Bella abrió los ojos cuando la consciencia volvió a ella, pero tuvo que volver a cerrarlos porque le dolía el pómulo izquierdo. También le dolía la cabeza como si le fuese a estallar. Intentó recordar lo que había ocurrido, pero no fue capaz.
Lo primero que hizo fue soltar un gemido, confundida.
Se mantuvo inmóvil durante varios minutos intentando recuperarse y esperando que los dolores disminuyeran. Notó que se encontraba en una cama, o al menos eso parecía, y también que hacía mucho frío.
Después de un rato se atrevió a abrir los ojos de nuevo. Así se encontró en una habitación que no era la suya y que ni siquiera había visto alguna vez en su vida.
Se abrazó a sí misma, ¿en qué lugar podía estar para que su jersey no sólo no la abrigara sino que se estaba muriendo de frío?
Había empezado a llover y ella se había calado hasta los huesos, eso es lo que había pasado. Tenía una manta encima, pero aun así no sentía calor.
Se giró en la cama para levantarse lentamente y se sentó con los pies colgando. Estaba descalza, pero sus botas estaban en el suelo, así que se las puso inmediatamente. Y entonces fue cuando vio su bolso de la piscina junto a una cómoda de madera clara.
Se lanzó contra él y buscó su teléfono móvil desesperadamente, pero no lo encontró.
Se puso de pie y giró sobre sí misma.
Lo más moderno que había eran la cama y la estantería, que iba desde el suelo casi hasta el techo. El resto eran muebles de aspecto antiguo, como la mesa de noche con cuatro cajones; la cómoda, también con cuatro cajones y un armario que tenía un cajón y un espejo alto, así que pudo ver el hematoma que rodeaba su ojo derecho y lo enrojecido que estaba el pómulo correspondiente. Se tocó el pómulo suavemente, pero aun así le dolió, así que se le escapó una mueca. El payaso le había dado un puñetazo.
Se enfadó consigo misma por no haber salido corriendo desde que lo había visto. ¡¿Cómo iba a haber alguien disfrazado de esa manera una semana antes de Halloween?! Debería haberlo previsto, debería haber salido corriendo.
Cogió la manta y se la echó por encima, pues aún estaba mojada.
La habitación tenía dos ventanas que daban al exterior, pero cuando se acercó vio que había una altura de dos pisos. Si intentaba saltar se mataría o quedaría muy maltrecha... además, parecía dar a un jardín cerrado de la misma propiedad.
Se giró hacia la puerta. Lo más normal, dado que no la habían atado, es que estuviese encerrada, pero no iba a ser estúpida otra vez. Estiró la mano hacia la puerta —hecha con madera de un color parecido al de la cómoda— y agarró el pomo, lo giró y, para su sorpresa, esta se abrió. Sin embargo, la emoción le duró poco, pues allí la estaba esperando una figura más alta que ella. Del susto se le escapó un grito.
Aquella persona traía una toalla y lo que parecía un pijama de invierno, además de unas zapatillas de cama. No pudo saber quién era porque llevaba un pasamontañas, pero extendió los brazos hacia ella, así que entendió que se lo estaba ofreciendo.
—¿Q-Qué es lo que quieres?
Aquella persona, que por su cuerpo parecía un hombre, no le respondió, sólo movió los brazos ante ella, insistiendo en que cogiera lo que le ofrecía.
—¿Me vas a hacer daño...? Por favor, contéstame...
El hombre dejó caer las cosas sobre la cama y salió de la habitación.
—¡No te vayas! —exclamó, nerviosa— ¡Contéstame!
Estuvo a punto de salir de la habitación, pero seguía helándose, así que se dispuso a desvestirse, secarse y cambiarse. Hizo bien, pues cuando se cambió se sintió mucho mejor y dejó de tener frío.
