3. Esto es solo el principio.

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Por Joyce:

- ¡¡¡Joyce!!! - la voz de mi padre penetraba en mi cabeza como un susurro, a penas podía oírle. No podía moverme, no podía articular palabra y en mi mente solo se reproducía, una y otra vez, la escena de aquel ser sin alma desapropiando a mi madre de la suya. Sin dejar que pensara en otra cosa, sin dejarme reaccionar ante lo que estaba pasando- ¡¡¡Joyce, por favor!!! - las súplicas de mi padre cada vez sonaban de manera más intensa, más nítida. - ¡¡¡Reacciona!!! - la voz de mi padre ya no era una súplica, se había convertido en un grito desesperado por mantenerme con vida, y había hecho que mi cuerpo y mi mente pudieran contemplar lo que estaba pasando, la situación a la que me tenía que enfrentar. Tenía los ojos llenos de lágrimas y no podía ver con claridad, había estado llorando y ni siquiera había percibido que lo estaba haciendo. Me froté los ojos y vi que mi padre sujetaba por la espalda a mi madre mientras ella respiraba con fuerza y dificultad e intentaba deshacerse de su agarre. Sus ojos ahora eran completamente grises, no había rastro de su iris, ni de su pupila, solo había gris, estaba totalmente ciega. Nunca más podría volver a verme reflejada en aquel negro azabache que iluminaba su cara, aquellos ojos que tanto se parecían a los míos. Lo que fuera que ahora habitaba en el cuerpo de mi madre, no era mi madre, pero aún con la herida en el cuello aun abierta, aún estando ciega, aún sin alma, no podía dejar de suplicarle con la mirada que volviera, aunque sabía que eso no iba a pasar. 

- ¡Los pases están en la estantería, en el libro de la tapa verde. Acércate sin hacer ruido, y una vez que tengas los pases, aléjate de la misma manera que te has acercado y ve con tu hermana. Ella está en el coche esperándote! - desvié mis pensamientos alejando mi mirada de los ojos sin alma de mi madre para centrarme en mi padre, estaba cubierto de sangre, desde sus zapatos hasta su mejilla derecha. Sus ojos marrones estaban llenos de lágrimas, y sus manos mantenían a mi madre pegada contra su pecho con fuerza, aunque no la retendría durante mucho tiempo, ya que se estaba convirtiendo en uno de esos seres a gran velocidad. 

- Papá, no... - murmuré débilmente intentando hacerle ver que los tres podíamos salir de allí, que él también podía salir con vida de esa catástrofe en la que se acababa de convertir mi casa, y mi vida. Pero nunca me dejó terminar la frase.

- Joyce, haz lo que te digo. No hay tiempo. Por favor. - me acerqué a la estantería como me dijo segundos atrás y cogí el libro que contenía los pases en su interior. Retrocedí a la cocina lo más rápido que pude sin hacer ruido, mi madre cada vez hacía más ruido, pero no me detuve a observarla, no podía volver a verla así, los recuerdos que tenía de mi madre eran lo único que me quedaba de ella y no podía dejar que esos recuerdos fueran destruidos por esta dolorosa escena en la que me veía atrapada. Aunque ya era demasiado tarde. -Joyce... - volví mi rostro para observar a mi padre, tenía los ojos cerrados con fuerza mientras hacía un gran esfuerzo por no llorar, lentamente abrió de nuevo sus ojos marrones cargados de dolor. - Te quiero, no lo olvides nunca. - y entonces una lágrima cayó por la mejilla de mi padre. 

- Yo también te quiero, papá... -quería decirle muchas cosas, pero eso era lo único que salía de mi boca, eran las únicas palabras que podía decir sin derrumbarme. No quería ponerme a llorar, no quería que la última imagen que mi padre tuviese de mí fuera una Joyce destrozada. Debía mantenerme fuerte, por él, por mi madre y por Evelyn. Asique, solo por él, solo por regalarle tranquilidad en sus últimos segundos de vida, le sonreí. Con un esfuerzo sobrehumano pero le sonreí. Quería que lo último que fuesen a ver esos ojos grises que me habían visto nacer, fuera la sonrisa de su hija pequeña por la que dio su vida.

        Abandoné la cocina por la puerta trasera tras la cual me esperaba Evelyn con su camioneta azul. Su cara estaba blanca como la nieve y su expresión era propia de alguien traumatizado. Entré en la puerta del copiloto y vi como los ojos de Lyn estaban llenos de lágrimas, le dí un beso en su salada mejilla, antes de que pusiera el coche en marcha sin decir una palabra. Encendí la radio intentando que esta me envolviera con su música y me evadiera de esa realidad propia de una película de terror. Observé por la ventana como la casa en la que había crecido, en la que había aprendido a andar, y a hablar, en la que había pasado infinitas noches divertidas viendo películas con mis padres, en la que había jugado con Lyn cuando era pequeña, en la que estaba toda mi vida, se iba alejando poco a poco hasta convertirse en una borrosa mancha del camino

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