Inestable

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La primera vez que me rompieron el corazón mi madre pasó la noche en vela leyéndome "Harry Potter y la piedra filosofal", dijo que el distraerme con otras cosas me haría mejor que estarme atormentando por aquello que no podía controlar.

Solía decir que tenía el control sobre dos cosas: Mi manera de ser y la forma en la que me trataban los demás. Siempre trató de hacerme creer que nadie podía pasar sobre mí sin que yo lo permitiera.

Para mi desgracia, esa enseñanza era solo un vago recuerdo de uno de los momentos más dolorosos de mi vida:

Mis amigas de la escuela grabaron a Damián diciendo que le daba asco, que entre mi peso y mi manera de ser moriría sola rodeada de ratas... Ni siquiera pudo ser de gatos porque seguro me los comería.

Así de cruel podía llegar de ser.

Dio la casualidad que ese mismo día Ana entró a la escuela y fue invitada a comer con el grupo de los populares, escuchó todo.

Al día siguiente en la clase de deportes propuso jugar quemados. Damián terminó con una nariz ensangrentada y mis supuestas amigas con dolores de espalda y estómago.

Fue extraño que un momento así de doloroso trajera una recompensa tan grande como mi mejor amiga. Situación que jamás creí volver a vivir hasta que llegó Rodrigo a mi vida.

Podía escuchar los susurros furiosos de Ana a lo lejos mientras le decía algo a Rodrigo u Octavio, no estaba segura de quién la acompañaba afuera.

Me encontraba recostada sobre mi cama viendo hacia la ventana. Sentía un hueco en el estómago y una opresión en el pecho que por momentos me dificultaba respirar.

Veía de manera fija las líneas de hacía unos días, eran costras de color café que se sentían rasposas al tacto. Ansiaba con todo mi ser callar el dolor interior y a las voces que me gritaban que lo había arruinado, que era mi culpa que Óscar me quisiera golpear por haber invitado a su amigo.

Lo peor era que tenía tantas ganas de llamarlo que Ana lo intuyó y me quitó el celular.

No me permitió encerrarme en mi recámara, de hecho, estaba en el pasillo alegando con alguien. Me conocía lo suficiente para saber que la situación me empujaría a un episodio de autolesión.

Y lo anhelaba, ansiaba como nunca pasar esa navaja y crear la abstracta obra de arte en mi piel.

Cerré los ojos con fuerza y dejé salir aire por la boca de manera temblorosa. Tenía las manos debajo de mi mejilla, entrelazadas, de pronto las apretaba con fuerza hasta que la piel se tornaba blanca. Si hubiera sido por mí estaría arañado mis brazos hasta lograr el efecto de una navaja.

Me sobresalté al sentir la cama ceder bajo el peso de alguien, cuando puso la mano en mi hombro supe inmediatamente quién era y mi cuerpo se estremeció conforme lágrimas se derramaban.

—¿Qué hice mal? —pregunté en un susurro

—Nada; es un imbécil, siempre lo fue —dijo Ana con una voz sería llena de dureza.

—Decía amarme —murmuré con la voz entrecortada por los sollozos.

—No puede dar algo que no tiene, Óscar no tiene amor más que por lo que le conviene, eras arcilla en sus manos, te moldeó...

Gemí y escondí el rostro en la almohada.

—Duele, Ana.

Suspiró y me abrazó por la espalda, sentí como trataba de mantener mis piezas juntas y me agobió ser una carga para ella. No tenía porqué cargar con mis problemas, menos con mis traumas.

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