Por su mente pasaron la trata de blancas y la prostitución, ser víctima de un perturbado mental o lo que parecía más lógico en su caso: querían un rescate. Y quizá no tenía sentido, pero no estaba segura de si preferiría que esa fuera la razón del secuestro. ¿Su padre la odiaría tanto como para no querer pagar el rescate? Se había disculpado por lo que le había dicho, pero eso no significaba que las cosas fuesen a cambiar de la noche a la mañana... no deseaba pensar en eso.
Por otra parte, se le pasó por la cabeza que hacía tanto frío porque pudiese estar en Madrid, pero descartó la idea enseguida porque no creía que se hubiesen gastado dinero en billetes de avión o, más bien, en un avión privado, porque no habían podido llevársela en un avión comercial.
Al mirar por la ventana sólo veía montañas, color verde y un largo barranco, además de algo que confirmó que no estaba en Madrid: al fondo a la izquierda se veía el mar. De no haber estado en aquella situación, se habría dejado encandilar por el bello paisaje.
Se fijó en que el pijama que llevaba parecía de mujer, ¿había una mujer allí? O quizá aquella figura era una mujer, aunque lo dudaba, parecía un hombre.
No sabía si salir. Quizá debía aprovechar, quizá el hombre la estaba esperando tras la puerta otra vez. No perdía nada por comprobarlo, a menos que lo hiciese enfadar, no quería volver a recibir un golpe... le había dolido mucho y aunque enseguida había quedado inconsciente, tras despertar seguía sufriendo las consecuencias.
Se envalentonó y abrió la puerta, que daba a un pasillo con varias puertas y un gran arco.
No pudo avanzar más porque justo a la derecha de la habitación estaba el salón, donde su captor se hallaba sentado en un sillón de color ocre amarillo oscuro, leyendo un libro de tapas negras cuyo título no alcanzaba a leer.
Llevaba una chaqueta vaquera con forro y cuello de lana, una bufanda negra y unos vaqueros; también tenía unas zapatillas tipo Converse y unos guantes de cuero.
Alzó la mirada hasta ella cuando se percató de que estaba allí y Bella vio que tenía los ojos verdes.
—¿Vas a responderme ahora? —se atrevió a preguntar— ¿Qué quieres de mí? Podrías haber hecho otra cosa en lugar de golpearme... —suspiró cuando no recibió respuesta. El hombre incluso volvió la mirada a su libro, indicando de ese modo que no tenía interés en mantener una conversación— ¿Eres mudo?
Nada.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Vas a prostituirme?
—No —dijo con brusquedad y la voz ronca, falseada, mirándola de nuevo.
Bella se frustró, no por su respuesta, sino porque necesitaba saber más y aquel hombre no parecía dispuesto a aclararle demasiadas dudas. Caminó por el salón, que tenía otro sillón más igual al que estaba usando el hombre y un sofá de tres plazas a juego con una mesa de cristal y patas de madera. También había una mesa enorme de cristal de patas metálicas y gordas que sostenía una televisión de tubo de treinta y siete pulgadas. Sólo recordaba haber visto esas televisiones cuando era muy pequeña, nunca había vuelto a ver una así en persona y estaba asombrada.
Había un balcón, salió inmediatamente para ver si podía pedir ayuda, pero no se veía ninguna casa vecina desde allí. Las que alcanzaba a ver estaban al otro lado del barranco... suspiró. Empezaba a entender por qué su secuestrador ni se había molestado en detenerla o encerrarla: no podía pedir ayuda.
Pero de algún modo podría salir, ¿no?
Se recorrió la casa delante de sus narices y se encontró un baño normal con una bañera, un váter, una papelera de plástico, un bidé y dos lavamos unidos por una encimera, además de un enorme espejo que abarcaba la misma cantidad de pared que la encimera; una amplia cocina con armarios de madera en las paredes y bajo la encimera; un comedor, alumbrado sólo por un tragaluz no muy grande, con una enorme mesa rodeada por sillas, todo de madera antigua, y el router encendido. Había un router... quizá de ese modo podría comunicarse con alguien... aún no sabía cómo, pues debía encontrar un móvil o un ordenador, pero buscaría uno.
