Me arde, la piel, el alma, la garganta, eran golpes que en vez de dejar huellas sobre la piel, me dejaron huellas en el alma, dolía demasiado, un dolor casi insoportable, me pare tantas veces esperando alguien me sostuviera de la mano y no me dejara caer de nuevo.
Al pasar el tiempo me canse de esperar, en cada caída un poco de mi esperanza se iba marchitando, cuándo desapareció, la llore, le rogué que se quedara, muchas palabras que quedaron quemándome la garganta, provocando gritos sordos que solo yo era capaz de oír.
Empecé a repararme sola, me resigne a que siempre tendría que pararme sola, y que por más que ardieran ciertas palabras era mejor no dejarlas salir, empezó una catarsis en búsqueda de intentar que mi alma no se marchitara.