo debía servir cuatro horas más y me podría ir a casa para aventar los zapatos, quitarme la ridícula falda y meterme en un pants para andar descalza por mi hogar.

No había nada que disfrutara más que la frialdad del suelo. Mi madre me regañó múltiples veces por eso, pero fue inúti;  dejaba los calcetines llenos de mugre por andar resbalando por los pasillos al estilo Tom Cruise.

Claro que cuando alcancé la edad para hacerme cargo de mi ropa, me tocaba sufrir por quitar la mugre.

A pesar de todo, mis padres amaban verme libre y feliz. Creo que estarían decepcionados al ver en lo que me convertí. Ahora hasta me escondía para ver los partidos de un deporte que me apasionaba.

Si algo me inculcó mi padre fue el amor por las películas y el fútbol americano; pequeñas cosas que me llenaban de alegría y me hacían sentirlo vivo. A veces, mientras veía la repetición de un partido, soltaba comentarios a la nada y me imaginaba lo que mi padre respondería.

Óscar odiaba el fútbol americano y con el soccer se ponía pesado. Era de esos que insultaban la pantalla y llegaban a tirar cosas ante el enojo de que su equipo fuera perdiendo. Por esa razón evitaba ver ambos deportes en su presencia, cuando se enojaba me hacía sentir temerosa y vulnerable.

InadaptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora