Capítulo 2

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David no tenía necesidad de trabajar los domingos y Bella no estaba segura de si eso era lo que hacía, pero ese día de la semana se lo pasaba fuera por completo. Por eso, cuando Bella se despertó, se vistió y se marchó camino de la estación de San Telmo, donde había dejado a Inés el sábado, para coger la misma guagua que ella e ir a su casa.
Aunque sabía dónde vivía, Inés la estaba esperando en la estación de Arucas. No obstante, no le preguntó cómo estaba hasta que estuvieron en su habitación.
Sus padres habían salido de paseo, así que tenían libertad para hablar de lo que fuese.
─Estoy mejor, siempre es un alivio cuando él no está.
─Vente a mi casa, Bells, a mis padres les encanta tenerte aquí.
─Necesito acabar la carrera, Inés... sé que suena aprovechado, pero...
─No suena así, Bella, pagarte tus estudios es lo mínimo que debe hacer tratándote como te trata ─hizo una pausa antes de seguir─. ¿Y Alberto? Seguro que él podría terminar de pagarte la carrera mientras vives con él.
─¿Qué dices? No puedo hacer eso, Inés, le causaría problemas y él no tiene por qué pagarme nada.
─Pues deberías pedirle ayuda, sabrá lidiar con tu padre.
─Ambas sabemos que si fueses tú, pensarías y actuarías como yo.
Inés suspiró.
─Vaaale, tienes razón.
Bella sonrió un poco.
─En fin, cambiemos de tema.
─Vale, quiero saber cómo van las cosas con Aridane. No me puedo creer que no te lo preguntase ayer.
─Bueno, las cosas no van. Sigo pareciendo invisible para él y la verdad es que ya no me importa porque me he dado cuenta de que es un imbécil, no sé cómo es que va a ser profesor de niños pequeños.
─¿Y eso?
─Es un chulo. Pensaba que sólo era seguro de sí mismo, pero no, es un arrogante y no tiene respeto por las mujeres. No quiero a alguien así.
─Pues no, mejor sola que mal acompañada.
─Y sola no estoy porque te tengo a ti.
─Ay, por favor, pero qué mona eres. Lo que se pierde Aridane por idiota.
Como no había nada que hacer fuera de casa porque estaba todo cerrado, fueron al salón y se sentaron en el sofá para ver una película de dibujos.
─¿Podríamos...? ¿Podríamos ver La bella y la bestia?
Inés la miró, sorprendida. Por extraño que pudiese parecer, Bella no había visto nunca la película de la que provenía su nombre: primero había sido porque su padre no soportaba poner esa película, pues le recordaba a Lorena, y segundo porque ella misma temía que verla le hiciese recordar a su madre de forma nostálgica.
Pero no podía pasarse la vida huyendo del recuerdo de su madre, ¿no?
─¿Estás segura?
─No... pero ponla antes de que me arrepienta.
─Está bien.
Bella estaba nerviosa. Se sintió estúpida por ponerse así por una película de dibujos, pero los sentimientos sobre su madre afloraban y rascaban la superficie con uñas verdaderamente afiladas. Estaba el hecho de que su padre, cada vez que podía ─lo cual resultaba ser muy a menudo─, le recriminase haber matado a su madre cuando ella lo único que había hecho había sido venir al mundo; daba igual lo ilógica que fuese la acusación de David, con el paso de los años ella había comenzado a sentirse mal. Ojalá hubiese podido conocer a su madre.
Cuando Inés vio que la muchacha se estaba agarrando la falda con las manos como garras, se inclinó hacia ella y la rodeó con sus brazos. Bella apoyó la cabeza en el hombro de su amiga y respiró hondo.
... Y se sintió mal por haber evitado la película durante tantos años, pues entendía por qué su madre se había encandilado tanto de ella como para ponerle el nombre de la protagonista a su hija. La muchacha lloró al final de la emoción y por lo bonita que le había parecido.
─Ojalá pudiese tener un cuento de hadas así... sobre todo porque mi padre no es como Maurice y si me alejara de él no lo lamentaría.
─¿Quieres ver la del año pasado?
─¿La de Emma Watson?
─Sí.
Bella aceptó, tenía ganas de ver cómo habían hecho la versión con imágenes reales y lo cierto es que no sólo no le resultó decepcionante, sino que le encantó: tanto lo que habían mantenido fiel a la original como lo que habían inventado para la nueva película.
Tras terminar la sesión de cine, fueron a la cocina y almorzaron juntas. Hablaron un poco más sobre la fotografía y Bella se marchó rumbo a la estación de guaguas después de que acordaran que el próximo sábado harían una sesión de fotos con Bella de modelo, por supuesto. El lugar ya lo irían pensando y estableciendo durante la semana. Además, querían volver a verse el lunes después de clase, así además podían aprovechar que Inés bajaba a Las Palmas para sus clases.
Cuando llegó a casa, seguía estando solamente Almudena, la empleada del hogar.
—¡Bella! —exclamó al verla, con una sonrisa— Qué bueno que llegas, tu padre ha llamado para decirme que pusiera un plato más en la mesa. Va a venir el señor Rodríguez a cenar.
Bella abrió los ojos un poco más de lo normal y su boca dibujó una sonrisa.
—¡Qué guay! —exclamó la chica y abrazó a la mujer.
Aunque no tenía el cariño de su padre, al menos le quedaba Almudena, que siempre había sido muy buena con ella. La mujer rio y le devolvió el abrazo.
—Te ayudaré a preparar la mesa —dijo con entusiasmo.
Así que los dos fueron a la cocina a poner la mesa mientras hablaban alegremente sobre la llegada de Alberto. Después Bella se quedó mirando cómo Almudena daba los últimos retoques a la cena, que por el olor —delicioso, por cierto— parecía estofado.
—Nunca me cansaré de decírtelo, Dena, eres una cocinera maravillosa. Te voy a echar de menos cuando ya no esté aquí...
—Ojalá no tuvieras que irte.
—Cuando me asiente y tenga algo de dinero podrías venirte conmigo.
—¡Yo estaría encantada! Pero eso desataría la ira de tu padre... no contra mí, sino contra ti.
Bella se encogió de hombros.
—Eso ya lo hago sin comerlo ni beberlo. Al menos tendrá una excusa de verdad para enfadarse conmigo.
Almudena negó con la cabeza, pero con una sonrisa en los labios.
Entonces oyeron cómo se abría la puerta y unas voces masculinas se colaron por el pasillo hasta ellas.
Almudena se enderezó y se agarró las manos tras la espalda mientras Bella iba a recibirlos. Tuvo que darle un beso a su padre por cortesía y conformarse con saludar a Alberto con un apretón de manos. A pesar de que allí todos sabían cómo era la relación entre David y Bella y no contaba como una humillación porque no había gente ajena a su situación, ella sabía que no era conveniente que mostrase más efusividad por el socio de su padre que por este.
—La cena ya está lista —dijo Bella.
—Ya puedo olerla —dijo Alberto con una sonrisa y se adelantó, momento en el que David aprovechó para decirle a su hija en voz baja que se comportara. A ella no le afectó, pero asintió verbalmente y después entró en la cocina.
Alberto Rodríguez era tan alto como su socio y amigo. Se notaba que eran de la misma quinta. Como David, tenía el pelo canoso, aunque ni lo tenía tan largo como él ni llevaba barba, estaba completamente afeitado. Se le marcaban los surcos nasogenianos tuviese la expresión que tuviese y también el surco nasolabial. Usaba gafas de pasta negras. Tenía la frente muy despejada a causa de las entradas y las cejas muy pobladas y aún negras.
Algo destacable eran sus orejas, que resultaban ser más largas de lo normal; cuando Bella era más pequeña y él la cogía en brazos o la sentaba en su regazo, jugaba con ellas. Él lo recordaba con cariño, pero cuando se lo comentaba a ella, la muchacha se sentía avergonzada.
—El martes tenemos que quedamos hasta tarde en mi despacho —le indicó David a su socio—. Tenemos que terminar el papeleo para cerrar de una vez el contrato con la constructora.
Bella no se metía en los negocios de su padre, tampoco le llamaban mucho la atención, pero no le aburría estar en una conversación como aquella. Es más, le encantaba, mientras Alberto estuviese allí ella apenas existiría para su padre y este no la hostigaría con cualquier cosa. Fue la cena más tranquila que había tenido en mucho tiempo, incluso pudo llegar a reírse cuando los dos empresarios dejaron de hablar de trabajo y sustituyeron el tema por uno más informal.
Cuando Alberto se marchó, Bella temió que David le reclamara algo que ella hubiese pasado por alto —porque normalmente lo que le reclamaba no tenía lógica alguna—, pero lo único que le dijo fue que se iba a dormir e incluso se despidió con un buenas noches.
Aquella noche fue la primera, en mucho tiempo, que Bella durmió a pierna suelta. Tanto fue así que no oyó la alarma de su móvil hasta cinco minutos después de que esta hubiese empezado a sonar.

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