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Miguel ya le había dado tres o cuatro vueltas al 7eleven y seguía sin encontrar ni una sola bolsa de gomitas. Nada. La señorita parada detrás del mostrador decía que estaban agotadas, que quizá en uno o dos días les llegaría un cargamentos con más.

¡Pero Miguel no tenía dos días! No, hoy iba a ver a Hiro y quería darle un regalo. Era una de sus costumbres especiales, incluso si le daba sólo algo pequeño y barato cómo un dulce. 

Estaba por echarse a llorar por la frustración cuando un rostro conocido apareció por la tienda como un rayo de sol entre las nubes grises.

Karmi. Más de una vez había visto a la chica en el laboratorio de Hiro. Seguro ella sabría que otro dulce le podría gustar al inventor.

Se acercó a ella y le tocó suavemente uno de los hombros. Ella se giró y lo miro extrañada, con el ceño fruncido.

—¿Quién eres, niño? ¿Por qué me molestas?

Okay, Miguel no se había esperado una respuesta tan brusca. Aunque no iba dejar que eso lo intimidara.

—Perdóneme señorita, pero la he visto cerca de mi amigo Hiro Hamada de la SFU*. Me llamo Miguel y quería preguntarle algo.

Con el nombre, Karmi pareció reaccionar. Hizo muecas, muecas de una niña melindrosa hacia el brócoli. De verdad, no podía soportar al joven inventor.

—Haz tu pregunta y déjame en paz.

Miguel se aclaró la garganta.

—¿Sabes que dulces le gustan? Además de las gomitas, claro.

—¿Y porque iba yo...

Se cortó a media oración. Una cosa  roja había capturado su atención. Miró al chico frente a ella.

Los rumores corrían rápido por la universidad. Karmi sabía cosas. Esta era una oportunidad perfecta para molestar al Hamada. Se extendió para tomar una cajita y dársela a Miguel.

—Hiro ama estos dulces. — dijo mientras el chico tomaba el paquete. — juega el juego del Pocky con él y lo harás muy feliz. Es algo que hacemos por aquí.

Ante eso, el rostro de Miguel se iluminó, pero había dudas en su mirada.

—¿Y eso cómo se juega?

Karmi sonrió. Se iba a reír mucho con esto.

—Él te lo explicará con gusto.

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Miguel compró los dulces y se fue corriendo hacia la universidad. Él y Hiro se habían citado en el laboratorio. Ya allí podrían decidir a dónde ir.

Encontró a Hiro, cómo ya era costumbre, trabajando en uno de sus múltiples proyectos. ¿Que se le iba a hacer? Hiro Hamada tenía una mente imparable y manos hábiles.

Pero cuando vio a Miguel entrar, toda su atención se centró en él. Le pareció adorable lo resplandeciente que resultaba la expresión del chico. Y sentía que era todo un honor ser él quien lo provocaba.

Notó el paquete que el menor llevaba cargando y no pudo evitar sonreír a su vez.

—¿Probando dulces nuevos, Enano? —saludó.

Tomarle el pelo al Enano era una de sus cosas favoritas en el mundo.

—Hiro, ¿Me enseñas el juego del Pocky? —contestó.

Y la cara del inventor pareció arder.  Supo que su piel ahora estaba tan roja cómo la maldita caja de Pockys. ¿De dónde sacaba Miguel esas ideas?

Higuel DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora