Capítulo 8

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El veinticuatro de diciembre prepararon una cena especial. No iban a realizar mucha comida porque sólo eran tres, pero empezaron a prepararla temprano porque Aray tenía que ir a buscar a su madre al centro donde estaba ingresada para que pasara la Nochebuena y el día de Navidad en casa. Aunque lo más justo sería decir que Aray cocinaba y Bella lo ayudaba, pues no sabía cocinar mucho y a pesar de llevar allí más de un mes, hacía apenas unos días que Aray había empezado a enseñarle, pero a la chica le costaba un poco aprender a cocinar.
Ya lo había hablado y como Bella no iba a pasarse tanto tiempo encerrada en la habitación de Aray, habían llegado a una conclusión: tendrían que fingir. Ella se haría pasar por una amiga del chico cuya familia estaba de viaje de negocios y no tenía con quién pasar la Navidad, así que él le había ofrecido quedarse allí.
Aray informó a Bella de que su madre pensaba que él tenía trabajo. A la chica no le gustaba mentir tanto y se sentía mal por el hecho de que la madre de Aray estuviese engañada, pero no le quedaba más que aceptar; era eso o permanecer encerrada sin siquiera ir al baño, y Aray no la había amenazado, pero era lo obvio. La señora no podía enterarse de lo que había hecho su hijo y, extrañamente, Bella estaba de acuerdo. Podría haber dicho que sí a todo y luego contárselo todo a la señora, pues eso metería en problemas a Aray, pero ella no quería que eso pasara. A pesar de que no la dejara salir de la casa, él se había convertido en su amigo y ella había traspasado los niveles de la amistad: se había convertido en su cómplice y no se había dado ni cuenta.
Bella corrió a esperar de pie en el pasillo cuando oyó que ya habían llegado y la puerta se abrió enseguida.
—Ay, hijo, ¿ahora cierras la puerta durante el día? ¿Y si le pasa a la muchacha?
La mujer tenía una voz dulce, cálida. Aray la llevaba en volandas y la señora iba bien abrigada con unas botas por encima del tobillo y un anorak. Era de piel blanquecina, pequeñita, de ojos verdes y cabello azabache. Estaba claro a quién había salido Aray, salvo en altura, pues él era alto, aunque Bella también conocía el aspecto de la señora por las fotos que había por la casa.
—¡Oh! —exclamó la mujer al verla— Tenías razón, hijo: es preciosa —dijo en voz baja, pretendiendo ser discreta, pero Bella pudo escucharla perfectamente.
Aray no le dijo nada, pero la miró con los ojos bien abiertos. Bella se sonrojó. ¡A Aray le parecía preciosa!
—Hola, señora —la saludó con una sonrisa.
—¡Y es educada! Estoy muy contenta por que hayas encontrado una amiga tan buena —dijo la mujer mientras Bella los dejaba pasar y Aray llevaba a su madre al salón—. Pero llámame Carmenza cielo, hay confianza. ¡Y tutéame!
—Vale, Carmen —dijo la chica sin perder la sonrisa.
Aray dejó a su madre en el sofá y dijo que iría a buscar su andador.
Carmen no parecía muy anciana, se habría atrevido a decir que tenía más o menos la edad de su padre, así que le sorprendía que tuviese que usar un andador; pero, evidentemente, no dijo nada al respecto.
—¿Lo pasas bien con mi hijo? —Le preguntó mientras su hijo se encontraba ausente.
—Sí, claro.
—Oh, eso es maravilloso. De pequeño se iba a la biblioteca del colegio a leer durante los recreos. El pobrecito, los únicos amigos que tenía eran los libros.
—Mamá, ¿qué le estás contando a Bella? No te pongas en modo madre nostálgica que avergüenza a sus hijos enseñando sus fotos de bebés en las que se ven ridículos o se les ve el minipene.
Bella abrió los ojos de par en par y Carmen lanzó una exclamación, escandalizada.
—Aray Melián Santana, ¡no hables así!
Bella nunca había oído el nombre completo del chico, él sólo le había dicho que no se llamaba Santiago, sino Aray, a secas.
