Capítulo 6

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Aray encontró a Bella con la nariz roja y los ojos llorosos.
—¿Estás bien? —inquirió y de inmediato se llevó una mano a la cara— Pues claro que no, qué pregunta más tonta. Voy a darte algo de desayunar y luego otro antigripal.
Bella no dijo nada y tampoco se movió, estaba cansada y hecha polvo; hacía tiempo que no pillaba un resfriado tan fuerte.
Desayunó sin ganas, pero un rato después se sintió algo mejor y capaz de dormir, así que Aray le dijo que descansara y que volvería en unas horas.
Cerró los ojos y enseguida se quedó dormida. No obstante, cuando despertó sintió como si no hubiese descansado nada. Y, por si eso no fuese suficiente, alguien la estaba observando desde la puerta. Ella, confundida, se irguió levemente sobre sus antebrazos.
—¿Por qué te has vuelto a poner el pasamontañas?
Aray no contestó, sólo se acercó a ella, mirándola fijamente con aquellos ojos verdes.
Para cuándo la muchacha pudo darse cuenta, lo tenía encima de ella.
—¿Qué haces? ¡¿Qué estás haciendo?! —gritó, alterada, pero el consiguió inmovilizarla enseguida, sentándose sobre sus piernas y sujetándole las muñecas por encima de la cabeza. Acto seguido le destrozo la parte de arriba del pijama —con una fuerza descomunal, pues era de lana—, dejándola en sujetador, y le arrancó dicho aprenda para manosearle los pechos.
—¡No! ¡No, dijiste que nunca me harías esto! —gritó, desesperada, mientras se retorcía hasta que consiguió liberar sus manos. Forcejeó con él, alterada hasta la médula— ¡Dijiste que no lo harías!
—Cada vez te pareces más a Lorena —dijo con voz gutural. Así Bella descubrió que no era Aray, sino su propio padre.
—¿Q-Qué?
—Eres como tu madre, como tu madre... —dijo fuera de sí antes de quitarse el pasamontañas y comenzar a besarle el cuello.
—¡No, basta! ¡Basta!
—¡Bella!
la chica abrió los ojos llorosos a la realidad y, con un grito, sabrás o lo primero que alcanzó; es decir, a Aray.
El chico notó que estaba temblando.
—Sólo era una pesadilla, Bella, tranquila.
—¡Tenía los ojos verdes, pero luego era mi padre! ¡Mi padre decía que era como mi madre y trato de violarme! Menos mal que me has despertado antes de que pudiera hacer más —sollozó, a punto de ponerse histérica.
—No pasa nada, tu padre no te va a hacer daño; ni siquiera sabe dónde estás.
Bella pareció volver en sí y se apartó de Aray, quien —para su extrañeza—, la había estado confortando frotándole la espalda.
—¿Tu padre... alguna vez...? —Aray suspiró— ¿alguna vez se propasó contigo?
—No —respondió Bella de inmediato, sintiendo un escalofrío—. Cuanto más lejos me tuviera, mejor, aunque luego me exigiera estar en casa cuando él llegara. Pero no... me odia porque me parezco a mi madre, pero no soy ella. Creo que nunca llegaría a ese nivel de locura —explicó y se le escapó una sonrisa amarga—, aunque las noches en las que discutíamos cerraba con llave la puerta de mi habitación por si entraba y trataba de matarme.
Bella tenía la mirada perdida en algún punto de la habitación y no vio la mueca de disgusto del chico.
—¿Y por qué has intentado escapar? ¿Para qué quieres volver a esa vida?
Bella lo enfocó entonces con la mirada.
—Porque mi padre no es mi vida. Hay gente que me quiere y aún me quedan muchas cosas por hacer. Iba a ser profesora infantil... pero al final mi padre consiguió arruinarme la vida —Bella se mostró realmente disgustada—. Y tú se lo pusiste en bandeja —añadió y se levantó de la cama para luego salir del cuarto.
Se fue hasta la puerta del balcón y se quedó mirando a través de ella con los brazos cruzados.
Aray la siguió hasta allí.
—Pensé... que ibas a intentar escapar otra vez.
—Dijiste que te ibas a encargar de que no volviera a hacerlo. ¿Y sabes qué? —dijo y se giró para mirarlo— Lo conseguiste. No voy a volver a intentarlo.
«Hasta que reúna el coraje suficiente para apuñalarte».
Aray dijo algo que Bella no llegó a escuchar, sumida en sus pensamientos. Pero sí se percató del movimiento nervioso que hizo con las manos y, por tanto, de las rojeces que tenía en los nudillos de la izquierda.
—¿Qué te ha pasado? —inquirió la chica y le señaló la mano con un dedo. Él miró lo que ella apuntaba y se cubrió los nudillos con la otra mano.
—No es nada.
—¿Cómo que "no es nada"? ¿Te peleaste con alguien?
Él hizo una mueca.
—Algo así... —respondió, incómodo.
—¿Por qué?
—Porque soy un imbécil.
A Bella no le sirvió aquella respuesta, pero lo dejó estar y se centró en otra cosa.
—¿Eso te lo hice yo? —preguntó, señalando esta vez la herida en la ojera.
—Sí, durante el último forcejeo.
—Lo siento...
Bella hizo una mueca al darse cuenta de lo que había dicho. ¡¿Cómo que lo sentía?! Se sintió estúpida otra vez.
—No lo hagas, es lo que merecía.
Bella frunció los labios, incómoda y confundida por la respuesta del chico.
—Me siento sucia por la pesadilla... necesito ducharme.
—Vale. Voy a darte unas toallas y otro pijama. Y hablando de eso, te he comprado un cepillo de dientes, aunque debí haberlo hecho antes... pero bueno, tampoco sabía que tendrías que quedarte aquí.
—En serio, ¿en qué estás pensando? Me secuestraste porque necesitabas dinero, ¿cómo vas a mantenerme?
—He tenido un golpe de suerte —dijo él, encogiéndose de hombros, y salió del salón. Pero Bella lo siguió.
—¿A qué te refieres con eso? ¿Te has ganado la lotería? —inquirió la chica mientras él sacaba un pijama del armario empotrado del dormitorio grande.
Él sonrió, casi riendo.
—Algo así.
Bella suspiró.
—¿Me lo vas a decir o no?
—Me han dejado una herencia —respondió finalmente, mientras se iba al baño, nuevamente seguido por ella.
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí.
Bella suspiró pesadamente. ¿De qué servía ya enfadarse? Aquello no cambiaría nada.
«¿Pero por qué tengo tan mala suerte? Si hubiese recibido esa dichosa herencia antes, yo aún seguiría en mi casa...».
Lo que no pudo evitar fue hacer una mueca.
—¿Qué pasa?
—Nada —dijo ella.
Cuando se metió en la ducha y el agua cálida comenzó a caer sobre todo su cuerpo, no pudo evadir los pensamientos que la abordaron.
Una parte de ella, muy pequeña, le decía que era mejor así. Había tenido dos días seguidos de relativa calma, algo difícil cuando estaba en su casa. De aquella manera no tenía que volver a su supuesto hogar preocupada por si recibía más bromas que no se merecía.
No podía reconocerlo en voz alta, pero en el fondo sentía que Aray le había hecho un favor al alejarla de su padre. Pero aún se resistía a perder todo lo demás. Quizá algún día Aray cambiase de opinión y la dejase ir... tan sólo habían pasado unos días; tal vez... si actuaba bien con él...
Cuando salió del baño se lo encontró en el salón leyendo un cómic.
—Qué frío.
Aray se levantó rápidamente y le trajo una bata de color azul oscuro que le puso por encima de los hombros.
—Por la tarde y durante la noche suele hacer más frío, métete en la cama. Yo me encargo de esa ropa sucia —dijo y cogió la ropa y la toalla que llevaba Bella.
—Vale.
Bella se fue a la habitación y se encontró con un bulto envuelto en papel de regalo de Hogwarts sobre la cama.
—¿Aray? ¿Qué es esto?
El chico entró en la habitación y observó lo mismo que ella antes de mirarla.
—Es un regalo... para ti.
Bella frunció levemente el ceño.
—¿Qué?
Aray suspiró.
—Simplemente ábrelo...
Ella, aún ceñuda, cogió aquello con cuidado como si se tratase de una bomba.
Pero lo cierto es que se trataba de algo bastante blando. Extrañada lo abrió, rompiendo el papel, y se encontró con un peluche de búho de cuerpo turquesa y alas de color rosa; coronaban su cabeza dos flores violetas, dos de color rosa claro y en el centro, una de color rosa fuerte.
—Creo que tiene nombre, en la etiqueta.
Bella, aún sorprendida, miró la etiqueta y leyó el texto: «Hazel».
«¿Hazel?», repitió mentalmente.
Aray carraspeó.
—Espero... espero que te guste.
Bella observó el peluche durante unos instantes más antes de decir alguna cosa.
—Es bonito —dijo y se obligó, por la paz y un posible futuro en libertad, a añadir—: gracias.
—Me alegra que te guste. Ah, voy a poner tu cepillo de dientes en el baño. Es azul, no había más colores.
—Me encanta el azul.
—¿Ah, sí?
—Sí, es mi color favorito.
—Pues qué puntería —dijo y salió de la habitación.
Bella, por su parte, se tumbó en la cama y se abrazó a Hazel.
Tenía sueño, pero no quiso dormirse hasta que fuese de noche y no le quedase más remedio, así que aguantó.
Por la noche volvieron a cenar juntos, pero no hablaron; y, aunque Bella quería saber por qué Aray se había ido del comedor de aquella manera la noche anterior, no le preguntó para evitar que volviese a suceder.
Durante la noche oyó abrirse la puerta que ella sólo había atravesado una vez —estando consciente— y que llevaba a la salida de la casa.
Extrañada, aunque sin querer salir de la cama, se asomó al pasillo abrazada al búho de peluche y se llevó un susto al ver allí la imponente figura de su padre.
—He decidido venir a buscarte —dijo el hombre.
—No quisiste pagar por mí, no pienso volver contigo.
Bella se sorprendió al escucharse decir eso.
—Vas a venir conmigo quieras o no —masculló, acercándose a ella.
Sin embargo, antes de que pudiese alcanzarla, el búho de peluche saltó de sus brazos y, para cuando pisó el suelo, ya había alcanzado la altura de una persona normal.
El búho sujetó a David por el cuello y lo estampó contra la pared.
Lo siguiente que vio Bella fue que la Guardia Civil se llevaba a David arrestado y el búho se bajaba una cremallera que había aparecido de la nada y resultaba ser Aray disfrazado.
—Tranquila, Bella, yo te protejo.
Y después de eso, despertó más tranquila, aunque al ponerse a pensar en lo que había soñado frunció el ceño, extrañada.
Se levantó de la cama, sintiéndose mal otra vez, aunque no tanto como el día anterior, y se puso la bata antes de salir al pasillo con Hazel bajo el brazo e ir a buscar a Aray.
Tocó en la puerta de su habitación y esperó.
Cuando él abrió, lo vio en pijama, con zapatillas de cama y con el pelo oscuro revuelto; era la primera que lo veía sin gorro. Tenía los ojos entrecerrados por el sueño.
Al verlo así, Bella se quedó callada, preguntándose si estaría de mal humor por haberlo despertado. Sin embargo, él disipó esa duda, sorprendiéndola otra vez de paso.
—¿Te encuentras bien?
—No...
—¿Otra pesadilla? ¿O el resfriado?
—El resfriado.
—Vale. Acuéstate, voy a prepararte algo.
—Gracias...
Se le había escapado. Se sentía agradecida por que él la cuidara tan bien, como si no fuese el culpable de que se hubiese resfriado.
—¿Por qué me cuidas tanto? —Le preguntó cuando le llevó el desayuno a la cama.
«Por favor, que no diga que soy como su mascota».
El chico tardó un poco en responder.
—Por... varias cosas. porque estás así por mi culpa, porque te mereces ser cuidada... Te he tratado muy mal y quiero compensarte. No puedo soltarte, así que intento que te sientas... cómoda —se llevó una mano a la cara y se la frotó—. Un peluche no compensa lo que te hice en tu cumpleaños.
Se iba a marchar, pero, como ya era costumbre, Bella hizo que se detuviera.
—Oye, espera. Esto... no te vayas.
Él se giró hacia ella, aparentemente confundido.
—El peluche me gusta. Anoche... —suspiró, incómoda al abrirse a él, y apartó la mirada, dirigiéndola a su desayuno— anoche sí tuve una pesadilla, pero acabó bien. Me protegiste de mi padre.
Aray abrió los ojos un poco más de lo normal, claramente sorprendido.
—¿Yo? —dijo sentándose a los pies de la cama, con cuidado de no aplastarle los suyos.
—Sí... —dijo ella, aún sin mirarlo.
—Es curioso, ¿no? Y eso que sólo te he regalado un peluche...
—Tengo la cabeza hecha un lío.
—Es... es normal —parecía que Aray fuese a decir algo más al respecto, pero luego se quedó en blanco—. No dejes que se te enfríe la comida, voy a traerte la medicina.
—Vale.
Bella comió con calma y después se tomó el antigripal.

Con el paso de los días, Bella se fue sintiendo mejor sin la medicina

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Con el paso de los días, Bella se fue sintiendo mejor sin la medicina.
Tuvo tiempo de pensar y se le ocurrió un pasatiempo, pero para poder llevarlo a cabo tenía que pedirle algo a Aray. Esperaba que no se enfadara; habían pasado unos días tranquilos en los que no habían hablado mucho, pero a lo mejor no le gustaba lo que iba a decirle...
Sin embargo, si no probaba, nunca lo sabría; así que se sentó en el centro del sofá, haciendo que el chico, que estaba sentado en un sillón, levantara la vista del libro que estaba leyendo.
—Hola. —La saludó. No había vuelto a usar su tono seco con ella.
—Hola... esto... quería pedirte algo.
—¿Por qué estás tan nerviosa?
—¿Nerviosa?
—Estás sentada agarrándote las manos, lo haces cuando estés nerviosa.
—¿Qué? ¿Cómo sabes eso?
—Soy observador. También tienes cara de preocupación.
Bella suspiró pesadamente.
—Quería pedirte que me dejases usar el ordenador —comenzó y a partir de ahí habló más deprisa para que la escuchara antes de tener la oportunidad de enfadarse—. No necesito internet, sólo un procesador de texto, para escribir. Me gusta escribir... estaba escribiendo un libro.
—¿Escribías un libro?
No se había enfadado.
—Sí.
Se puso de pie, dejando el libro sobre la mesita de café.
—Apenas uso el ordenador, así que puedes usarlo. Voy a traértelo junto con el cargador.
—Gracias —dijo ella, tan calmada tras aquella respuesta, que hasta sonrió.
Bella se instaló en el comedor y, aunque pensaba cumplir lo que había dicho, vio que el ordenador estaba desconectado de la red.
Abrió un documento de Word nuevo y escribió el título de la novela de la que apenas había escrito el primer capítulo. No sabía si algún día tendría la oportunidad de publicarla, pero quiso continuarla, así que empezó el segundo capítulo más fácil y rápidamente de lo que creyó, pues antes de haber sido secuestrada había pasado casi un mes intentando inspirarse, en vano.
Era irónico porque desde que empezó, no paró hasta horas después, cuando Aray le preguntó si no tenía ganas de comer, pues ya era la hora de almorzar.
Era extraño, y casi irrisorio, que tuviese más calma en aquel lugar y aquella situación que cuando iba a la biblioteca o lo intentaba en casa. Pero realmente estaba claro el motivo: Aray no le exigía algo que jamás podría conseguir ni le echaba en cara cualquier cosa, con su padre... cada día esperaba una nueva excusa para hacerla sentir mal. Y después de tantos años podría haberse acostumbrado, pero no había sido capaz de hacerlo.
Y ahora que vivía con un desconocido, ahora que estaba lejos del que se suponía su hogar, era cuando se sentía segura.
La vida es una vieja sarcástica.

La vida es una vieja sarcástica

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