Le escribí una carta a un demonio del que me enamore, en ella le agradecía por todos esos besos que compartimos, por las veces que coció mis heridas, porque me enseñó a no esconder mis cicatrices, me enseñó que eran marcas de que sobreviví a una guerra interna.
Le recordé que una tarde enredados entre las sabanas me dijo que el café más amargo se vuelve dulce con la persona correcta.
Quería agradecerle tantas cosas, porque cuando caí en el infierno el me saco, después de todo sabía de memoria el camino a las puertas del cielo, ya que era el lugar de donde cayó.
Me dijo que no podía estar conmigo, que no era una despedida, solo el final de un camino, y que si la vida, o incluso la muerte lo permitía nos visitaríamos en la inmortalidad.