Ángel

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Antes de que yo naciera, tres años para ser exacta, mi madre sufrió un aborto espontáneo. Tenía cinco meses de embarazo cuando en medio de la noche los dolores de parto la despertaron.

Para cuando llegaron al hospital estaba totalmente dilatada y no tardó en dar a luz a un varón.

Desgraciadamente, la enfermera que estaba en turno no reaccionó lo suficientemente rápido, a pesar de los gritos de la doctora para que le diera los instrumentos para cortar el cordón umbilical, la mujer se quedó impasible observando.

Cuando llegaron a la incubadora mi hermano había muerto.

Cada que mi madre contaba la historia terminaba con lágrimas en los ojos. Decía que yo era su niña arcoiris, que mi embarazo fue de alto riesgo pero que al final me recibieron con todo el amor que no le pudieron dar a mi hermano.

A veces sospechaba que esa fuerza sobrenatural que se negaba a dejarme morir era él. Sentía que se le había dado la oportunidad de ser un ángel guardián que velaría por mi bienestar por la eternidad.

Un ángel al que a veces quería insultar por no dejar que me uniera a ellos allá arriba.

La cama de Rodrigo era cómoda y enorme. Se sentía como nube de algodón. Eso o estaba tan cansada que disfruté mucho de quedarme dormida para amanecer en su cama.

Aunque estaba sola.

Sentía un dolor punzante en la cabeza y los ojos pesados, me ardían y tenía demasiado frío en mis brazos. Me incorporé y pasé ambas manos por mi cabello antes de suspirar y cerrar de nuevo los ojos. Pegué las piernas a mi pecho y apoyé la frente en las rodillas.

Estaba realmente cansada a pesar de haber dormido por quién sabe cuánto tiempo.

Encontré mi celular a un lado y lo tomé, tenía tres llamadas perdidas de Ana. Aunque sentí un doloroso tirón en el pecho al pensar que serían de Óscar, pero no tenía mi nuevo número, era imposible que me contactara.

Bajé los pies y disfruté un poco de la frialdad del suelo en la recámara de Rodrigo la cual estaba pintada de color verde oscuro. Su cama era tamaño King size, sin embargo, por la manera en la que estaba extendida la cobija, se notaba que solo yo había dormido ahí.

Me sentí mal al pensar que ni en su cama pudo descansar y que tuvo que aguantar mis lágrimas y las múltiples ocasiones en las que quise llamar a Óscar para reclamarle por lo de Tania.

Debía creer que estaba loca.

Miré con nervios mi entorno. La cama se encontraba al centro de la recámara y a sus lados habían unos buros de madera color gris. Tenía una pantalla colgada en la pared de enfrente, una puerta que seguro daba a su baño y unas puertas corredizas que aparentemente eran su clóset. Todo estaba en extremo limpio y ordenado.

Encontré mis tennis a un lado y me los puse para luego pararme frente al espejo de cuerpo completo y trenzar mi enmarañado cabello.

Sentía vergüenza, no quería verlo ni hablar con él. Eso sin mencionar que no lograba entender porqué me ocultó lo de Óscar por tanto tiempo.

¿Por qué se acercó a mí para empezar?

No quería saber la respuesta, prefería morir con la duda. Sin embargo, mi mente comenzó a analizar cada llamada, mensaje, encuentro y demás. La nube de sospecha se estaba esparciendo y voces susurrando varias respuestas empezaron a atormentarme.

Tras guardar mi celular en la parte trasera de mis jeans, asomé la cabeza por el pasillo y al no encontrar a nadie, caminé con sumo cuidado hasta la puerta del departamento. Me iría y ya después sabría qué hacer.

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