Abrigo

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Una pequeña luz apareció en la esquina izquierda de mi celular. No quería saber nada de nadie, pero no soportaba tener notificaciones. Así que lo tomé del buró y desganada lo desbloqueé.

Era Rodrigo.

"Estoy por tu casa, ¿estás ocupada?"

Miré la hora en la parte superior de la pantalla y noté que eran las ocho de la mañana, no tenía ganas de ir a la escuela ni de tomar la maldita clase de iluminación.

Me dolía horrible la cabeza así que pensé en decirle que sí, que estaba con Óscar, escribí el mensaje y lo observé por unos segundos, él seguía en línea como esperando mi respuesta.

Entonces la necesidad de tener alguien con quién desahogarme —o de mínimo que me distrajera de esa voz que exigía dolor—, me inundó; borré y cambié mi contestación.

"No, estoy sola"

Esperé a que lo viera, seguía en línea pero no aparecieron las dos palomitas azules, entonces me di cuenta de que no era a mí a quien esperaba, seguro estaba hablando con alguien más.

Suspiré y apagué la pantalla. En mi mente lo imaginé escribiéndole a Óscar para avisarle que seguía viva y que no debía preocuparse por otro intento de suicidio.

Cerré los ojos y los apreté. No era posible que mi mente se aferrara a crear esos enfermos panoramas, que fuera incapaz de creer que la preocupación de otra persona era genuina.

Para cuando abrí los ojos, tenía una nueva notificación:

"Estoy abajo"

Fruncí el ceño extrañada, no habían pasado ni cinco minutos. Me incorporé en la cama y leí el mensaje al menos una diez veces sintiendo una profunda ansiedad.

¿Me estaba cuidando?

Sacudí la cabeza con hartazgo, le respondí que subiera y me dirigí al baño donde me eché agua en el rostro varias veces, al secarme encontré en mi reflejo una cara roja, ojos hinchados y algo de sangre en el labio inferior. Me arranqué un pellejito mientras esperaba su respuesta y me hice daño. Relamí mis labios y odié el sabor metálico de la sangre.

—Rayos —murmuré cuando escuché el timbre.

Mis horas de sueño no fueron suficientes para ocultar que lloré por quién sabe cuánto tiempo y no quería abrumar a Rodrigo con cosas que no eran de su incumbencia.

Suspiré con hartazgo, odiaba que Óscar me afectara de esa manera pero era como una droga que no podía dejar de consumir por más destructiva que ésta fuera.

Y estaba mal.

Salí del baño y me acerqué a la puerta, inhalé y exhalé al menos cinco veces antes de abrir.

Lo encontré de espaldas, vestía un sweater negro con pantalón azul; al escuchar como abrí se giró. Se veía muy cansado, me observó por unos segundos.

—¿Mal día? —preguntó en una voz que me dificultó entrever lo que sentía.

Me encogí de hombros, estaba escondida detrás de la puerta.

Se acercó y tomó mi barbilla con sus dedos, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me sentí totalmente vulnerable cuando levantó mi rostro en su dirección e inspeccionó mi boca.

—¿Acaso Óscar...?

Abrí los ojos con sorpresa y agité la cabeza a gran velocidad liberándome de su agarre.

—¡No! —exclamé—. Me mordí el labio, él jamás...

Quise decir que jamás me haría daño pero no pude seguir, me estaba cansando de justificarlo.

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