—Dime que no te habla con esas palabras. —Le dijo la mujer, mirándola, y Bella cerró la boca formando casi un punto para contener una carcajada antes de contestar.
—No, no te preocupes. Conmigo es muy educado.
Aunque unos segundos después dejó de estar tan contenta. Si la madre de Aray reaccionaba así porque su hijo hubiese dicho "minipene" —algo que, por otro lado, era algo normal en una madre—, ¿cómo se pondría al saber lo que había hecho a su hijo? ¿Cómo reaccionaría de saber que había dejado inconsciente de dos golpes y secuestrado a una muchacha inocente? Sobre todo después de conocerla.
—Qué pena que me dejase el álbum en mi habitación, te habría "avergonzado", como dices tú —dijo haciendo comillas con las manos, aunque Bella notó que a la mujer le había costado un poco levantar los brazos lo suficiente como para hacerlo.
—Precisamente porque sé que te dejaste atrás el álbum me he tomado la libertad de mencionarlo. Pero bueno, ¿cenamos ya? —inquirió Aray, claramente deseoso de cambiar de tema.
—Sí, mejor cenemos ya. ¡Me muero de hambre! —aceptó Carmen y su hijo se dispuso a levantarlo de nuevo en brazos, pero ella se adelantó— No, hijo, no me ayudes. Quiero aprovechar para caminar todo el tiempo que mi cuerpo me permita.
—Está bien, perdona, mamá.
—Vamos a por el primer plato, Aray —dijo Bella, pensando que Aray volvía a sentirse de esa manera que le hacía dar puñetazos a la pared, aunque no sabía exactamente por qué.
El chico asintió y le echó una última mirada a Carmen antes de seguir a Bella hasta la cocina.
—¿Qué te pasa? —susurró la chica, esperando que la madre de Aray no la oyese, pues las paredes de aquella casa parecían hechas de papel.
—Soy un imbécil —respondió él con el mismo volumen.
Bella lo miró con reproche.
—Nada de puñetazos, luego hablamos —dijo cogiendo el caldero de la sopa de marisco.
Sorprendentemente, el chico asintió justo antes de que ella se diera la vuelta y saliera de la cocina. Luego dejó el caldero en la mesa del comedor mientras Aray llegaba con un cucharón.
—¿Por qué no usaste mi sopera, Aray? —inquirió la mujer y Bella se sorprendió y se sintió culpable.
—No quería que se rompiera, así que la guarde porque soy un manazas... —respondió Aray.
—Ay, hijo, pero tenerla y no usarla por temor a romperla es como no tenerla.
—Bueno, mamá, ya da igual. Lo importante es que la comida esté buena, ¿no?
«¿Cuántas veces habrá tenido que inventarse excusas?», se preguntó Bella.
—Sí —dijo Carmen, tras unos segundos de nerviosismo de sus acompañantes—, tienes razón. Vamos a comer.
—¿Quieres servirte tú, Carmen, o lo hago yo?
—Temo provocar una inundación... con las cucharas no tengo problemas, pero no me fío de que no se me caiga el cucharón. Pero tú eres una invitada, Aray me servirá. Míralo, si hasta tiene el cucharón en la mano.
—Está bien —dijo Bella, echando una mirada a Aray—, pero no me molesta ayudar, aunque sea una invitada.
«Aunque no lo sea».
—Siéntate, Bella, yo me encargo de esto. —Le dijo el chico con una leve sonrisa.
—¡Qué bien huele, cielo! —exclamó la mujer cuando Aray destapó el caldero. Él le sonrió enternecido.
—Me alegro, mamá.
Aray sirvió la sopa para los tres y entonces empezaron a comer.
—¿Y a qué te dedicas, Bella?
La chica se quedó con el líquido de la cuchara, que aún tenía en la boca, a medio tragar. Quizá debió haberlo visto venir, pero la tomó por sorpresa y no quería hablar de ese tema... pero Carmen no sabía nada de la verdad, así que tuvo que aguantarse la mala sensación.
—Estoy estudiando Educación Infantil.
—¡Oh! ¡Qué bonito!
—Sí —sonrió Bella a medias.
Cuando terminaron, Aray fue a buscar el segundo plato a la cocina y Carmen aprovechó para preguntarle algunas cosas:
—¿Tienes intenciones más allá de la amistad con mi hijo?
Bella abrió la boca y los ojos de par en par.
—No, no las tengo —respondió cuando se recuperó del asombro.
—Tú pareces una chica buena, pero no puedo evitar preocuparme por él, lo ha pasado mal con la gente porque no le entienden.
—Es que la gente es mala... pero no te preocupes, también existen personas con buenas intenciones.
«De verdad, que tenga que estar hablando de esta manera sobre mi secuestrador...».
Pero a pesar de esos pensamientos se sintió mal por la mujer, que lo pasaba mal por su hijo... y eso que estaba a medias en la ignorancia.
—¿Y dónde se conocieron? —inquirió la mujer mientras Aray volvía con el segundo plato.
—En un evento de fans de Harry Potter —contestó Bella, sorprendiéndose de lo rápido que había improvisado una respuesta. Eso no lo habían hablado para ponerse de acuerdo, le pareció un grave error por parte de ambos.
—¿De qué hablaban?
—Le preguntaba dónde se conocieron.
—Sí —sonrió Bella—, y ese evento pottérico fue bastante divertido, además de que nos llevamos una nueva amistad.
—Oh, sí —dijo Aray, siguiéndole la corriente—. Fue un día genial.
Cuando terminaron la cena —después de un delicioso tronco de Navidad como postre—, se fueron al salón a ver un rato la programación especial de la televisión, hasta que Carmen anunció que estaba cansada y que quería irse a la cama.
Ambos la acompañaron para ayudarla acostarse y después ella lo ayudó a recoger la mesa sin mediar palabra.
—Yo voy a dormir ya también —dijo Bella, pero no sabía hacia dónde ir.
—Está bien, que descanses.
Como él no se percató de su duda, le preguntó directamente:
—¿Dónde duermo hoy?
Aray se sorprendió, se le notaba en el rostro.
—En mi habitación, ¿dónde si no?
—Como tu madre está en la que sueles usar...
—Yo dormiré en el sofá.
—Ni siquiera cabes...
—Da igual. Ve a dormir, anda. Aunque, ahora que me acuerdo, me dijiste que hablaríamos luego.
—Ah... sí. ¿Por qué te llamaste imbécil esta vez?
Aray guardó silencio durante unos segundos y después suspiró.
—Me siento fatal por hacer sentir sentir mal a mi madre, por su enfermedad. Me siento inútil, me mata verla así porque antes estaba tan llena de vitalidad que no paraba en todo el día y ahora... apenas aguanta nada. Ni soy capaz de estar mucho tiempo con ella y soy gilipollas por eso, porque debería aprovechar todo lo que pueda...
Bella lo miró con tristeza.
—Aray... ¿la metiste en ese centro para no verla enferma?
El chico bajó la mirada, confirmando en silencio lo que había dicho ella.
—Está bien... —dijo Bella— es normal que prefirieses alejarla... aunque deberías tenerla a tu lado porque luego te arrepentirás... Lo que habría dado yo por poder estar con mi madre... Y como no tienes trabajo puedes cuidar de ella. Aunque ahora ya da igual, porque yo estoy aquí y no sería capaz de mantener esta mentira permanentemente. Y dudo mucho que pudieses inventar alguna explicación para que yo siguiera aquí después de Navidad. Bueno, mejor me voy ya a dormir... buenas noches.
—Buenas noches... —dijo el chico con un hilo de voz.
Bella se metió en la habitación mientras su corazón se veía abordado por sentimientos encontrados.
No podía evitar ser dura con Aray porque era su secuestrador, pero ella no era una persona cruel y en el último mes la había tratado tan bien como si de verdad fuese su invitada; y no sólo eso, sino que le había dado más tranquilidad que su padre.
Aun así se frustraba pensando en lo injusto que era no poder tener esa tranquilidad y ser libre al mismo tiempo. Se sentía mal por Aray, pero él siempre... siempre sería su secuestrador.

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