También vio una habitación más grande que aquella en la que había despertado, con una cama de matrimonio, un armario empotrado, dos mesas de noche, un tocador con espejo, una mesa que sostenía una televisión de pantalla plana de veinte pulgadas y un ventanal que daba al balcón.
De todos los muebles, sólo la mesa del televisor parecía más o menos moderna.
En aquella casa debía de vivir una persona mayor, pues la mayoría de mobiliario era antigua, y se preguntó qué edad tendría su secuestrador. ¿Entre cincuenta y sesenta? Quizá más... O quizá tenía unos treinta o cuarenta y los muebles eran una herencia... porque no creía que un septuagenario pudiese correr como debió de haberlo hecho el payaso para alcanzarla antes de que ella pudiese alejarse mucho.
Volvió al salón en el que se encontraba él, derrotada, y suspiró.
Pero entonces se dio cuenta de algo.
—No vas... no vas a matarme, ¿verdad? Por eso te cubres la cara y no me hablas, para que cuando me dejes libre no pueda reconocerte.
Al principio no pareció haberla escuchado, pero entonces la miró y asintió con la cabeza.
Bella sonrió sin darse cuenta.
—Pero entonces significa que vas a pedir un rescate. Mi padre tiene dinero, pero no sé si querrá pagarte... probablemente me odia.
El hombre se levantó del sillón y Bella se tensó, pero no fue hacia ella, sino que se metió en la cocina por la puerta que la comunicaba con el salón.
Aquella casa tenía un curioso sistema de comunicación; el salón tenía dos puertas, aparte de la del balcón, y un arco: este daba al pasillo y el comedor, que era una zona abierta; una de las puertas daba a la cocina y la otra daba al dormitorio con la cama de matrimonio. Además, a ese dormitorio y a la cocina se podía acceder también desde el pasillo.
El hombre volvió a salir de la cocina con un papel en las manos que le enseñó cuando estuvo a tres metros de ella.
"Vuelve a la habitación y cállate".
Bella hizo un mohín y suspiró.
—¿Puedes decirme al menos qué día es...? Ya es miércoles, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza.
—Gracias.
Pasó junto a él y se metió en la habitación.
No pudo evitarlo, se puso a curiosear.
Aquel dormitorio era de una persona joven, con tantos cómics y libros de fantasía, por no hablar de las figuras de colección sobre temáticas que ella misma conocía como Harry Potter, Death Note. También había películas en DVD de Disney.
Debía de ser la habitación de su hijo... pero si tenía un hijo, ¿dónde estaba? Dudaba que estuviese en el colegio, aunque al mirar su reloj de pulsera analógico vio que eran las doce y diez aproximadamente pensó que no la tendría ahí si su hijo pululaba por allí.
Quizá estaba divorciado y el niño estaba con su madre más tiempo que con su padre.
Lo mejor era que no se metiera en la vida de aquel hombre, pero no podía quedarse de brazos cruzados o se volvería loca. Quién sabe cuánto tiempo estaría allí... Y en cuanto dejaba de pensar en lo que veía en la estantería de aquella habitación se le llenaba la mente de cosas dolorosas: su padre no queriendo pagar el rescate, Inés y Alberto preocupados por su desaparición...
El secuestrador se había asegurado de llevarse cualquier cosa que lo incriminase, de ahí que estuviese su bolsa en la casa.
Las horas pasaron tortuosamente lentas y en cierto momento escuchó un chasquido en la puerta. Tras intentar abrir comprobó que la había encerrado. ¿Por qué? ¿No estaba actuando bien? ¡Había hecho lo que le había pedido!
Pero cuando volvió a escuchar el chasquido y se abrió la puerta, vio que le traía una bandeja con una comida que desprendía un olor delicioso. Era sopa de fideos con pollo y zanahoria de primero y de segundo, un trozo de lasaña.
Era irónico, pero hasta entonces no se le había ocurrido coger un cuchillo y atacarlo cuando estuviese distraído. Tal vez, pensó, era porque su secuestrador no había intentado hacerle daño y se había mantenido bastante alejado de ella.
