La Luna era un astro opaco, sin luz propia, estaba varada en medio del espacio, pero no estaba sola, en la noche la tierra la admiraba de lejos.
A la tierra le producía mareas en su corazón cuando sacaba un atrevido cuarto menguante, y cuando se decidía por brillar a todo su esplendor estando completamente llena, la encontraba irresistible.
Le recitaba todas las noches poemas donde aclaraba que adoraba sus cráteres, aunque ella intentara ocultarlos con rayos de luz, y que combinada con las estrellas eran un anochecer perfecto.
Sin quererlo la Luna empezó darle brillo a la oscuridad de la tierra, pero de pronto el calor del Sol la abrazo, tenía luz propia, y a pesar de que estuvieran a miles de años luz, cada eclipse era un beso que la Luna se dejaba robar por el Sol.
Eran dos astros que a pesar que eran lejanos se completaban, la tierra se volvió loca, y en cada eclipse lunar se interponía entre estas dos almas, la Luna comprendió que el amor de tu vida y tu alma gemela son dos seres distintos.