—Gracias —dijo tomando la bandeja y cuando él cerró la puerta, Bella se sentó en la cama. Era la habitación de un adolescente, pero no había ningún escritorio o silla, le resultó extraño.
La comida estaba tan buena como su olor le había indicado.
No se dio cuenta, hasta que se acercó a la puerta, de que el hombre había pasado un papel por debajo de la puerta.
Le preguntaba si le dolía la zona donde él la había golpeado.
—Me duele un poco todavía —respondió sin saber si la escucharía, pues quizá había dejado ese papel hacía rato.
Sin embargo, poco después se volvió a abrir la puerta y vio al hombre con un vaso de algún líquido blanco espumoso que, cuando Bella lo cogió, comprobó que era Ibuprofeno.
Ella lo cogió y se lo bebió de una vez.
—Gracias —dijo, devolviéndole el vaso—. También he terminado de comer. —Se apresuró a añadir, cogiendo la bandeja.
Él le hizo una señal con el dedo índice para que se acercara y se fue hacia la cocina, así que Bella lo siguió, bandeja en mano.
Lo encontró escribiendo en un papel que luego le enseñó:
"Friega tu loza".
No dijo nada, sólo asintió. En su casa, Almudena se encargaba de esas cosas, pero ella había fregado alguna vez. Varias veces le había pedido que la dejase ayudarla y Almudena, dado que David no estaba por la casa, cedía.
Se acercó al fregadero y se puso a fregar, aunque al mojarse las manos le dio frío. Aquella casa era como un iglú para ella. Pero se aguantó, no quería tentar a la suerte, al menos su secuestrador la había tratado bien e incluso le había dado un analgésico.
Cuando terminó de fregar se secó las manos y las metió bajo sus axilas para mantenerlas calientes, cuando el agua había pasado de fría a cálida había dejado de sentir tanto frío.
—He terminado. —Le dijo al regresar al salón, donde lo volvió a encontrar.
Él asintió con la cabeza sin levantar la mirada del libro.
Como sabía que no podría hablar con él, buscó otro pasatiempo y lo encontró de vuelta en el dormitorio de adolescente: un libro de fantasía épica que parecía del estilo que le gustaba a ella; se sintió más cercana al hijo de su secuestrador y pensó que, de conocerlo, habrían sido amigos.
Fue gracias a la lectura que las horas no se le pasaron lentamente. Para cuando quiso darse cuenta, ya era noche cerrada, aunque realmente no era tan tarde, pero anochecía más temprano por ser otoño.
Había estado tan metida en la lectura que no se percató de que volvía a estar encerrada. Suspiró y volvió a la cama a seguir leyendo a la luz de la lámpara de la mesa de noche.
Pero entonces se levantó y se acercó a la puerta.
—Necesito ir al baño —dijo en voz suficientemente alta para que la oyese, pero no tanto como para parecer que le estaba gritando o exigiendo algo. Respecto a eso tenía mucha experiencia al hacer todo lo posible para evitar la ira de su padre.
Esperó pacientemente a que el hombre viniera y, en efecto, poco después se abrió la puerta y el hombre la dejó pasar.
Ella salió de la habitación y, dado que ya había recorrido toda la casa, no tuvo problemas para llegar al baño.
Poco después volvía a estar encerrada, hasta que él le pidió que lo siguiera de nuevo a la cocina y la dejó sola para que cenase.
Cuando terminó, fregó los platos y se metió en la cama. Había sido un día largo y más complicado de lo que sentía, así lo demostró cuando se quedó dormida poco después de poner la cara sobre la almohada.

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Estocolmo
Fiksi RemajaUna joven de Gran Canaria lo tiene todo excepto el cariño de sus padres. Su padre, un millonario dueño de una cadena de hoteles, siempre la ha culpado por la muerte de su madre, por lo que la vida de Bella es un infierno oculto tras las apariencias...